En el último mes, en el que las noticias y el espejo de la realidad tratan, con su falso arrebato, de aprisionar mi atención, me salvan Schubert y la pitillera. Lo reconozco: Sólo gracias a los cuartetos del compositor austriaco consigo descansar de la tozuda actualidad que me ata a los cigarros con los hilvanados nudos de las declaraciones polémicas. !Menudo Mayo! Primero fue la captura de Bin Laden, apasionante:
-«Oye, ¿Y tu como vas a explicar a tus hijos que todo el mundo tiene derecho a un juicio justo?»- .
-«Ya, sí, pero es que el hombre en guerra, mata. Y además, ya veo que de pequeño no te gustaban las del Oeste ni los duelos al sol».
Luego la rejuvenecedora «spanish revolutión» y las elecciones municipales. Hoy, la debacle socialista. Dice Zapatero, por ejemplo, que continuará hasta el año que viene y en realidad, no depende de él. Le pasa lo que a Schubert, que vivía alejado de la dura realidad mientras los amigos le pagaban las copas. La diferencia es que el genial compositor de Lichtenthal, mientras fracasaba en sus aspectos, digamos, sociales, componía música con torbenillos de talento. Acarreaba en su soledad un legado que hoy en día todos podemos disfrutar.
Y mañana la polémica se centrará en el gobierno de Extremadura. Y aquí, solo pido, que el vencedor reclame una auditoría independiente, sea quién sea.
Menos mal que estos días tengo las melodías de Schubert. En su biografía escrita en francés por Ymré Giomaï y Stéphane Manier leo sobre la importancia que tuvo en sus días una mujer llamada Teresa Grob: Generosa en su amor, al contrario que otras mujeres egoístas, capaces de transformar a sus hombres en maridos timoratos. La biografía se titula «La vida tierna y patética de Franz Schubert». Por eso me ha recordado al hoy patético, ayer tierno, Zapatero. Sin talento y, después de sus declaraciones de ayer en el Congreso, sin talante.