
«El miércoles 4 de diciembre, los españoles ocuparon dos isletas cercanas a la parte del dique que ocupaba el tercio de Iñiguez, que Bobadilla guarneció»
El miércoles 4 de diciembre, los españoles ocuparon dos isletas cercanas a la parte del dique que ocupaba el tercio de Iñiguez, que Bobadilla guarneció y puso al mando de sendos capitanes: en una de ellas asentó una pieza que contribuyó eficazmente a mantener a distancia la flota.
Mansfeld, que había recibido el aviso de Bobadilla, se trasladó a Bolduque y desde allí envió al alférez Francisco de Zambrana, natural de Linares, con el mensaje de que en un par de días tendría embarcaciones para atacar a los rebeldes indicándole a Bobadilla «procurase entretenerse lo mejor que pudiese» a lo que éste replicó, a través de Zambrana, que aunque estaba escaso de bastimentos y municiones, ya que los sitiados tenían todavía carne de vacas y caballos, pero carecían de pan y leña que escaseaba en el dique; Mansfeld no debería apresurarse hasta estar seguro del éxito.
Cuando aparecieran las embarcaciones de Mansfeld, Bobadilla estaría preparado para cooperar al ataque con nueve pleytas (barcazas), con infantería embarcada para con ellas cerrar simultáneamente contra los buques rebeldes.
Esa noche, que se supone era clara pues se acercaba el plenilunio, cuando volvió Zambrana con la respuesta del Conde Mansfeld, la flota rebelde ocupaba todo el horizonte entre Bolduque y Empel. A Zambrana le había costado encontrar marineros que quisieran llevarle. Bobadilla resolvió la dificultad con diez escudos para cada marinero y la promesa de otros tantos a cada viaje. Como apostilla el capitán Alonso Vázquez, que fue testigo presencial: «no hay remedio más eficaz que el dinero, pues sin él no hay que esperar buenos sucesos en estas pretensiones, particularmente en las de guerra«.
La mañana del jueves 5 de diciembre, Bobadilla ordenó a los Sargentos Mayores de los tercios que aprestaran las pleytas que habían de cooperar al ataque de Mansfeld. En cada una irían dos capitanes, diez piqueros, diez mosqueteros y diez arcabuceros.

«Como preparación espiritual, los designados «confesaron y comulgaron como siempre que han de pelear lo acostumbra la nación española»
Esta composición reflejaba la de los tercios, y permitía contar con fuego de gran alcance con mosquetes, fuego próximo con arcabuceros, y picas para el combate inmediato cuerpo a cuerpo.
Como preparación espiritual, los designados «confesaron y comulgaron como siempre que han de pelear lo acostumbra la nación española“, y quedaron alertados a la espera del ataque de Mansfeld.
Ese mismo día, Bobadilla, acompañado de los capitanes más antiguos y expertos, pasó al castillejo de los italianos para estudiar la posibilidad de vadear lo anegado, que le pareció factible, tal como se le habla informado. Además, la inmovilidad de las naves holandesas hacía suponer que temían tocar fondo y que estaban situadas sobre algún canal oculto por la inundación.
El Capitán Melchor Martínez se ofreció voluntario para informar a Mansfeld de éste y otros extremos, y partió del castillejo en una barquilla con tres soldados españoles costeando la orilla meridional del dique por los campos anegados, presumiblemente en dirección este-oeste.
Tres naves ligeras rebeldes salieron en su persecución, y aunque Melchor llegó al dique de enfrente antes que ellos no se atrevió a saltar a tierra dado que tenía la duda de si era tierra del rey o de los rebeldes, y continuó aguas arriba del Mosa perseguido de cerca. Finalmente les dieron alcance y hubieron de desembarcar; los soldados que lo acompañaban lograron llegar hasta el Conde Mansfeld, pero el capitán resultó herido y fue capturado. Trasladado a un buque rebelde, fue bien atendido hasta que murió. Este fue el único enlace que supieron los rebeldes; los demás pasaron inadvertidos.
La captura de Melchor Martínez, alentó la seguridad de los rebeldes en el éxito, y demostró a Bobadilla que no había posibilidad de vadeo ya que la flota rebelde se movía con libertad por los campos anegados. Las esperanzas de romper el cerco se reducían por tanto a que el doble ataque dispuesto por Mansfeld tuviera éxito, o a la conquista sucesiva de uno de los rosarios de isletas que unían Empel con Bolduque.

«Prudentemente, Francisco Arias de Bobadilla hizo ocupar otra isleta frontera al castillejo y la guarneció con infantería al mando de dos capitanes»
Prudentemente, Francisco Arias de Bobadilla no dejó de impulsar continuamente esta segunda posibilidad; hizo ocupar otra isleta frontera al castillejo y la guarneció con infantería al mando de dos capitanes, amén de dos piezas que alejarían los fuegos de la flota rebelde sobre los rasos del dique.
En la otra orilla mientras tanto, Juan del Águila había conseguido llevar con sus hombres, ya que carecía de caballos, tres piezas de Bolduque al lugar de Horte, a medio camino entre Empel y Bolduque, y con ellas hacía nutrido fuego con la triple finalidad de castigar a la flota rebelde, alejarla de la isleta recién ocupada y tratar de evitar que los rebeldes ocupasen alguna de las isletas e impidieran así la salida de los cercados en saltos sucesivos. Al fuego de las piezas de Horte se sumaba el de la isleta recién ocupada.
Un mensaje del Conde de Mansfeld que había traído Zambrana alentó la esperanza de los cercados: el Conde comunicaba que ya tenía cincuenta barcas situadas estratégicamente unas leguas aguas arriba del Mosa, y que antes de despuntar el alba embarcaría el tercio de Juan del Águila para caer sobre la flota rebelde. En ese momento y tal como se había planeado, Bobadilla debería atacarla también con sus medios disponibles.

«La señal para comenzar el ataque serían los disparos de dos piezas de artillería y grandes fuegos y humos propagados desde la iglesia de Horte»
La señal para comenzar el ataque serían los disparos de dos piezas de artillería y grandes fuegos y humos propagados desde la iglesia de Horte. En consecuencia, Bobadilla tomó disposiciones para que las pleytas estuvieran listas antes del amanecer, y sus dotaciones «con ánimo increíble» esperando las señales para el comienzo del ataque.
Sin embargo, los rebeldes, a pesar del fuego español, habían logrado ocupar las dos isletas más próximas a las de los sitiados, y trabajando febrilmente durante toda la noche tenían prácticamente terminado un fuerte. Para mayor seguridad habían apostado sus barcos enfrente, y su nave capitana la habían situado atravesada en la cortadura decisiva.
Cuando Mansfeld vio los fuertes al amanecer del viernes 6 de diciembre hizo que los batieran furiosamente durante dos horas desde el dique de Grave que situado frente a ellos con las piezas de artillería que los hombres de Juan del Águila habían llevado trabajosamente hasta allí, pero ni su fuego, ni el de las restantes piezas españolas impidió que los acabaran.

«Lo peor para los sitiados era el frío, el hambre y la desnudez, que tanto les apretaba por estar al rigor del tiempo sin ningún reparo donde poder cubrirse ni valer de noche y día, y sobre unos diques yermos y solos, donde iban perdiendo ya las esperanzas de ser socorridos»
Desde la otra orilla, los sitiados en vez de ver las señales de ataque observaron las isletas ocupadas y los fuertes enemigos recién construidos motivo por el que «comenzaron a afligirse«, y no era para menos pues se encontraban apiñados como piojos en costura en unos islotes casi insuficientes para albergarlos, «veianse en muy gran turbación y trabajo, y el menor que pasaban era el frío, hambre y desnudez, que tanto les apretaba por estar al rigor del tiempo sin ningún reparo donde poder cubrirse ni valer de noche y día, y sobre unos diques yermos y solos, donde iban perdiendo ya las esperanzas de ser socorridos«.
Bobadilla envió a un alférez para que averiguara las causas de la suspensión del ataque, y por la noche llegó Zambrana con la noticia de «que el enemigo habla incendiado las embarcaciones sin dejar ni una”, por lo que a partir de este momento, la única posibilidad de escape imaginable, y descabellada por otra parte, era la de ganar las cortaduras fortificadas por los rebeldes, es decir, atacar, desembarcar, y asaltar una y otra vez bajo el fuego de la flota y los fuertes rebeldes.
El sábado 7 de diciembre de 1585, el Tercio del Maestre de Campo Francisco de Bobadilla combatía por España y la Fe católica en Holanda. La isla de Bommel, entre el Mosa y el Waal, era el reducto defendido por aquel Tercio Viejo, bloqueado por completo por la escuadra del Almirante Holak. Cinco mil hombres guarnecían la isla, «cinco mil españoles que eran a la vez cinco mil infantes, y cinco mil caballos ligeros y cinco mil gastadores y cinco mil diablos«, como dijera de ellos un almirante francés.
Esta isla «Bommelwaard» tiene unos 25 kilómetros de este a oeste, 9 de anchura máxima de norte a sur, formada por los ríos Mosa y Waal, que se aproximan mucho al Este de la isla, y comunicados por brazos de unión en ambos extremos de la isla. La comarca es baja, fértil y bien trabajada, y en ella existían tres plazas fuertes en poder de los rebeldes.

«Cuando supieron que los españoles se disponían a atacar, hombres, mujeres y niños fueron a trabajar al terreno anegado, en un inútil empeño de abrir paso»
El bloqueo se estrecha cada día más; ya no quedan víveres, ni pertrechos de guerra, ni ropas secas. Sólo frío y agua y barro y desesperanza. Alejandro Farnesio, el gobernador de los Países Bajos, envía unos refuerzos que nunca llegan. Los maestres Carlos Mansfeld y Juan del Águila tratan, en vano, de socorrer a los sitiados; no hay esperanzas de auxilio.
Este día estuvo denso de acontecimientos, la situación era desesperada para los sitiados pues se habían terminado los víveres, soplaba un viento frío muy intenso, y los soldados no tenían donde cobijarse, puesto que no hallaban paja ni palos para construir ni un mísero abrigo y menos era posible encontrar leña para hacer fuego.
Después de analizar la situación, Bobadilla descartó la salida por la cortadura principal de levante, y envió un capitán a decir a Mansfeld que atacara las dos cortaduras del dique de poniente que tenía más próximas mientras los sitiados con sus pleytas tratarían de conquistar las otras dos que estaban por su lado, «ya que no veía otro remedio, y aún éste incierto y casi imposible«.
Los habitantes católicos de Bolduque, que habían ayudado con sus embarcaciones y víveres a la ocupación de Bommel, y que aportaron tropas y artillería en cuanto llegó la petición de Bobadilla, asistían angustiados a la tragedia.
Cuando supieron que los españoles se disponían a atacar, hombres, mujeres y niños fueron a trabajar al terreno anegado, en un inútil empeño de abrir paso.
De las iglesias y conventos salieron procesiones, las damas principales de la ciudad exhortaban a la población a rogar por la salvación de los sitiados, ayunaban, se disciplinaban, y sacaron en procesión el Santísimo Sacramento a la orilla con grandes luminarias para que pudieran distinguirlo desde el dique, a fin de consolar con su visión a los sitiados e impetrar ayuda del Cielo, único que podía salvarlos.
Apunta Vázquez: «Parece cosa extraordinaria que en tierra de tantos herejes y donde tan mal quieren a los españoles hubiese flamencos tan piadosos que se azotasen por ellos y tan de veras procurasen el remedio, los cuales no cesaban en sus plegarías y procesiones«.
En el dique, cuando los soldados tuvieron noticia de que fracasaba el esperado socorro de Mansfeld, se lamentaban de la ausencia de Farnesio, en quien tenían puesta su confianza, y rogaban a Bobadilla le escribiera, a lo que replicaba éste que ya lo había hecho, y que el socorro sólo podía venir de Dios.
Los soldados, aunque hambrientos y ateridos, decían que de haber estado Farnesio en Bolduque ya les habría liberado, y eso que como afirma Vázquez «era costumbre entre soldados viejos españoles usar de libertades y hablar de sus Príncipes y Generales en tiempos de trabajos y necesidades”.

Algo de climatología
Antes de seguir sólo un breve cometario sobre climatología que tanto puede perjudicar como en este caso a los españoles les benefició. A finales del siglo XVI y principios del XVII hubo ocasiones en que por ejemplo el hielo perpetuo de la banquisa alcanzó las costas islandesas hasta el final del verano lo que supondría igualmente el fracaso de cualquier intento de búsqueda del paso del noroeste en la costa atlántica del norte canadiense.
Recordemos desde el punto de vista de la climatología que el siglo XVII es considerado como una mini glaciación o Pequeña Edad del Hielo (PEH) algo así como una miniglaciación que abarcó del XVI al XIX después de una Edad Media cálida.
(El mínimo de Maunder, período de 1645 a 1715, coincidió con la parte más fría de la llamada Pequeña Edad de Hielo, de los siglos XV al XVII, durante la que Europa, América del Norte, y quizás el resto del mundo, sufrió inviernos muy crudos. Veamos que la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648) se desarrolla durante esa pequeña edad de hielo).
Esa miniglaciación supuso que durante el reinado de Felipe II hubo inviernos que duraron prácticamente todo el año, incluso con nevadas en verano, a la vez que erupciones volcánicas en Perú y en Indonesia provocaron que sus cenizas llegaran hasta Europa, con el consiguiente enfriamiento global, coincidiendo con un periodo en el que el Sol mostró una actividad prácticamente nula.
El río Támesis se congeló numerosos inviernos entre los siglos XVI y XIX. Pero la congelación de ríos no fue una excepción inglesa. En España el río Ebro se congeló en Tortosa, junto al Mediterráneo, las crónicas atestiguan que así sucedió en los inviernos de 1503, 1506, 1573 y 1772 entre otros. Durante la Pequeña Edad del Hielo también se helaron en diversas ocasiones el Tajo, el Tormes y otros muchos ríos de la España interior, e incluso en 1624 ocurrió con el río Turia en Valencia. Imaginemos cómo debió de influir todo ello en las exploraciones marinas de los españoles.
De aquella época son esas, hoy abandonadas por toda Castilla y Andalucía, obras de ingeniería conocidas como pozos de nieve, donde se acumulaba el hielo y la nieve para las épocas de calor.
Pero a partir de este momento lo que sucedió debe ser juzgado por cada uno…

En esta situación, un soldado del Tercio cavaba una trinchera «más para tumba que para guarecerse«, cuando tropezó con un objeto de madera allí enterrado. Era una tabla flamenca en la que estaba pintada, en vivos colores, la Inmaculada Concepción.
Comenzó el soldado a gritar y acudieron sus compañeros que, colocando el cuadro sobre la bandera imperial española, a modo de improvisado altar, cayeron todos de rodillas entonando la Salve. El Maestre Bobadilla, considerando el hecho como señal cierta de la protección divina, arengó así a sus soldados:
«¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos. ¿Queréis que se quemen las banderas, que se inutilice la artillería y que abordemos esta noche las galeras enemigas?»
«¡Si queremos!«, fue la respuesta unánime de aquellos bravos soldados españoles.
Vistas las circunstancias, Bobadilla llamó a capitanes y soldados y los exhortó «a rezar para que Dios los librase del espantoso peligro en que estaban», y que puesto que habían fracasado los remedios que habían buscado diligentemente.
El hecho relatado fue el siguiente:
» Por último remedio volviesen todos sus corazones a Dios y le llamasen… para que mirase con ojos de misericordia aquellas pobres al mas y banderas católicas que habían peleado por defender su santa Iglesia romana… y que desde luego quitasen la mala costumbre que algunos tenían de jurar y que haciendo esto tenía por cierto que Dios los socorrería, y encargó al padre Fray García de Santisteban que todos los soldados se confesasen y comulgasen y les predicase con gran fervor lo mismo que él les había dicho… y en breve tiempo les hizo a todos estar dispuestos al martirio».
» En ésto, estando un devoto soldado español haciendo un hoyo en el dique para guardarse debajo de la tierra del mucho aire que hacía junto a su tienda y cerca de la iglesia de Empel , a las primeras azadonadas que comenzó a dar para cavar la tierra saltó una imagen de la limpísima y pura Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, tan vivos y limpios los colores y matices como si se hubiera acabado de hacer. Como si hubiera descubierto un tesoro acuden de las tiendas cercanas. Vuela allá el mismo Maestre de Campo Bobadilla… Llevanla pues como en procesión al templo entre las banderas la adoran pecho por tierra todos: y ruegan a la Madre de los Ejércitos que pues es la que solo podía hacerlo, quiera librar a sus soldados de aquella asechanzas de elementos y enemigos: que tenían por prenda de su libertad cercana su imagen entregada piadosamente cuando menos imaginaban y más necesidad tenían, que prosiguiese y llevase a cabo su beneficio «.
«Pusieron la tabla en una pared de la iglesia, frontero de las banderas, y el Padre Fray García de Santisteban hizo luego que todos los soldados le digesen una salve , y lo continuaban muy de ordinario . Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien, que por intercesión de la Virgen Maria, esperaban en su bendito día».
Quedaron los sitiados muy consolados con el hallazgo, y Bobadilla consideró llegado el momento de tomar una resolución. Convocó junta de capitanes en su refugio y expuso su parecer, que era quemar las banderas y hundir la artillería para que no cayese en manos del enemigo. Al llegar la noche atacarían con las pleytas a las principales naves rebeldes. A esto repusieron algunos capitanes que era mejor acometerse unos a otros hasta morir todos para no dar ese triunfo al enemigo, pero el Maestre de Campo no quiso oírlo y los exhortó de nuevo a elevar plegarias a Dios.
En esto un tambor enemigo llamó a parlamentar y lo trajeron vendado al puesto de mando, los rebeldes les animaban a la rendición e informaban de la muerte del capitán Melchor. Bobadilla rechazó la propuesta de rendición y despidió al tambor con recompensas para él y para quienes habían cuidado al español.