
«Contemplar las esculturas del Parque Vigeland resulta impactante. Es una obra dedicada a la vida del ser humano y a sus sentimientos y emociones»
Noruega es un país con una extraordinaria belleza natural, los fiordos, parques, fenómenos naturales como la aurora boreal y el encanto de pequeñas localidades con las típicas iglesias nórdicas construidas en madera seducen al visitante desde el principio.
Oslo es su capital y los barrios y el centro de la ciudad nos muestran la auténtica ciudad, edificios históricos, el Palacio Real, la Ópera, iglesias y hermosos espacios verdes además de una interesante oferta museística como el famoso Museo Munch y lo que se conoce como Bygdoy o la Península de los Museos, una zona residencial muy popular en época estival donde cafeterías, bares y restaurantes hacen que la zona esté muy animada. El Museo de los Barcos Vikingos, el Museo del Pueblo Noruego o Folklórico donde a través de más de ciento cincuenta casas se muestra la cultura y la historia del país nórdico, el Museo del Fram que debe su nombre al barco del mismo nombre que realizó importantes expediciones polares o el Centro del Holocausto son algunos de los museos que se pueden visitar.
En cuanto a espacios verdes existen parques como es habitual en muchas ciudades europeas, sin embargo en la capital noruega el Parque Vigeland es uno de los lugares más visitados no sólo en Oslo sino también en toda Noruega, siendo el parque de esculturas más grande del mundo. Su atractivo reside en las esculturas realizadas por Adolf Gustav Thorsen Vigeland (1868-1943), conocido como Gustav Vigeland, el más destacado escultor noruego.

Es un museo al aire libre situado en el Parque Frogner donde Hans Jacob Scheel (1714-1774) era propietario de una casa de campo con un gran jardín, lo que se conoce como la Finca Frogner Manor, una gran propiedad agrícola en la zona que perteneció a la Iglesia en la Edad Media y después a la Corona en el siglo XVI para pasar a propiedad privada en el siglo XVIII. En la parte sur se construyeron edificios señoriales siguiendo el estilo arquitectónico danés, estos edificios se ampliaron a finales del siglo XVIII y el lugar se convirtió en punto de encuentro de la alta sociedad cuando Bernt Anker (1746-1805), un rico comerciante noruego se hizo cargo de la finca.
Benjamin Wegner (1795-1864) adquirió la propiedad en 1836 y arregló el terreno convirtiéndolo en un bonito jardín con aires románticos del siglo XIX remodelando los edificios que hoy en día albergan el Museo de la Ciudad de Oslo que cuenta con interesantes fondos que documentan la historia de la ciudad, una gran colección de fotografías, obras de arte y objetos de uso cotidiano.
En 1896 con la intención de agrandar la ciudad, parte de la finca fue adquirida por el municipio de Cristianía por lo que estos terrenos pasaron a ser públicos. El nombre de Cristianía era como se denominaba a Oslo entonces. En 1624 fue destruida por un tremendo incendio lo que hizo que el rey Christian IV (1577-11648) dispusiera trasladar la capital cerca de Akershus, y fue llamada así hasta 1925.

Gustav Vigeland nació en Mandal, al sur de Noruega y desde pequeño tenía interés en el dibujo y la escultura. Estudió en Oslo la talla en madera y consiguió una beca que le permitió viajar por Europa conociendo los grandes museos y a artistas reconocidos como Auguste Rodin (1840-1917) en París con quien trabajó en su estudio. Tras volver a Noruega había decidido dedicarse por completo a la escultura y comenzó a trabajar empezando a ser conocido y a recibir buenas críticas por su obra.
En esos años, a finales del siglo XIX existía en Noruega un sentimiento exaltado de nacionalismo, años que culminarían con la independencia de Suecia en 1905. Por esto se pretendía dar a conocer la propia historia de Noruega ensalzando a personajes que habían formado parte de la cultura, la ciencia o la literatura del país. Vigeland recibió entonces algunos encargos de bustos y esculturas como el que fue su primer encargo público, el compositor Rikard Nordaak (1842-1866) autor del himno nacional noruego, el del escritor Henrik Ibsen (1828-1906) o el del matemático Niels Henrik Abel (1802-1829).
Tras la demolición del estudio donde trabajaba acordó con el ayuntamiento que le proporcionara uno nuevo que construirían y por expreso deseo de Vigeland tras su muerte se convertiría en museo al que donaría todas sus obras. Así, en los terrenos del parque en la parte sur, se construyó este nuevo espacio donde trabajaría incansablemente y en 1947, años después de su muerte, se abrió el Museo Vigeland donde se pueden admirar copias en yeso de sus trabajos para el parque y otras obras. Las esculturas se colocaron a lo largo de los años en los amplios jardines.
Trabajó en más de doscientas esculturas en granito y bronce, tomando parte también en el diseño del Parque Vigeland (Vigelandsparken), al que se accede por unas originales puertas de hierro en la que aparecen figuras conversando entre ellas. Tras entrar encontramos un puente con cincuenta y ocho esculturas a ambos lados y de gran tamaño en distintas actitudes, algunas en movimiento y expresando alegría, vigor, fuerza, ternura o también vicio y desenfreno. Una de ellas es la que se conoce como El niño enfadado, (Sinnataggen) que aparece llorando y pataleando, es muy popular entre los ciudadanos de Oslo, que quizás por su carácter no están de acuerdo con la actitud caprichosa que muestra el pequeño, ha sido protagonista de dos actos vandálicos. Al inicio y al final del puente se encuentran esculturas de influencia gótica.
Tras atravesar el puente encontramos una monumental fuente de bronce con seis figuras masculinas que sujetan una gran vasija por la que cae el agua originando un bonito efecto. El conjunto simboliza el peso y las cargas que el ser humano ha de llevar en la vida. Rodeando la fuente, grupos de árboles con figuras representando las diferentes etapas de la vida, desde el nacimiento hasta la vejez y la muerte con la imagen de un esqueleto resultan impactantes.
Desde muy joven Gustav Vigeland sintió un gran interés por la espiritualidad, por las emociones que siente el ser humano, y el devenir de la vida; en este sentido su obra es un estudio del cuerpo humano, todas aparecen desnudas, despojadas de todo pero con actitudes que muestran sentimientos, estados de ánimo y emociones. Se inspiró en el tipo nórdico tanto de hombre como de mujer por los que sentía admiración.
Otro de los lugares más admirados en el parque es el monolito que se alza sobre una zona elevada al que se accede por una escalera con esculturas a ambos lados. En el monolito aparecen ciento veintiuna figuras que trepan por la columna, hombres, mujeres y niños; algunas ayudan a los demás, otras son apartadas, también auxiliadas y hay quien renuncia a seguir, sin embargo muchas ascienden mirando al cielo, buscando la luz. En esta obra encontramos el sentido espiritual que Vigeland plantea en cuanto a esa búsqueda continua del ser humano en torno a sí mismo y a lo desconocido.
Otra de las esculturas emblemáticas del parque es La Rueda de la Vida (Livshjulet) en la que aparecen seis grandes figuras unidas unas a otras y de generaciones distintas que representan el ciclo vital dentro de una estructura circular que los rodea. Se sitúa al final del parque y se colocó tras la muerte del escultor.
En definitiva, contemplar las esculturas del Parque Vigeland resulta impactante y produce sensaciones distintas en cada persona, algo que resulta muy interesante. Una obra dedicada a la vida del ser humano, a su ciclo de vida y a sus sentimientos y emociones. Es cierto que el parque ha originado todo tipo de opiniones y comentarios, entusiasmo y alabanza pero también rechazo y censura, algo que ha ocurrido siempre con la obra de muchos grandes artistas.
Además de esta zona donde se encuentran las esculturas, el parque posee unos bonitos senderos por los que pasear es un auténtico placer. Doy fe, un hermoso lugar para visitar en un país atractivo y muy interesante.