
Recuerdo junto a la puerta de la casa en que don Miguel de Unamuno vivió en Salamanca algunas reseñas históricas de sus dos últimos meses de vida. Tan actuales hoy en día, tan repetidas, que parecen polémicas y titulares de hoy. La libertad de cátedra, las autonomías, el secesionismo, el odio y la guerra como simples metáforas y no conceptos de los españoles empeñados en la recreación del mito de Sísifo y por tanto condenados eternamente a cargar con la piedra que hoy promocionan toda la camarilla de golpistas.
«Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir, dijo Unamuno»
Justo aquí, en la calle Bordadores, donde don Miguel de Unamuno vivió y murió gran parte de su vida y una lápida costeada por suscripción popular recuerda al vecino catedrático y rector, al intelectual, novelista y filósofo, desgraciadamente olvidado o recreado con intereses bastardos.

Desde sus ventanas vio el alto de muro de las Ursulinas que hoy acoge a su escultura. Sufre en soledad y la piedra franca se convierte en su último horizonte, resignado y encerrado, como está, bajo arresto domiciliario durante los dos últimos meses de vida, desde el incidente del 12 de Octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad, de la que es rector, durante el acto de apertura del curso académico que coincide con la celebración de la Fiesta de la Raza. Un «rifi rafe» ideológico y político en el que el profesor toma la palabra en público por última vez en su vida, precisamente para referirse a España y que ya ha quedado registrado tanto en innumerables libros de historia como en los anaqueles de la imaginería popular por su enfrentamiento con el general Millán-Astray.

Unamuno preside la ceremonia, en la que no esta previsto que tome la palabra, a la que asisten cuatro oradores , José María Ramos Loscertales, el dominico Vicente Beltrán de Heredia y Ruiz de Alegría, Francisco Maldonado de Guevara y, José María Pemán. Los dos primeros glosan «el Imperio español y las esencias históricas de la raza».
Maldonado, por su parte, lanza un furibundo ataque contra Cataluña y el País Vasco, calificándolas de «anti-España» y de cánceres en el cuerpo sano de la nación y está previsto que España, sabrá como exterminarlos, «cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos».
Pemán, finalmente, acaba su discurso intentando enardecer a sus oyentes: «Muchachos de España, hagamos cada uno en cada pecho un Alcázar de Toledo».

Entre los asistentes Millán-Astray que al parecer siente una profunda enemistad con don Miguel que aprovecha la exaltación para lanzar su famoso grito de Viva la Muerte y don Miguel que se levanta y toma la palabra:
«¡Este es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho».

Unamuno y Salamanca eternos y la reflexión de España en 1936 con la guerra civil en sus comienzos igual que hoy. Es la canción triste de la auténtica memoria histórica que, cuesta abajo, me lleva hasta ese río Tormes hoy tan crecido de agua como siempre de cultura y en el que tan solo los poetas supieron ver sus reflejos de concordia.
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