
«Resulta bochornoso cómo la batalla de Krasny Bor ha sido silenciada de forma cobarde y miserable por viles cuestiones políticas y de indescriptible miseria ideológica»
Amanecía cuando faltaban 10 minutos para las siete de la mañana de aquel lejano y olvidado 10 de febrero de 1943, cuando la temible artillería y la aviación soviética daban inicio a un ensordecedor recital de fuego y metralla. Daba comienzo la ofensiva denominada «Estrella Polar», lanzada por el alto mando de Stalin para romper el cerco de Leningrado.
Estaba a punto de desencadenarse la que para muchos historiadores fue la mayor gesta de toda la Segunda Guerra Mundial; la conocida como batalla de « Krasny Bor».

«Un país cuya casta política, sea del color que sea, no reconoce a sus héroes está abocado a su irremisible destrucción»
Allí, en aquel pueblo situado al sur de la sitiada Leningrado, aquella mañana, aquel interminable, aciago y heroico día, se habló español.
Cerca de 50.000 hombres, con el apoyo de cien tanques, artillería pesada y de aviación fueron lanzados en aplastante ofensiva contra la posición que era defendida por 5000 hombres de la División Azul, cuya único elemento de fuego para oponerse al enemigo era el de sus fusiles mauser, además de sus granadas de mano y por supuesto su irreductible valor.
El general Arambaru Topete, superviviente de aquella gesta, desgranaba los hechos en el magistral y ya desaparecido programa de televisión «España en la memoria», dirigido por Alfonso Arteseros, recordando que «Aquello no fue una ofensiva normal, aquello fue una ofensiva en toda regla para aniquilar a la División Azul«.

«Tras unas infernales e inacabables primeras horas, los soldados de la 250 división aguantaron el inacabable y ensordecedor chaparrón de sangre y fuego»
Tras unas infernales e inacabables primeras horas, los soldados de la 250 división aguantaron el inacabable y ensordecedor chaparrón de sangre y fuego, cuando la aviación y la artillería dejaron paso a las unidades de infantería, fue cuando se mostró que no hay en el mundo nada ni nadie más peligroso que un español acorralado.
Las tropas del ejército rojo empezaron a sufrir la fiereza, fuerza y pétrea firmeza en combate de los herederos de los heroicos tercios que en su día lideraron en Flandes don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel el «Gran Duque De Alba» o en Italia el cordobés Gonzalo Fernández de Córdoba, «El Gran Capitán».
Se puso de manifiesto el heroísmo del pueblo mediterráneo con mayores pruebas de valentía que ha conocido la Historia contemporánea.

«La ofensiva Estrella Polar, se estrelló aquella fría mañana de febrero contra la inesperada resistencia de aquellos bravos españoles»
El resultado final de la batalla fue estremecedor: Compañías diezmadas y algunas prácticamente aniquiladas en su totalidad, especialmente destacada fue la del capitán Teodoro Palacios Cueto, alférez provisional durante la Guerra Civil.
Sobre el frío y arrasado campo de batalla yacían cerca de 2000 bajas españolas además de cientos de prisioneros a la vez que en las filas del ejército ruso, se dejaban en el campo de batalla cerca de 15000 hombres… Una auténtica escabechina protagonizada por aquellos alegres y morenos bajitos, amantes del vino y de la copla.
La ofensiva «Estrella Polar», se estrelló aquella fría mañana de febrero contra la inesperada resistencia de aquellos bravos españoles prolongando el cerco establecido durante un año más.
Resulta bochornoso cómo aquella batalla ha sido silenciada de forma cobarde y miserable por viles cuestiones políticas y de indescriptible miseria ideológica.
En los Estados Unidos de América, miran con admiración y envidia aquella gesta. La admiran y respetan a la vez que se lamentan del hecho de no haber sido una división de marines, en lugar de una española, la que se hubiera cubierto de gloria bajo el fuego y la nieve aquel día.
Al mismo tiempo les resulta incomprensible y les produce vergüenza ajena ver cómo un país no reconoce el valor de sus héroes al margen de colores e ideologías.
Un hecho, una gesta de tal calibre, es motivo suficiente para ser reivindicado y sentirse orgulloso del mismo manteniendo vivo su recuerdo.
Justo es, como prueba de gratitud, dar honrado homenaje a falta de un memorial pétreo que recuerde en el aniversario de la batalla, al heroísmo de aquellos españoles para que los que dieron su vida por España, en cualquier momento de la historia, jamás caigan arrumbafos en el polvoriento zaquizamí del olvido.