
«La tumba del escritor irlandés Oscar Wilde, absoluto dandi de la historia, desterrado por su voluntad en París y que murió solo, y desahuciado, a causa de su homosexualidad»
Me fascina la historia de la tumba de Oscar Wilde (1854-1900), auténtico símbolo de la mitomanía y a la vez, del poder destructivo que desata la irracionalidad de la pasión o ese íntimo gesto de cariño que representa el beso.
Desde el inicio del siglo pasado los cientos de miles de visitantes del cementerio parisino de Pere Lachaise, y para así, dejar como testimonio de su amor el dibujo de unos labios rojos de carmín, comenzaron a besar la escultura que corona la tumba del escritor irlandés, absoluto dandi de la historia, desterrado por su voluntad en París y que murió sólo, y desahuciado, a causa de su homosexualidad.
Los cronistas hacen coincidir en el tiempo como principio de esta pasión el cierre, con unas cutres vallas, de la tumba de otro dandi internacional, la del cantante y fundador de la mítica banda “The Doors”, Jim Morrison, que hasta 1999 se había convertido en el epicentro pasional de las peregrinaciones al cementerio.
Y en ese juego infinito de los círculos concéntricos que perfiló el genial Jorge Luis Borges, sabemos ya que alguna de las cicatrices de carmín, seguro borrada por el paso del tiempo, la realizó Jim Morrison, porque el ídolo juvenil era uno de visitantes frecuentes del mausoleo de Oscar Wilde.
El cantante de The Doors, se había mudado a París para dejar atrás sus problemas con la Justicia de Estados Unidos que lo perseguía por “conducta libidinosa” arriba del escenario. Y en la Ciudad de las Luces, Morrison dedicó su tiempo a escribir poesía y pasear por el cementerio junto con su novia Pamela Courson. Los especialistas como «gold price» aseguran que una semana antes de morir se acercó al cementerio para homenajear a su héroe literario Honoré de Balzac y al compositor Frédéric Chopin. Siete días después, el panorama contrastaba con el furor que hoy despierta su tumba: a su velorio asistieron cinco personas. Morrison tenía 27 años y, aunque nunca quedó claro de qué murió, su pasado cargado de experimentación con las drogas lo acompañó a Europa.

«Tantos y tantos millones de besos para la memoria de Oscar Wilde en la escultura de su panteón, un ángel desnudo con las alas desplegadas»
Tantos y tantos millones de besos para la memoria de Oscar Wilde en la escultura de su panteón, un ángel desnudo con las alas desplegadas, que estaban causando la erosión de la piedra de la estatua, una obra realizada en 1911 por el artista Jacob Epstein (1880-1959).
Pero veo con admiración que hoy los visitantes siguen besando. Besan el cristal, y sobre todo al tronco de un árbol que da sombra a este conjunto que representa como ninguna otra cosa en el mundo el poder de la mitomanía. Y es que quizás todos aquellos que deciden dar un último beso a una memoria, quizás un recuerdo o una ilusión, concentran en ese instante toda su vida porque como dijo el poeta “A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto. Tan solo existimos”.
LABIOS SOBRE LA TUMBA
Oscar Wilde In Memoriam
(Soneto en versos alejandrinos)
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Bañan tumba labios repujados sobre cemento.
En Pere Lanchaise silente traviste gloria
pidiendo restañar con besos herida memoria
al reo del amor oscuro sin monumento.
Mimos de empatía enjugan sufrimiento.
Urge sepultar odios de afrenta difamatoria
aunque diferida empequeñezca la victoria
de humana condición sobre iras del momento.
Labios que suturan piel rasgada con besos
ante el lienzo en sombras de tu desventura
invalidan condena rapaz de los posesos
quienes vieron demonio en ángel de locura.
Torvo y voraz tribunal de secuaces obsesos,
hoy sobre febril veredicto solfea partitura.
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© Eduardo Vladímir Fernández Fernández
12 de julio de 2012
Derechos Reservados
Un sorbo de aire fresco en este mar de arrebatos malos es este artículo. El mejor arrebato, un beso. ¡Viva Oscar Wilde!