¡MUY BUENOS DÍAS!
Comenzamos el jueves con una obra muy especial. Este día cuento con la colaboración de José Antonio Marín Ayala y hoy veréis que se desborda en la pintura, en sus letras. Una maravilla. Por lo que le he dejado hacer y disfrutar con lo que nos cuenta.
Os explico: El autor, gran amigo de José Antonio y en la actualidad jubilado cuyo oficio era de cabo bombero, pintó este cuadro hace ya bastante tiempo. Una vez finalizada la obra y a petición de José Antonio añadió un dálmata ya que esta mascota tiene un vínculo muy especial con los bomberos. Por cierto, el cuadro se lo regaló al Parque de Bomberos de Lorca (Murcia).
Deciros también que esta pintura al realizarse con acrílicos, lleva un cristal para que no se deteriore e igual podéis observar algún reflejo. Con permiso del autor os cuento que habla 5 idiomas. Realizó varias carreras. Construye maquetas de barcos modelismo y por último, que su padre fue un cirujano militar de gran prestigio y por ello tiene una calle con su nombre en Cartagena.
Veréis la obra, a continuación lo que nos cuenta José Antonio Marín Ayala y finalizaremos conmigo, donde solamente añado unas líneas. Hoy le cedo la palabra a José Antonio. Podéis además visionar un vídeo de duración corta que va acorde a esta obra. Espero que os guste .
Luis Pérez Campos-Martínez. Cartagena 1958. Cabo bombero jubilado. Su hobby pintar. Polifacético. Habla 5 idiomas. Varias carreras.

“Mi abuelo bombero” Por José Antonio Marín Ayala
Al contemplar esta pintura bomberil, realizada con gran maestría por un
cabo jubilado de grande y notable trayectoria profesional,
permítame advertirle, gentil leyente, que hubo un tiempo, muy lejano ya,
que para la extinción de los incendios era menester provocar antes un fuego primordial.
Escrito así podría inferirse actividad impropia de los matafuegos, y hasta
para cualquiera que tenga dos dedos de frente diríase que es asunto demencial.
Y créame que no estoy hablando del «contrafuego», técnica por los más osados habitual
ejecutada no sin poco riesgo de liarla parda durante el desarrollo de un gran incendio forestal,
y que consiste en hacer un pequeño fuego que debiera salir al encuentro del frente de llamas principal.
Me refiero en este caso particular a una peculiar bomba contra incendios, la que con vapor debía funcionar,
y que en este notable lienzo su autor nos muestra con gran belleza y plasticidad.
Joya que, como el reposo del guerrero, ahora solo se deja contemplar en los museos de bomberos,
relegada a las reliquias propias de la antigüedad.
Máquina sublime que producía un movimiento de rotación, y con él la impulsión del agua para la extinción,
gracias al vapor de agua generado en la caldera cuando al carbón se le forzaba a entrar en combustión.
Bombas, todo hay que decirlo, sumamente pesadas,
pues entre las más primitivas se cuentan algunas con un peso de una decena o más de toneladas.
Es por esta razón que un suelo inclinado en el hangar de bomberos
se precisaba para la marcha poder dar por iniciada.
Tres o cuatro vigorosos corceles, como los que en la colorida estampa se pueden apreciar,
tiraban de ella y eran conducidos hasta el siniestro gracias a la pericia del mayoral.
Pero para su seguro desplazamiento al siniestro hubo desde el principio
un complicado problema, nada fácil de solucionar.
Y era el espanto que sufrían los caballos, da igual la época en que les hubiera tocado respirar,
cuando se les acercaba un can.
Los percherones, a pesar de su formidable tamaño,
temen a los más menudos canes tanto o más que al mismísimo Satanás,
aun cuando solo se limite el hecho a sentirlos en la lejanía ladrar.
Alguna inquieta criatura humana, cuyo nombre se desconoce y por tanto no ha pasado a la posteridad,
con bastante paciencia, buen criterio y fruto del mucho observar,
debió caer en la cuenta de que en compañía de los dálmatas los equinos no solo gozaban de tranquilidad,
sino que les proporcionaban una placentera sensación de seguridad y bienestar.
Esta raza de perro fue empleada por vez primera en las diligencias de pasajeros por su notable sagacidad.
El fin era evitar que los caballos que tiraban del carruaje no se atemorizaran
y la trayectoria indicada por el cochero no se pudiera inesperadamente desviar,
circunstancia que podría dar por tierra con todo el pasaje, cuando no por un barranco hacerlo despeñar.
Perros diligentes y muy fieles a sus dueños, además,
los dálmatas ponen recio celo en todo aquello que se les encomienda custodiar.
Para evitar que en las casas de postas los amigos de lo ajeno los palafrenes pudieran robar,
los dálmatas cumplían a la perfección las tareas encomendadas de vigilar, defender y alertar.
Fue de este modo y manera cómo los «soldados del fuego» a los dálmatas se dispusieron adoptar
por este comportamiento provechoso y tan especial
que en la pintura motivo de esta plática se puede verificar.
Escoltando a los carruajes,
donde a bordo los matafuegos se afanaban en alimentar
la caldera con carbón para sus humeantes bombas de vapor
cuando partían del parque con celeridad,
los dálmatas no dudaban durante el alocado trayecto por las calles
en enfrentarse a otros canes que a los rocines pudieran importunar.
Esas antiguas bombas de vapor, por fuerza del desarrollo de la innovación industrial,
a los anales de la historia hubieron de pasar,
pues las actuales funcionan con la más eficaz expansión de los gases tras la ignición de la gasofia,
en vez de la transformación en vapor del fluido hídrico vital.
Y la misma fuente energética sustituyó a los caballos por máquinas mecánicas,
que son las que usamos en la actualidad,
aunque todavía se conserva la denominación «caballo de vapor», CV,
cuando la potencia de un vehículo se quiere indicar.
Empero, eso no fue óbice alguno para que los bomberos tuvieran de los servicios de los dálmatas que renunciar.
Cuando arribaban al lugar de la intervención, los dálmatas cuidaban de que ningún caco
de los que por allí había, y que siempre habrá,
pudiera meter sus sucias manos en las herramientas de los bomberos o en su material,
sobre todo cuando andaban enfrascados en el rescate de las personas y con el incendio todavía por sofocar.
Y cuando algún desafortunado azacán, fruto del celo que ponía durante la extinción,
quedaba sepultado entre los escombros del solar,
el dálmata contribuía eficazmente a localizarlo para que sus compañeros lo pudieran rescatar.
Y en el cuartel quedaban en prevenga otros dálmatas vigilando los vehículos
y su abundante utillaje con determinación especial.
Fueron estas poderosas razones las que hicieron que lo largo de los tiempos
este perro fuera compañero del comehumos sin igual,
y hoy es tenido no por una simple mascota, sino por un miembro más del cuerpo en pie de igualdad,
dignificando su presencia los parques de bomberos norteamericanos, ingleses y los de Canadá.
Y para que sin que usted salga de casa pueda comprobar la veracidad de lo que acabamos de contar
échese con sus niños al cuerpo un episodio de la «Patrulla Canina»
y verá el papel que el dálmata representa frente a los demás.
“Mi abuelo bombero” Por Mila Soyyo
Carro de caballos, avanzan, se lanzan
conducidos por bomberos, ¡retiraros! El fuego alcanza
asomados en ventana, la curiosidad en alza
mientras el dálmata abre paso, es su trabajo, es su crianza.
Humo que se observa, es una marea
gente amontonada, a ellos les esperan
hasta escucho gritos, apenas existo
llegarán a tiempo, serán vuestra ayuda
en esta obra diré que continúa el mito.
Han pasado los años, historias que continúan
el aire, la tierra, el agua, el fuego,
amigos son en momentos, enemigos, eso es cierto.
Y nos vamos, finalizo, con este homenaje a Luis Pérez Campos-Martínez, de profesión cabo bombero , que pintó esta maravillosa obra, amando su profesión, siendo testigo de ese camino arduo, complicado, laborioso en el que realizó un gran recorrido.
Os deseamos un feliz jueves y… ¡Hasta la próxima!
MMB
Magnífico artículo.
Bonita presentación por Mila.
Maravilloso cuadro.
Jose Antonio como siempre evocando lo mejor de nuestra historia.
Bravo chicos.