
«Y la avaricia se hizo carne y habitó entre nosotros…Y es que, ando yo pensando en la frase adecuada que querría que pusieran en mi lápida»
Y la avaricia se hizo carne y habitó entre nosotros: “Nunca supo hablar por teléfono”. O también: Bajo un dibujo de una muñeca vestida de flamenca bailando sobre un tapetito de croché encima de una tele, la frase escrita: “Nunca fue lo que parecía” … Y es que, ando yo pensando en la frase adecuada que querría que pusieran en mi lápida si el bicho este que fue muy tonto, pero que, ha espabilado mucho, se me llevara por delante.
La quiero rosa y con capullos dibujados, no de rosas, no se confundan mis herederos, sino con las caras de todos los responsables de que miles de personas inocentes, anden haciendo cola en las puertas del Cielo a causa de la desidia, el desprecio, el interés, la avaricia… Y todos los Pecados Capitales de la que son muestra muchos responsables políticos de la actualidad y quienes mueven sus hilos.
Y es que, estoy turbada desde que he llegado a la conclusión de que pertenezco a la franja anciana; porque, para el Coronavirus y sus angelotes gubernamentales, los “ancianos” a partir de los sesenta ya pueden ir encomendándose al Dios de Jacob y de Israel o a cualquier otro que consideren su Dios, porque ya no tienen derecho a los respiradores, que, por inexistentes, no llegan para atender más que a los que no sobrepasen cierta edad en esta pandemia a la medida que nos está recordando a todos lo que es el miedo.
«Y como soy algo teatrera a veces, en mi lápida rosa, rodearía al grupo de capullos una filacteria»
Y como soy algo teatrera a veces, en mi lápida rosa, rodearía al grupo de capullos una filacteria que diría con letras flameantes: “Antes de un año os emplazo en el tribunal de Dios”; como hizo El Gran Maestre de la Orden del Temple: “Jaques de Molay” cuando iba a ser quemado vivo frente a la Catedral de Notre Dame, que, después de proclamar su inocencia y la de la Orden, lanzó una maldición por la que emplazaba a los responsables: Felipe IV de Francia, el Papa Clemente V y alguno más; culpables todos ellos de una indigna conspiración para la deshonra del Temple a causa de la Avaricia del Rey y la envidia del Papa. Sobre todo, con la aviesa intención de apoderarse de las riquezas enormes de los templarios: Como siempre, el dinero y el poder entrelazados con la injusticia.
Lo bueno es, que él, sí fue escuchado y se llevó a los injustos antes de que pasara un año. ¿Será también porque la muerte se paga con la muerte? Yo, no sé si tendría en el otro mundo tanta mano, pero ¿a que asusta? Pido perdón por entremezclar cierto humor con un tema que es extremadamente triste, pero suelo evitar la oscuridad total y no me detengo en el desgarro: pura protección terapéutica para un espíritu ocupado en no profundizar en obviedades que prometan dolor innecesario.

«A mí, me parece que el dolor no es más que la opción que queda cuando la inteligencia es ignorada»
La mayoría de la humanidad reverencia al dolor y lo siente como un maestro. A mí, me parece que el dolor no es más que la opción que queda cuando la inteligencia es ignorada. Totalmente innecesario y casi siempre procedente del mal, del error y de la ignorancia. Quienes conscientemente lo provocan son, para mí, los más culpables en la escala de “La culpa”.
Y en este periodo de tiempo, al igual que El Verbo, que se hizo carne y habitó entre nosotros, se han hecho carne también todos los pecados, pues el mal, tiene también sus mesías, sus avatares y sus enviados. El equilibrio eterno entre los dos polos: el bien y el mal, se está decantando hacia el lado negativo. Y nosotros, no sabemos como hacer para que nuestras justas “maldiciones” sean escuchadas y reivindicadas las quejas de todas las criaturas que, en el mundo, sufren y mueren bajo la bota de toda clase de malvados y asesinos.
Si Morlay obtuvo su Justicia es que se puede. Pero en nuestras sociedades, donde gran parte de la gente se ha olvidado de Dios y ya no sabe ni rezar, queda la energía del deseo y de la oración disuelta; y el campo, abierto para “los otros”.
«Lo compro barato y lo vendo caro a los mercaderes que aún lo venderán más caro al confuso rebaño»
Al contrario de lo que creen muchos, como que hay que vestirse raro y viajar a la otra punta del mundo, por ejemplo, para comunicarse con Dios. O rodear a un solo hombre que se apodere del derecho de hablar con el Dios de todos haciéndose pasar por intermediario… (Ya estamos con el sistema humano: Un intermediario divino igual que un intermediario de patatas. “Lo compro barato y lo vendo caro a los mercaderes que aún lo venderán más caro al confuso rebaño». Pues, como decía, sobra cualquier parafernalia: Si hay un Dios, está aquí mismo, en el latir del corazón, en su respiración.
De niños nuestra madre nos ponía a rezar antes de dormir; arrodillados con las manos juntas, lanzábamos al aire frases aprendidas dedicadas a los angelitos o al Niño Jesús. En otras religiones también, que la esencia es la misma en todas partes, aunque el escenario esté adornado al uso del hombre del momento. No había que ir a ninguna parte ni hacer nada excepcional, solo hablar. Y nadie se preguntaba qué pasaba con esas palabras. Llegaban y punto; porque Dios siempre está cerca, y todos lo sabemos en algún rincón secreto de nuestro corazón.
«Nos han educado para creer siempre en intermediarios, tanto humanos como divinos»
Nos han educado para creer siempre en intermediarios, tanto humanos como divinos. Santos intercesores, héroes salvadores, avatares, mártires … Con la intención de que olvidemos que nosotros, tenemos mucho más que ver en el problema y en la solución de las cosas.
Debido a esa educación inversa, funcionamos como un rebaño a las órdenes de los ladridos de cualquier perro.
Nos sentimos una unidad agraviada a la que alguien, va a “hacer” algo. Nos dejamos avasallar todos los días y por todo aquel capaz de comprender que no es tan difícil hacerlo. Entre nosotros habita lo peor. Pero estoy segura de que también lo mejor. Busquemos eso mejor, del que tenemos cada uno una parte y hagámonos conscientes de nuestro protagonismo y no de nuestra esclavitud.