Cacharrería mental: Se cambia cencerro de la locura por una dosis de cordura social. Por Manuel Artero

«Durante sus últimos días de vida, Josefito conservó el cencerro de su mascota de ojos grandes, y lo transformó en amuleto, abalorio de la suerte»
Josefito, siempre a contracorriente, no entendió nunca por qué sus compañeros pisaban a los demás para medrar, y cuando le dijeron que así estaba regulado en el manual de ascensos, abandonó el trabajo. Sus vecinos, a continuación, le demostraron que sin una pizca de egoísmo y cierta capacidad para levemente abusar de los demás, no haría amistades. Ni el pan ni la sal, según las reglas del juego social.
Soñador, romántico y un poco asceta, aceptó que le definieran como loco cuando decidió comprar una vaca para poder mirar unos ojos sin malicia. Y esa mirada, intrascendente y sincera, le dio cierta estabilidad emocional durante unos pocos años. Pero lo cierto es que Josefito tuvo mala suerte y en su retiro espiritual, le volvió a atrapar la cordura de la racionalidad social, esta vez que fue la última, en forma de virus alimentario. Su vaca contrajo el mal de la locura y se vio obligado a sacrificarla.
Este golpe no lo superó nunca y durante sus últimos días de vida, Josefito conservó el cencerro de su mascota de ojos grandes, y lo transformó en amuleto, abalorio de la suerte. Cuando expirando me lo regaló, dijo muy lentamente: “cada vez que lo suenes podrás sentir la emoción de la locura que inspira a los hombres libres y si no lo consigues, al menos al cerrar los ojos podrás ver ese prado en primavera con el que sueñas todas las noches”.
Lo cambio por, tan solo, una sola dosis de cordura social que me permita evitar esas ostias que la vida me estaca en cada uno de los momentos que espero de los demás lo mismo que doy por ellos.