
Durante veintitantos años he estado volando a Cuba, en donde hice amigos que, como dice una canción «hartos de ya estar hartos», necesitaban contarnos como era su día a día a mí y a otros compañeros de la tripulación, de los que estaban convencidos no íbamos a denunciarles ante las autoridades castristas. Así, me hicieron partícipe, en no pocas ocasiones, de la realidad comunista en Cuba.
El otro día, al escuchar la pretensión de la alcaldesa de Madrid de instaurar la figura de un supuesto «supervisor de distrito», o algo similar, me vino muy vivamente a la cabeza una inolvidable experiencia personal en La Habana.
En Cuba están plenamente vigentes los Comités de Defensa de la Revolución (los CDR). Los hay de distrito, de barriada, y de edificio. Son los encargados de comunicar a la policía todo lo que ocurre en su zona de control: con quien te reúnes; de qué habla la gente; si te visita algún extranjero, qué cosas te cuenta, si te llevan algún regalo, etc. Para estos comisarios políticos (soviets) NO se pueden mantener las puertas de una casa cerradas.

En cierta ocasión, a través de la gran bailarina, Alicia Alonso, con la que había coincidido en varias ocasiones en el mismo vuelo a Cuba, fui invitada, junto a tres compañeros más a visitar, en su casa, a la que había sido la fundadora del Conservatorio de Música de La Habana; una gran señora, a la que nunca podré olvidar.
Aquello, ni era una casa ni nada habitable. Era una gran estancia desnuda, de paredes muy sucias, sin un solo cuadro, sin cristales en la mayoría de las ventanas, sin un sólo mueble salvo cuatro sillas desvencijadas, con lo que alguno de nosotros hubo de permanecer de pie, y un gran piano solitario en el centro de la sala que proclamaba el esplendor que algún día, ya lejano, lució.
No viene, hoy, al caso relatar la heroica historia de la Señora que salvó aquel piano de la expropiación el mismo día que vaciaron, sin piedad, todos los muebles y utensilios de su casa. La gran señora que era la anfitriona se lamentaba, con lágrimas en los ojos, por no tener ni un triste refresco con que obsequiarnos. A todas éstas, se presenta en nuestra amistosa reunión un individuo, que ni saludó, pero exigió que algún vecino le trajera una silla.

Se sentó a unos metros de nosotros a escuchar lo que hablábamos. Ante mi sorpresa, pregunté a la hija de la anfitriona que estaba de pie a mi lado, Marta Egusquiza, quién era este «señor».
Antes de que pudiera contestarme, le tomó la palabra su madre, y , sin el menor temor y con evidente desprecio hacia el recién llegado, me contestó: es el CDR, explicándome, a continuación, cómo era el funcionamiento de ese sistema soviético (que no chavista) de control de la ciudadanía. El intruso permaneció impasible, como si fuera de escayola. Al ver, ella, mi cara de preocupación por su valentía, nos dijo bien alto: No te preocupes por mí, ya soy muy vieja; ya no tienen nada que quitarme; no sólo me han vaciado la casa, me han vaciado la vida.
Así que ya sabéis por donde van los tiros de la Señora Carmena, que, entre ocurrencia y ocurrencia, nos impone una de estas.