El plumero de la moralidad. Por Manuel J. Pérez Lorenzo

El plumero de la moralidad

«A nuestra izquierda se le ve el plumero de la moralidad pero la Historia siempre termina alcanzando a los traidores por mucho que corran»

Nuestra Izquierda radical patria está muy nerviosa. Me refiero, evidentemente, al PSOE y al batiburrillo, a lo vida de Brian, de Sumar, Podemos, Partido Comunista, Confluencias, Frente Popular de Judea, Frente Judaico Popular, Frente del Pueblo Judaico, Frente Popular del Pueblo Judaico, y media docena más de cadáveres políticos vivientes que nos llegan desde el pasado, arrastrando sus miembros putrefactos para morder a los vivos e infectarlos a lo Walking Dead. Sí, por supuesto que me refiero también al PSOE, que, desde Zapatero, es un partido colonizado por las ideas populistas de un tipo que nunca debió llegar a ser ni el presidente de su comunidad de vecinos (ingenierías sociales, educaciones para la democracia, guerracivilismos, pactos del Tinel, acontecimientos históricos planetarios, despilfarros económicos…); un pobre PSOE, cuyos miembros y simpatizantes no sectarios no se podían llegar a creer que pudiera ir todavía a peor. Sin embargo, sí que se ha podido. 

 

Y, ese nerviosismo, lo vemos porque, ya no es que no les llegue la camisa al cuerpo y que vistos de refilón tiriten tanto que cada uno parezcan al menos dos, solamente por motivo de todas estas manifestaciones de indignación y repugnancia contra Pedro Navaja y sus muchachos (protestas ciudadanas en las calles, opinión escrita combatiente, redes sociales que explotan, conferencias académicas, políticas y culturales, Poder Judicial alarmado, comunicados de asociaciones de fiscales, de inspectores de Hacienda y de empresarios, Unión Europea preocupada, socialistas que levantan la voz, independentistas que se ríen abiertamente…). Qué va. Nuestros izquierdistas ya saben que la ciudadanía española viene saliendo a las calles a defender sus ideas y a hacer caceroladas contra las indecencias. Lo sabe, porque, hasta hace poco, ellos eran parte de esas manifestaciones de no conformismo y de rebeldía. No les puede llamar a sorpresa. Y no les puede llamar a sorpresa porque no ha sido la ciudadanía quien se ha desmarcado de una forma de actuar, sino que han sido ellos —la Izquierda radical— los que se han bajado huyendo del barco común, dejando solos a los que tachan de no ser de los suyos. Son ellos los que han abandonado la lucha común de la ciudadanía, que se manifestaba contra el terrorismo, contra el trato asqueroso que se da a más de la mitad de nuestros compatriotas en Cataluña, contra los sediciosos y malversadores, contra los intentos de romper la igualdad ante la ley entre españoles, o contra las demandas depredadoras autonómicas independentistas. 

 

No: se advierte que están muy nerviosos porque sus portavoces y también sus terminales mediáticas ya están tratando de revolver las aguas para empantanar el problema con el que se han encontrado. Sus portavoceros expanden niebla y fango sobre los hechos, para que los suyos aunque pierdan el sentido de la realidad tengan a mano un argumentario que soltar como papagayos. Pero lo que no les dicen es que esos argumentos solamente les sirven a ellos, servidores públicos que tienen la cara de lanzarlos en ruedas de prensa fake y no contestar a las preguntas que se les hacen, los muy… demócratas; y que, sin embargo, no sirven para esos ciudadanos de a pie que les compran su mercancía averiada y que todavía creen en la Izquierda y que sus dirigentes son limpios, porque, cuando en una tertulia o en el café sueltan esas patochadas, siempre les son aplastadas por la realidad. Son simple carne de cañón para el establisment de sus partidos del pueblo. 

 

El problema de nuestra Izquierda radical es que, en realidad, no es democrática, porque no acepta ni entiende que la discusión de ideas es legítima porque quizás ellos puedan no tener razón, y que la alternancia en el poder también lo es, porque, si no, el detentador se llega a creer que el poder es suyo. La Izquierda no acepta que la Derecha pueda gobernar, porque no entiende que los ciudadanos puedan no ser de izquierdas. Así, hay que hacer cordones sanitarios; todo (pero absolutamente todo) vale para que no gobierne la Derecha; y lo que para ellos, que cuando lo hacen, es ejercicio de libertad, muestra de higiene social y jarabe democrático, sin embargo, cuando lo hacen los demás —no ya solamente los de derechas, sino cualquiera no concedido de izquierdas—, entonces, eso exactamente lo mismo ya es fascismo, guerrilla urbana e intentos de coaccionar al partido. En fin, una muestra más de la ley que más les gusta a nuestros gobernantes de izquierdas: la Ley del Embudo (así, así, en dura pugna con la de Amnistía). 

 

Pero no era de eso de lo que hoy quería hablar. No. Que la Izquierda está muy nerviosa se nota en otros detalles mucho más sutiles: en los movimientos, no ya de sus portavoces, sino de sus terminales mediáticas. 

 

Un gran amigo mío de la infancia, que contrajo el socialismo muy de joven, aunque de una cepa no sectaria y, por lo tanto, no tan virulenta, y con quien, a pesar de todo, es un placer intercambiar argumentos y hasta discutir de política, hace muy poco me envió un artículo publicado en un periódico global —hace unos años independiente— de Madrid, titulado Desmoralizar la Política, del catedrático de Filosofía Política, Daniel Innerarity. Este rotativo de izquierdas no suele dar puntada sin hilo, y, si publica esta reflexión, es, sin duda, con el objetivo de echar un cable a quien en estos momentos más necesitado está de que en el desempeño de la Política no se hable de Moral. 

 

Nos dice este artículo que la política, hoy en día, está planteada más en términos morales que de acuerdo con la lógica que le sería más adecuada, que al parecer debe de ser, aunque no lo verbaliza, que el fin justifica los medios. Y el quid de esta reflexión se encuentra en que afirma, y con razón, que el primer damnificado de la moralización es la capacidad de negociar, porque sobre intereses todo se puede negociar, pero ello no es posible si hacemos de todo una cuestión de principios. ¡Pero lo dice como algo negativo! Es decir, que hay que dejar a un lado los principios, cuando hablamos de Política: en la medida en la que es esencial para una democracia establecer un marco de controversia, la moralización de la política es un claro peligro”. 

 

Algo huele muy mal en todo esto. Primero, porque nos trata de convencer de que estar completamente a favor de algo y reconocer el derecho de otros a sostener lo contrario (que no es sino uno de los principios básicos del liberalismo; o sea, un principio básico de derechas), significa que, de acuerdo con ello, se debe obligatoriamente aceptar que hay que defender una posición sin arrojar una sospecha de inmoralidad hacia quien no lo ve así. Y, no: entre otras muchas razones para defender las propias posiciones frente a las de los demás, está la muy importante de que las posiciones de esos demás sean inmorales. Éste es un ejemplo más del dogmatismo y del hegemonismo izquierdistas: sólo vale el tipo de argumentos que ellos dicen que deben valer. 

 

Y esto nos lleva a un “segundo” del por qué algo huele mal en toda la argumentación del artículo. Un filósofo no puede ignorar la diferencia entre Ética y Moral. La Moral es un conjunto de expresiones del comportamiento humano basadas en los valores y tradiciones aceptados por una sociedad y en un tiempo concretos. Por lo tanto, la Política, cuya dimensión es incuestionablemente social, de organización de grupo humano, no puede abstraerse del comportamiento moral. Quizás, un político no deba obligarse a (o no pueda) ser político y ético a la vez, y sea la Ética lo que haya que extraer del juego político, porque la política no va ni del bien ni del mal, ni de ser consecuente con sus propios principios, sino, a lo que se ve, de conseguir unos fines sin reparar en los medios. Es decir, si un político no es ético, pues no pasa nada, ya está descontado, va de sui; pero sus actos sí que tienen que ser morales, porque juegan en el mismo nivel que la política, no en el de la individualidad como persona sino en el de ciudadano como integrado en un grupo humano, y tienen, por fuerza, que corresponderse con los valores de esa sociedad y ese tiempo concretos, o, si no, pueden y tienen que ser censurados por no hacerlo. 

 

En definitiva, si Sánchez no está actuando según sus principios, allá él. No estará actuando éticamente, porque lo está haciendo políticamente, y, en realidad, ya tampoco nadie espera más del sujeto.  Pero la Política tiene una dimensión social que le obliga a ser moralmente consecuente con los valores de la realidad social en la que opera. Eso no se le puede quitar al ejercicio de la política, como reclama el citado artículo, porque no sería un allá él, sino que sería un allá nosotros. Y nuestra realidad social, sin atisbo de ninguna duda, necesita transparencia, demanda honradez, quiere que la palabra dada se cumpla, espera que no se olvide a las víctimas y a los muertos, pide justicia e igualdad de trato ante la ley… Es decir, sobre todo, reclama decencia. No es tan difícil de entender.   

 

Por lo tanto, ese intento, ahora, de desvincular la moral de la política es una engañifa más: cómo nadie sensato en la Izquierda quiere reconocer que Sánchez no está actuando moralmente, vamos a tratar de negar que tenga que hacerlo. Esto sí que es hacer, de la necesidad, virtud. Tantos años…, tanta brasa con la superioridad moral de la Izquierda…, y, de repente, resulta que en Política no se debe contemplar la Moral. 

 

Sí, he dicho allá él, pero que no olvide que la Historia siempre termina alcanzando a los traidores por mucho que corran. Pedro Navaja, matón de esquina, quien a hierro mata a hierro termina. Y créanme, gente, que, aunque hubo ruido nadie salió, no hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró...  

 

Y es que, por fin, a la moralidad de izquierdas se le ve el plumero. 

Manuel J. P. Lorenzo

Soy abogado desde hace más de treinta años y empresario, y fui muchas más cosas, que son las que me han traído hasta aquí. Crecí de niño en el barrio de Usera de Madrid, fui Inspector de Policía en lucha antiterrorista en el País Vasco de los 80’, estuve preso y conocí once cárceles, defendí a algunos de los mayores narcos de España y mantuve contactos con servicios secretos y de información nacionales e internacionales. El resto no ha prescrito. Me gusta leer, escribir y ver series, sobre todo americanas; estudiar ajedrez y hacer deportes bestias de contacto; comer con mis amigos y reírme de mis enemigos; pensar que, como cuando era joven, sigo siendo inmortal y que, cuando llega la época de las renuncias, es mejor tener muchas cosas que dejar atrás que no haber tenido ninguna. En definitiva, un camino de mil kilómetros, que va, por lo menos, por el seiscientos sesenta y seis.

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