
«El día 17 de diciembre se recuerda el fallecimiento a los 47 años de edad, en soledad y abandonado con 37 kilos de peso, de un genocida y traidor a España e Hispanoamérica»
Ni en centros de enseñanza de uno y otro lado del océano, ni la prensa libre se atreve a ofrecer la auténtica cara, la cara oscura de Simón Bolívar. La historiografía patriótica, no solo venezolana, al amparo de los intereses de las potencias auténticamente esclavistas, ha puesto siempre un especial cuidado en ocultar esa faceta que le desviste como héroe y le califica como genocida. Siempre ha sido presentado como pacificador en vez de los que fue, un ser despiadado de crueldad sin límite. Un héroe es calificado como piadoso en la victoria tras vencer al enemigo a costa de la sangre y otra es, no ejecutar sino asesinar a más de un millar de civiles enfermos a machetazos tras mantenerlos cautivos durante un año… o a cientos de soldados rendidos y desarmados.
Cada día 17 de diciembre se recuerda el fallecimiento a los 47 años de edad, en soledad y abandonado con 37 kilos de peso, de un genocida y traidor a España e Hispanoamérica. Nos referimos al pirata, masón y agente al servicio de los británicos, el caraqueño Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco, más conocido como Simón Bolívar.
Fue la tarde del 17 de diciembre de 1830 en la colombiana Santa Marta encontrándose Simón Bolívar postrado en una estancia de la Quinta de San Pedro Alejandrino, explotación agrícola de ron, miel y panela, desde su llegada a ese lugar once días antes, cuando le llegó su final como consecuencia de una tuberculosis pulmonar, dolencia desconocida entonces.
Había llegado allí enfermo huyendo de quienes trataron de asesinarle en el Palacio presidencial de Bogotá. Se había desplazado hasta allí para alejarse de las peleas y rencillas constantes que se harían crónicas en América del Sur y poner distancia de quienes habían sido sus compañeros de armas y ahora intentaban acabar con su vida. En total consciencia sobre el gran fracaso y penuria en la que dejaba a la Gran Colombia tras su aventura destructora dejó para la historia la frase de «Hemos arado en el mar».
185 años después, aquel lugar es centro de peregrinaje para cientos de personas que acuden a visitar el lecho de muerte de «su libertador». Y aunque hoy día se le recuerda de forma gloriosa, Bolívar dejó la vida con la mitad de la sociedad en contra. Lejos de traer libertad y democracia declaró la ley marcial en Colombia sustituyendo las autoridades civiles por las militares y suspendiendo las libertades elementales.

«La financiación de la sublevación de los virreinatos salió de las arcas británicas, que luego se cobrarían con la esclavitud económica, en base a los intereses demostrados en la zona»
Todo aquello originó una oleada de depuraciones, persecuciones políticas y condenas a muerte, entre las que se encuentran la de su vicepresidente Francisco de Paula Santander aunque finalmente conmutó su pena por la de destierro. Pero ¿Quién financió aquella locura?… la financiación de la sublevación de los virreinatos salió de las arcas británicas, que luego se cobrarían con la esclavitud económica, en base a los intereses demostrados en la zona del virreinato de Nueva Granada como punto estratégico entre Nueva España y el Perú, en su clara maniobra militar de apoderarse de la América separando, aislando, dividiendo y fragmentando los territorios.
Prueba de ello la tenemos en la declaración de Bolívar por la que ofreció a Inglaterra los territorios Nicaragua y Panamá a cambio de 30.000 fusiles y una veintena de modernas fragatas. La cosa no se detendría allí sino que ofrecería un comercio libre y exclusivo a Inglaterra entregando la tierra venezolana a cambio de la protección de la corona británica. ¡Ejemplar!… no se entiende como pueden seguir usando el adjetivo «bolivariano» y sobre todo por parte de los ignorantes comunistas españoles.
Solo se recuerdan sus campañas triunfantes pero se pasan por alto sus fracasos y sus crímenes que le convierten en genocida. “El héroe”, durante la fase preliminar de la sublevación tuvo que huir al sur del virreinato de Nueva Granada, constituido por los actuales territorios de Colombia, Venezuela, Panamá, norte de Perú, Costa Rica….
Sufrió duros golpes de las tropas realistas y sobre todo propinado por el oficial mestizo realista Juan Agustín Agualongo Cisneros y por el capitán Boves en particular, José Tomás Millán de Boves y de la Iglesia, también conocido como el León de los Llanos, el Urogallo, la Bestia a caballo o simplemente Taita.
Bolívar, tras la invasión napoleónica de la península ibérica, declararía «la guerra a muerte» a los realistas y a aquellos que pudieran mostrar alguna simpatía hacia los peninsulares. Las masacres y atrocidades cometidas por sus tropas con los destacamentos que él llamaba invasores cuando en realidad encuadraban batallones mixtos junto con los criollos son dignas de recordar como prueba del genocidio cometido. Son conocidas sus costumbres sobre el hecho de que nunca hacía prisioneros en su avance pues aplicaba al pie de la letra su lema de guerra a muerte, liquidando sin clemencia ni contemplaciones a los prisioneros incluso a todos aquellos que se rendían.
En agosto de 1813, tras la batalla del Tinaquillo, en las cercanías de la ciudad de Valencia, al norte de Venezuela, causó una masacre de una mortandad difícilmente cuantificable por lo terrorífico de los números resultantes pues asesinó a cientos de españoles comerciantes y burgueses instalados allí como hombres de negocios o simples negocios técnicos en prospección de minas.

«Como golpe de gracia que gustaba aplicar Simón Bolívar a los prisioneros que caían en sus manos estaba el expeditivo método de aplastarles la cabeza»
Cuatro meses después, derrota al mermado ejército realista en Acarigua, matando a machetazos a más de 600 soldados que se habían rendido para ahorrar munición. Como golpe de gracia que gustaba aplicar a los prisioneros que caían en sus manos estaba el expeditivo método de aplastarles la cabeza con enormes piedras desparramado la materia gris y su sangre por el suelo.
Recibió las súplicas del arzobispo de Caracas pero no contento con sus prácticas y por si fuera poco, acabaría consumando una tremenda carnicería al acceder al antiguo hospital de Caracas donde personalmente remató a los enfermos que yacían indefensos en las camas. Como vemos un héroe auténtico y un valiente.
A esto añadimos el asesinato de prisioneros tras la matanza de Boyacá, en la actual frontera entre Colombia y Venezuela, y la posterior matanza de los náufragos de una fragata española que acudía en socorro de los realistas en la Isla de Margarita. Las noticias trascendieron al plano internacional siendo noticia en periódicos ingleses y franceses.
La anécdota macabra del genocidio consistía en la costumbre de los soldados del ejército sublevado de emborracharse antes de rifarse a los prisioneros que iban a fusilar para luego quedarse con sus efectos personales.
Quisiera recordar concretamente los hechos publicados en La Gaceta de Caracas nº 14 de 1815, a los que dio luz el historiador colombiano Pablo Victoria en su libro La otra cara de Bolívar (2010).
Bolívar asesinó de forma cruel y terrible a 2.000 indefensos españoles prisioneros según se recoge en ese documento. Eran realistas que habían perdido la noción del tiempo. Españoles en número de 382 que hacía casi un año llevaban encerrados en las mazmorras de Valencia; así como los 300 prisioneros de La Guaira y los 518 de Caracas.
Hambrientos y sedientos, con grilletes en tobillos y muñecas que estaban en carne viva, amontonados peor que animales entre sus propios vómitos, orines y heces. En aquellos tres centros de reclusión prisiones y entre los convalecientes en los hospitales y enfermerías improvisadas, se sabían sentenciados a muerte.

«El número ascendía a 1.200 realistas de los cuales dos tercios eran canarios, mezclados prisioneros de guerra y civiles capturados que no habían tomado las armas»
El número ascendía a 1.200 realistas de los cuales dos tercios eran canarios, mezclados prisioneros de guerra y civiles capturados que no habían tomado las armas, por el simple hecho de haber nacido en la España peninsular o en el archipiélago canario y haber mostrado su afección a la Corona.
A principios de 1814, las tropas del bando de los llamados ‘libertadores’ se afanaron en asesinar a los españoles cautivos, sus hermanos de sangre, en las mazmorras de Caracas. La orden de ejecución fue dictada por Simón Bolívar que llegado a Caracas y a La Guaira el 11 de febrero de 1814. El gobernador interino de Caracas, el sanguinario Juan Bautista de Arismendi presidió las abyectas ejecuciones. El 12 por la mañana comenzó el exterminio tanto en Caracas como en La Guaira. Los prisioneros fueron arrastrados a culatazos a la calle encadenados de dos en dos. Los enfermos y heridos fueron sacados a rastras; los ancianos que apenas podían andar atados a sus sillas. Las madres, esposas e hijas que acudieron a las prisiones, desesperadas ante aquella barbarie que se iba a perpetrar a sangre fría, fueron unas apartadas a patadas y otras arrastradas al paredón con sus esposos y padres.
Algunos prisioneros reclamaron su libertad pagada con anterioridad con los bienes que las autoridades rebeldes les habían arrebatado pero de nada les sirvió. Dado que la pólvora era cara y escasa, se optó por emplear sables y picas para asesinarlos, sin importar que estuvieran heridos e inmóviles. Los pelotones de fusilamiento iniciaron la orgía de muerte hasta que el criminal Arismendi decidió para acabar con aquellos famélicos prisioneros no consumir más pólvora, pasando a emplear armas blancas, picas, sables y machetes. Algunos en un último intento de autodefensa se lanzaron contra sus verdugos que se ensañaban con ellos mediante salvajes estocadas y sablazos mandobles salvajes en piernas, brazos, vientres y cabezas.
Este tipo de brutal matanza desplegada en las Guerras de Emancipación no fue ni mucho menos un hecho aislado, sino parte de una estrategia establecida desde la dirección política para la eliminación total de «la malvada raza de los españoles», como denuncia el catedrático y escritor hispano-colombiano Pablo Victoria en su libro «El terror bolivariano».
El ideólogo de aquel brutal plan no fue otro que el bautizado como Simón José Antonio de la Santísima Trinidad y apellidado Bolívar, un criollo descendiente de españoles admirador de Napoleón y que, hasta el estallido de la guerra, no había dado pruebas de albergar tanto odio contra su madre patria.
Hoy, su estatua puede ser contemplada en plazas de muchas ciudades españolas, entre ellas en el Parque del Oeste de Madrid, lo cual resulta irónico cuando en Hispanoamérica se mutilan, pintan, vandalizan y arrojan al suelo las estatuas de quienes les sacaron de la barbarie en la que estaban sumidos. En España alabamos por ignorancia a quien nos despreció y realizó de forma consciente un genocidio contra su propia sangre.
Si los aduladores de Bolívar le definen como inteligente y culto, si fue un hombre ilustrado debe ser señalado y juzgado con más rigor por ser capaz, aun así, de cometer tales asesinatos.

Hombre sin escrúpulos traiciono y apresó a su superior de la revolución y mentor que le introdujo en la masonería, Francisco de Miranda, del que cabe decir que mientras estuvo al mando supremo de la insurgencia rehusó usar la guerra a muerte. El Decreto de Guerra a Muerte, precedido meses antes por el Plan de Antonio Nicolás Briceño, fue emitido por Simón Bolívar el 15 de junio de 1813 en la ciudad de Trujillo en Venezuela: «Españoles y canarios contad con la muerte aunque seáis indiferentes, si no obráis por la liberación de América, Venezolanos contad con la vida aunque seáis culpables».
El documento pretendía crear una opinión pública sobre lo que fue una auténtica guerra civil, para que en vez de ser vista como una rebelión en los territorios españoles de Ultramar, fuera vista como una guerra entre naciones distintas. El documento proclamaba que todos los españoles y canarios que no participasen activamente en favor de la independencia se les daría muerte, y que todos los americanos serían perdonados, incluso si cooperaban con las autoridades españolas. Bolívar confiesa al Congreso de la Nueva Granada el 14 de agosto de 1813 que «después de la batalla campal del Tinaquillo, marché sin detenerme por las ciudades y pueblos del Tocuyito, Valencia, Guayos, Cuácara, San Joaquín, Maracay, Turmero, San Mateo y La Victoria, donde todos los europeos y canarios casi sin excepción, han sido pasados por las armas».
Aquella inolvidable y valiente proeza prosiguió durante los días 12, 13 y 14. Los que agonizaban ensangrentados tirados por el suelo eran rematados reventándoles la cabeza con grandes piedras como se ha dicho. Con los cuerpos y partes desmembradas de los muertos se erigió una enorme pira donde ardieron incluso algunos que aún tenían un álito de vida.
En la ciudad de Valencia, Bolívar presidió la ejecución en la que fueron asesinados los 382 españoles durante los días 14, 15 y 16. El hedor a carne humana chamuscada y los alaridos de los agonizantes quedó grabado en la memoria de los testigos de aquella brutal masacre.
En septiembre de este mismo año, frente al reclutamiento forzoso, ordenó a José Félix Ribas “pasar por las armas a tres o cuatro que lo rehúsen”, porque esto “enseñará a los demás a obedecer”. El 21 de septiembre de 1813 ordenó fusilar a 69 españoles sin juicio previo y tres meses después el 4 de diciembre de 1813 Bolívar derrotaba al ejército realista en Acarigua… «Muchos se subieron a los árboles para escapar de la bayoneta, pero fueron bajados a balazos sin pedirles rendición», a los que huyeron, el ‘Libertador’ les dio alcance en el poblado de la Virgen. Exhaustos por la penosa marcha, se rindieron sin disparar un tiro pero Bolívar ordenó darles muerte esa misma noche tal como dejó relatado el coronel José de Austria, testigo de los hechos, que «fueron allí mismo ejecutados un considerable número de prisioneros», que se calculan en 600, según los testimonios.
Bolívar sintiéndose impotente a principios de febrero de 1814 por tener que levantar el sitio a Puerto Cabello, defendido por el comandante Boves, pidió refuerzos a Urdaneta, éste le informó de la imposibilidad de enviárselos por la gran cantidad de prisioneros existentes. Igualmente y en los mismos términos contestaba Leandro Palacios desde La Guaira.

Al aguerrido y valiente libertador no le tembló el pulso cuando el 8 de febrero siguiente emitió orden por escrito de asesinar a todos los prisioneros de Caracas y La Guaira para que le enviasen los carceleros para engrosar su ejército desoyendo las súplicas del arzobispo de Caracas, monseñor Coll y Prat.
El coronel Leandro Palacios, comandante militar de La Guaira, solicitó instrucciones al Libertador, Simón Bolívar sobre cómo proceder ante el temor que José Tomás Boves había impuesto en Caracas y sus regiones vecinas. El realista comandante Boves avanzaba sobre el territorio en poder de los ‘patriotas’. La respuesta de Bolívar fue: “Señor Comandante de La Guaira: Por el oficio de Ud. que acabo de recibir, me impongo de las críticas circunstancias en que se encuentra esa plaza, con poca guarnición y un crecido número de presos.
En consecuencia ordeno a Ud. que inmediatamente se pasen por las armas los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna.
Cuartel General Libertador, en Valencia, 8 de febrero de 1814, a las ocho de la noche. Simón Bolívar”.
Al intento de intermediación de monseñor Coll, Bolívar contestó, con absoluta impiedad, lo siguiente:
«Acabo de leer la reservada de V. S. Illma. En que interpone su mediación muy poderosa para mí, por los españoles que he dispuesto se pasen por las armas.
Mas vea V. Illma la dura necesidad en que nos ponen nuestros crueles enemigos ¿Qué utilidad hemos sacado hasta ahora de conservar a sus prisioneros y aun de dar la libertad a una gran parte de ellos?…
No solo por vengar mi patria, sino por contener el torrente de sus destructores estoy obligado a la severa medida que V. Illma ha sabido.
Uno menos que exista de tales monstruos, es uno menos que ha inmolado o inmolaría a centenares de víctimas.
El enemigo viéndonos inexorables a lo menos sabrá que pagará irremisiblemente sus atrocidades y no tendrá la impunidad que lo aliente.
Su apasionado servidor y amigo, Q. B. I. M. de V. Illma. Simón Bolívar».
Castillo y Rada se referían a Bolívar y a los suyos como los “antropófagos de Venezuela”, con ellos aprendieron los neogranadinos la violencia y el asesinato.
El 2 de mayo de 1816, cerca de la isla Margarita, tomó al abordaje un barco español. Bolívar se divertía, riéndose, en un bote de a bordo mientras disparaba a los náufragos que, desnudos y en jirones, intentaban salvarse a nado.
Henri Louis Ducoudray Holstein presenció su sádica risa y diversión: «Yo estaba presente; yo le vi, él me habló y yo mandé, en su lugar nuestro cuerpo de oficiales y voluntarios que pueden ser testigos de la verdad de mi aserto».
Testimonios de la patológica crueldad bolivariana existen en abundancia; el Coronel británico Gustavus Mathias Hippesley escribe que «Bolívar aprueba completamente la matanza de prisioneros después de la batalla y durante la retirada; y ha consentido en ser testigo personal de estas escenas infames de carnicería».
Los crímenes cometidos por el ‘Libertador’ se divulgaron de tal manera por la Nueva Granada que su solo nombre infundía pánico por lo que al avanzar contra el gobierno de Santa Fe, escribió: «Santafé va a presentar un espectáculo espantoso de desolación y muerte… Llevaré dos mil teas encendidas para reducir a pavesas una ciudad que quiere ser el sepulcro de sus libertadores». El oidor Juan Jurado Laynez le contestó: «… si usted quiere la amistad de los hombres de bien, y de los pueblos libres, es necesario que mude de rumbo, y emplee en sus intimaciones un lenguaje digno de usted y de nosotros».
José Manuel Restrepo, cronista de la época, nos dice que «los excesos y crueldades cometidos, sobre todo contra las mujeres, fueron horrendos y las tropas de Bolívar se cargaron de oro, plata y joyas de toda especie».
La riada de crímenes siguió a partir de 1816. El sicópata Bolívar dijo a Santander el 7 de enero de 1824:
«… me suelen dar de cuando en cuando unos ataques de demencia aun cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de dolor».
Está clara la trama ideológica británica a favor del criminal vestido de héroe para su exclusivo beneficio, un héroe que dio sobradas pruebas de su gusto por matar.
Esa fue la venganza por el apoyo español a la independencia de los EEUU. Debemos leer a Pablo Victoria y conocer cómo, no sólo durante la Ilustración, viajeros europeos ensalzaban la riqueza y paz de las tierras americanas y cómo esos viajeros norteamericanos y europeos como Humboldt quedaban admirados y elogiaban la tranquilidad de sus comunicaciones y la grandiosidad de capitales como de Lima o México, descritas de mayor esplendor del mundo por su nivel de desarrollo.
Todo aquello se vino abajo con el fraccionamiento impuesto a los virreinatos en pequeñas repúblicas mejor controlables tanto que lo lamentó el propio Bolívar cuando afirmó: «tres siglos de progreso han desaparecido».
Hoy día en el conocido Parque del Oeste de Madrid este criminal, como no podía ser de otro modo, tiene un monumento ecuestre. Esta España cicatera con una clase política deslegitimada, desnortada y sin élites intelectuales, que olvida a sus héroes y enaltece a sus traidores y criminales no tiene arreglo.
Lo ilógico es que hay papanatas que lo veneran. Hay que ser imbécil para ello e ignorante.
¡VIVA ESPAÑA!
Y pensar que tenía una materia en el colegio que se llamaba cátedra bolivariana,en la cual poco más que ponían a la altura de Dios a este asesino,y hoy en día todavía le siguen lavando el cerebro a todos los venezolanos….y por lo visto,a una gran parte de la izquierda española
Allí también han deformado la historia, la obsesión de Bolívar era exterminar a los indios concretamente a los pastusos.
Los indios sabían el mal futuro que tenían en manos de los burgueses latifundistas criollos, por eso en su mayoría eran realistas.
Ahora le llaman libertador.
En España e Hispanoamerica habemos 500 millones de personas asqueadas de odio sectario. Somos MAS QUE ESO que muy bien describes.
PODEMOS MAS QUE ESO, podemos hacer mas que odiarnos e insultarnos. QUEREMOS HACER MAS QUE ESO…
NOS MERECEMOS MAS QUE ESO…
Detenernos en las sombras, nos impide salir a la luz..
Detenernos en gotas de odio y disidencia, nos impide disfrutar del Oceano de armonia y coincidencias.
Detenernos en miserias nos impide avanzar.
No nos detengamos mas!!!
500 millones de españoles e hispanos SOMOS MAS QUE ESO.
Somos mas que los 4 miserables y resentidos que pugnan por viejas venganzas que no terminarian mas.
SOMOS MAS QUE ESO.
SOMOS MAS!!!