
«En su honor recuerdo esta frase heredada de mis seres queridos: Querido hijo, querida hija, os quiero libres y en esencia, no quiero nada más»
Esta mañana mi corazón ha estallado de emoción al encontrar vivo a mi viejo amigo, don «Maciu Roberts», un diplomático de solera ya jubilado, residente en Madrid desde hace mas de diez años y con el que habitualmente repaso la actualidad política internacional y española cuando nos vemos en la plaza de Santa Ana. Ya saben, el golpismo catalán, el Brexit, las tensas relaciones entre China y los Estados Unidos, la tragedia de Venezuela o el patán de Sánchez, pero hoy a un metro y medio de distancia entre los dos, y sin estrecharnos la mano, mi alegría ha durado apenas unos segundos más después del buenos días. He sentido al diplomático al borde de sus fuerzas y lo primero que me ha dicho es que sufre la soledad como nunca. Enseguida en nuestro encuentro hemos acabado conjugando el vital tema de nuestros hijos y la supervivencia,
Maciu es un inglés, british style al modo del terno que luce Lorca en su monumento frente al Teatro Español y que, salvo por su pronunciación, dulcemente ganglosa, demuestra en cada párrafo e irónica sentencia, que gasta un conocimiento del español mas refinado que muchos de mis vecinos nacidos cerca de ese otro monumento a Cascorro, en Lavapiés.
Mathew, en realidad se escribe así, nació en Bath, muy cerca de Oxford, una ciudad que hoy, y en gran medida, vive y sus ciudadanos comen roast beef una vez a la semana, gracias al turismo y sus ruinas, porque su cuna es de las pocas que, en la pérfida Albion, recuerda en sus ancestros, el legado de los romanos en la mítica Britannia de la novena Legión y, merced al buen estado de conservación con que cuentan los baños públicos que construyeron los ingenieros de las legiones, se permite para sus ciudadanos y la buena educación de sus hijos, una economía liderada por el sector servicios del turismo del que tan enganchados estamos en la vieja Hispania.
El caso es que ya me lo había dicho hace unos meses a mi amigo «Maciu» se le fue para el eterno mas allá, el mayor de sus hijos, un médico titulado y solidario onegero, como consecuencia de una ráfaga terrorista en el atentado al centro comercial de Nairobi, que todos los occidentales vimos por televisión, hace ya ocho años con los aspavientos de la fiebre que nos procura la injusticia terrorista cada vez que nos asalta desde la pequeña pantalla. Por ello mi amigo inglés es, al día de hoy, el ejemplo mas cercano con que cuento de ese viejo sofisma que nos remarca a los humanos que no hay nada mas terrible que enterrar a nuestros vástagos. Y sus ojeras, su pesimismo e insatisfacción, su soledad que me manifiesta hoy, son la prueba real de las consecuencias de la maldición, ese exagerado desorden, y maldita su gracia, que tuerce las relaciones lógicas de la vida y la muerte.
Me dice Maciu con especial flema y solemnidad, que los españoles somos geniales, y que a él si hubiera nacido en Albacete, por ejemplo, le llamarían facha porque no acepta y no aceptará nunca la ideología nacionalista con la que los alemanes bombardearon su patria durante la segunda guerra mundial. Porque el no confía en los totalitarios que se creen superiores por su ideología. Y en su honor recuerdo esta frase heredada de mis seres queridos: Querido hijo, querida hija, os quiero libres y en esencia, no quiero nada más.
Don Manuel
no tengo nada que agregar.
Tu palabra es también la mía, y mis manos las tuyas.
Y con el absoluto respeto a tu señora,vuestros hijos y toda tu sangre, cada dia os quiero más.