Los juegos del Hambre, y el Reality Show como baremo de la la degradación y la miseria humanas. Por Vicky Bautista Vidal

«Los Reality aprovechan la verdad de una humanidad cansina que necesita entretener su pequeñez contemplando lo mas bajo y rastrero que se pueda emitir»
Los programas de telerrealidad, los reality, son un termómetro que mide el nivel de la ciudadanía. Casi nunca me meto a seguir hasta el final tales bodrios, porque son tremendos despertadores que ponen frente a mi visión, voluntariamente coloreada de rosa, la verdad de una humanidad cansina que necesita entretener su pequeñez contemplando lo mas bajo y rastrero que se pueda emitir.
Pero, a veces, tampoco está una para sublimidades y exquisiteces y cae en el zapping peligroso. En tu viaje por los diferentes canales, algo te detiene: Encuentras a dos o más gritando desaforadamente y te paras a ver qué les sucede a esas furias. Ya sabes que son alguno de esos personajes encerrados en una casa, no para que se vea como conviven, sino para comprobar cómo se enfrentan. Que ya se preocupa la productora de buscar lo peor de cada chisme y juntarlo en el pesebre bien decorado de la casa, para que el publico votante, trague el vinagre que destila cada historia.
Circo romano en versión patética, donde el dedo pulgar del emperador, hacia arriba o hacia abajo, es suplantado por votaciones telefónicas que implican a la masa espectadora en la caída del votado de turno. La plantilla de “gladiadores” descafeinados se cubre con un personaje ridículo, otro patético; la que hace edredoning con todo lo que se mueva, el prudente, el pueblerino, el callado y el famosillo o famosazo, el chulito guapetón y su alter ego en versión femenina…

«Este año, se ha rizado el rizo y se han añadido a lo de siempre situaciones de tres y cuernos en directo que hielan la sangre del que lo mira»
Este año, se ha rizado el rizo y se han añadido a lo de siempre situaciones de tres y cuernos en directo que hielan la sangre del que lo mira. La injusticia es la reina. Los valores aburren y se vota al más vociferante, al más vago, al menos capaz… Con tal de que la multitud televidente esté de acuerdo con sus insultos y descalificaciones.
Casi nunca gana el mejor por que no es un concurso para “mejores” sino para peores. Se fabrica el drama a medida y para ello se fomentan las situaciones con la mayor desvergüenza. Las personas son carne para las fieras que mantienen el concurso en marcha.
Destacan las que más gritan, las que mejor cara de odio ponen, las que parecen maquinas de descalificar sin que la razón y la lógica tengan algo que ver en el asunto del momento. Gallinas cloqueantes. Insultadoras sistemáticas sin ton ni son, a las que todo el mundo defiende, y gente más prudente que intenta no sobresalir en ese gallinero detestable a ver si consigue pasar desapercibida hasta los últimos programas.
La audiencia que consiguen es principalmente de dos clases: La que necesita alimento para su nada interior y vive una existencia en las experiencias de su elegido, y la asombrada, que lo mira para escandalizarse al comprobar hasta qué punto de bajeza pueden llegar los concursantes que juegan el juego que se espera. Y hasta qué punto de humillación toleran los que han sido predeterminados para sufrir las situaciones también predeterminadas.

«Desolado, encuentras ante tus ojos el por qué y el cómo, un país puede alcanzar en diversos niveles de su vida lo que merece y lo que busca»
Tanto una como otra versión de público será oportunamente satisfecha, y el morbo y el asombro estarán servidos sin faltar detalle. Desolado, encuentras ante tus ojos el por qué y el cómo, un país puede alcanzar en diversos niveles de su vida lo que merece y lo que busca. El mundo político es lo mismo: gana el peor, y lo más preocupante, es que tanto uno como otro consiguen un publico atento y muchas veces entusiasta que defiende hasta su propia degradación y miseria. Que el reality, al menos, solo es un baremo, pero, el mediático personaje político, puede costarte tu casa, tu trabajo y tu dignidad como persona.
En estos “Juegos del hambre”, todo ciudadano encuentra algo para él, desde el divertimento hasta la desolación por la pérdida de aquello que en la antigüedad se llamaron “principios” y “valores”. Se corre también el peligro de descalificar a la humanidad en grupo, incluido uno mismo. Aunque, por fortuna, se supera rápidamente, pues sabes que, entre los cientos de millones de la población mundial, solo una parte, ínfima en la comparación, posee la naturaleza cutre que parecen fomentar ciertos espectáculos que en el mundo son.