
A mi amigo Ángel, digna representación del «Rural power», le cuento las polémicas de la ciudad, la política y todo eso, y el me habla de la historia del Cerro Molinos. El otro día llovía tanto que, al hilo de la conversación y la paseata entre encinas y alcornoques, me empapé y luego tuve fiebre. Pero la conversación y el paisaje merecieron la pena.
El me relató como mis antepasados durante un mal año tuvieron que vender madera para sobrevivir y talaron casi por completo mi actual «maceta» para hacer carbón. Debió ser durante la República. Cuando Juan Belmonte en boca de Manuel Chaves Nogales en su apasionante biografía «Juan Belmonte, matador de toros» cuenta que lo «verdaderamente dramático era la ruina de la economía campesina, determinada por las huelgas innumerables… y la cosecha se quedaba en el campo.» Y yo le expresé las terribles injusticias y graves problemas sociales y económicos que en España plantea «El Estado de las Autonomías».
Ángel es más joven que yo pero ha oído, a los mayores del pueblo, decir que, de chico, me gustaba contar historias y que, en un quicio de la plaza, reunía a unos cuantos mozalbetes para oír historias fantásticas. No lo recuerdo. Si que tengo memoria de uno de los «grandes razonamientos» que descubrí en la adolescencia: La diferencia entre un pueblo y una ciudad en que el pueblo no hay escaparates y en la ciudad sí.

Ahora, en el siglo veinte y uno, en Calera de León, como en casi todos los pueblos españoles, hay escaparates y descubro que la cultura global ha dado al traste con mis viejos razonamientos. Y cuando, los dos, nos acercamos al cristal, atraídos por el maniquí de la ropa interior, nos echamos a reír.

La visión me da pie para contarle las injusticias sociales y económicas que en la actualidad genera nuestro Estado de las Autonomías y algunos poderes centrales del Estado como el Ministerio de Igualdad.
La bonita ropa interior que exhibe «Casa Valencia» me recuerda que, no hace más que unos meses, el Instituto Andaluz de la Mujer abrió un expediente a una mercería de Martos por usar a una modelo para promocionar sus artículos de ropa interior en el escaparate. Resulta que el Observatorio Andaluz de la Publicidad No Sexista había recibido quejas, es decir chivatazos, de asociaciones de mujeres que protestaban porque la tienda utilizó a una modelo femenina en ropa interior que promocionaba desde el escaparate la lencería de la tienda
Desde el IAM decidieron que el escaparate incumplía el noveno punto del decálogo para identificar el sexismo en la publicidad. La empresa, como se ve en el siguiente vídeo, tomó medidas y en lugar de retirar a la modelo femenina, que seguía posando por voluntad propia, decidió ampliar el escaparate con dos modelos masculinos luciendo atractivos calzoncillos.
Y mientras en Martos ocurrían estos problemas, y esto es lo injusto, en la ciudad de Madrid se ponían de moda los escaparates vivientes, con «strep-tease» incluidos, sin que nadie se chivara, sin que ninguna asociación feminista reclamara y sin que la Administración del Estado interviniera. No es justo: ¿Porqué en unas autonomías sí y en otras no? Y sobre todo, ¿Porqué cada vez hay mas chivatos que denuncian, a terceros, a las autoridades por salvaguardar lo que sea?
Le recordé a mi amigo Ángel la polémica que suscito en el pasado año un artículo de Arturo Pérez Reverte, titulado » Chantaje en Vigo», que el escritor y académico publicó en la semana del 23 al 29 de diciembre. Muchas mujeres «progresistas», con carnet del PSOE, se echaron encima del escritor, hubo ríos de tinta expresando opiniones y posturas éticas, pero nadie mencionó entonces una realidad que produce vértigo: Que existen funcionarios del Ministerio de Igualdad que van por ahí, para imponer multas con arreglo a una ley que no tiene en cuenta las esencias de nuestra lengua común, el español: «Se buscan consultores, consultoras, consultoros. Absténganse los miembros y miembras dispuestos, dispuestas, a chivarse al papá estado».