
Aunque parezca mentira cada palabra de este título está relacionada con el resto. En primer lugar he de afirmar rotundamente que el tema no es ni muchos menos nada baladí y en ningún caso el chocolate del loro, aunque va de chocolate.

Sobre la leyenda negra, esa pesada losa asumida e interiorizada por muchos compatriotas, he de decir que se basa en dos principios, uno de ellos es el silencio y la ocultación, y otro la reinvención o atribución de hechos, o descubrimientos, sumada a la negación de cualquier aspecto positivo de la Hispanidad. Y de esos dos aspectos quiero tratar.

«En el precioso Museo del Chocolate, donde a pesar de estructura tan pedagógica no encontré referencia alguna al viaje del chocolate desde América a la península ibérica»
Hace unos años recorriendo en familia el Reino Unido, la tierra de mi esposa, haciendo cómodas paradas de Bed and Breakfast, me encontré en la bellísima ciudad de York donde pude disfrutar del precioso Museo del Chocolate, donde a pesar de estructura tan pedagógica no encontré referencia alguna al viaje del chocolate desde América a la península ibérica, desde allí a los territorios españoles de la península itálica, a Alemania y a los Países Bajos Españoles desde donde se difundió por toda Europa. Sobre un espectacular mapa de América y Europa, de pared a pared, invadido por la fragancia de las semillas de cacao, busqué una y otra vez sin encontrar ni siquiera el nombre de España o Nueva España. Desde la tierra de Belice, junto a Honduras, territorio usurpado por piratas y corsarios ingleses y que durante decenios únicamente fue una base de rapiñadores, se dibujaba una planta de cacao y su viaje desde allí al Reino Unido y al resto de Europa. En ese caso el mutismo sobre la exploración española es insultante.
¡Oh, divino chocolate! que arrodillado te muelen, manos plegadas te baten, y ojos al cielo te beben!

He querido recordar esto pues hace unos días hablaba con un gran amigo y compañero, José Luis, padre de un excepcional muchacho, un ingeniero emprendedor y triunfador donde los haya, que se bate el cobre en toda Europa y en este momento en Suiza. La familia de José Luis se acercó a la localidad de Broc, cantón de Friburgo, en la pretensión de cursar una tranquila y previsiblemente dulce visita a la chocolatera Maison Cailler, cuna de orgullo suizo en donde el Sr. J.L. Cailler inventó la tableta de chocolate, allá por el siglo XIX, para bendición del país y de todo el mundo, según se proclamaba, pero encontrándose con una mentira tras otra sobre nuestra pasada Historia tejida de leyenda negra y medias verdades.

Con el mismo estilo pedagógico anglosajón, el espacio museológico se ambienta atravesando unas pequeñas galerías ambientadas en la época azteca. Allí entre sonidos de pájaros y efectos climatológicos diversos, escucharon la audioguía en español, suramericano, en la que se relata la historia del cacao y de su ingesta en la América precolombina de Quetzalcoatl, dios legendario que bajó del cielo para encarnarse en humano y enseñarles a los aztecas como tostar el cacao y preparar el chocolate… ¿suizo?

Antes de finalizar en esta sala, y aquí es donde viene lo brutal, en vez del silencio, como en York, sobre España y el intercambio cultural de doble dirección, se hablan lindezas sobre Hernán Cortés, el avaro que trajo a España en 1528 el cacao, el oro negro en lugar del oro amarillo que fue buscando. En ese punto la audioguía relata cómo los aztecas «se portaron muy bien con él y hasta le regalaron una planta de cacao, y él los exterminó a todos». Esto sin contar los errores iconográficos y falta de esmero en la representación de Cortés.

Una vez en shock, se pasa a una tercera sala que simula un barco y donde se explica que la bebida fue muy consumida por los jesuitas. En la siguiente sala, aparece representado el Emperador Carlos I de España y V de Alemania junto a su esposa Isabel de Portugal junto con una copa de chocolate. En este punto se relata que el emperador prohibió la bebida a los hombres en todo el imperio por ser una bebida «embrujada» considerándola alucinógena. Luego en un muy malo e incorrecto español se habla de unos dominicanos, entendiendo que se quería citar a los «Dominicos»…. en fin, no tiene desperdicio.

Lo que sí es cierto es que Bernal Díaz del Castillo, quien hace mención del uso del cacao por los aztecas en su obra Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, y Hernán Cortés, probaron la bebida y la encontraron muy amarga y picante, debido al empleo de achiote, además de que en ocasiones se añadía harina de maíz y a veces setas alucinógenas, quizá de ahí derive esa torcida explicación. Hernán Cortés menciona el chocolate a Carlos I en sus misivas desde América, en las Cartas de relación, y tras ello, consigue que el emperador lo pruebe por primera vez en la ciudad de Toledo.

A comienzos del siglo XVII, el chocolate bebido ya estaba plenamente aceptado en la Corte, y su ingesta resultaba habitual en las recepciones reales matutinas. Con la llegada de España a América son precisamente los españoles quienes llevan y difunden el conocimiento del chocolate por Europa a través del comercio del cacao.

En España se cambió la fórmula inicial, al endulzarlo con azúcar de caña y aromatizarlo con canela, logrando desde el principio una gran aceptación social y en absoluto prohibición de su consumo. El chocolate, en ese intercambio de doble dirección, se incorporó con gran popularidad a las costumbres culinarias europeas del siglo XVII. De España pasa a los territorios españoles de la península itálica, a través de las órdenes religiosas, y a Francia debido a la corte francesa por influencia española mediante Ana de Austria, hija del rey español. De esta manera se extendió su consumo por Europa y Asia estableciéndose nuevos cultivos en África y el Pacífico, alcanzando a nuestra perla del Pacífico, la bella Guaján (Guam).

Sin restricciones ni prohibiciones, y menos desde la Corona Española, el chocolate, una vez descubierto, tuvo un corto periodo de asimilación culinaria por lo que podemos afirmar que ningún otro de los alimentos desplazados desde América a Europa tuvo comparativamente tanta aceptación entre las sociedades europeas como lo tuvo el chocolate. De lo que nadie habla es que en el cuarto viaje de Cristóbal Colón cuando se tuvo un contacto con las «almendras» de cacao un 15 de agosto de 1502 divisó una canoa procedente de la península del Yucatán con un cargamento que denominó de “almendras”, eran las semillas del cacao, registrándose que las empleaban como moneda. Ya entre 1517 y 1519, los españoles tuvieron contacto con el cacao y su bebida, es por ello que se considera a Hernán Cortés como el primer europeo en probarlo.

La gran aceptación del cacao entre los españoles la deja también plasmada el jesuita José de Acosta en su obra Historia natural y moral de las Indias, publicada en 1590, siendo el primer chocolate de Europa elaborado en el aragonés Monasterio de Piedra a principios del siglo XVI. Sería el cisterciense Fray Jerónimo de Aguilar, acompañante de Cortés quien envió cacao, junto con anotaciones sobre su preparación, al abad del Monasterio de Piedra, Antonio de Álvaro.

Sería a partir de ese momento que la cocina monacal no dejó de producir chocolate, iniciándose la larga tradición chocolatera de la orden del Císter. Fray Toribio de Benavente, Motolinía, ya alude a la existencia del cacao en su obra Memorias o Libro de Cosas de la Nueva España o de los naturales de ella. Los primeros textos escritos en Europa proceden de anotaciones y publicaciones realizadas inicialmente en castellano durante los siglos XVI y XVII.

En 1667 Antonio Colmenero de Ledesma escribe uno de los primeros tratados sobre el cacao, Chocolata Inda, opusculum de qualitate et natura Chocolatae, considerado como uno de los primeros libros con recetas sobre la elaboración del chocolate en Europa, que ya se servía en las confiterías de Madrid durante el siglo XVII, y los madrileños solicitaban en estos establecimientos la bebida que provenía de las Indias, siendo el chocolate para el español lo que el té para el inglés según viajeros de la época. Entre Cailler, Kohler, Suchard y Nestlé se montaron la película ellos solos. Por cierto, el chocolate llegó a Suiza gracias al alcalde de Zurich, que tras un viaje a Bélgica, los antiguos Países Bajos Españoles donde fue llevado por los españoles, y probar una bebida de chocolate, hizo que se investigara como hacerlo en su país.

¡Oh, divino chocolate! que arrodillado te muelen, manos plegadas te baten, y ojos al cielo te beben!
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Magnífico e interesantísimo relato. Una pena que España sea tan pacata para promocionarse.