Lo confieso. Ayer me hizo reír. Elena Valenciano me hizo reír con la amplificación en la tele de su mitin gallego y ese trozito elegido por los socialistas donde decía dos o tres veces «Nunca Mais» y lo hilaba con el machismo y con el señor Cañete. La exacerbación de la demagogia con una muy floja interpretación de un papel que no se creía ni ella misma.
Coincidió el mensaje electoral con la exhibición bilduetarra en el teatro Arriaga de Bilbao de la frase mágica «El derecho a decidir», esta vez en contra del príncipe Felipe. El derecho a decidir que los separatistas catalanes utilizan para dárselas de dialogantes y democráticos, el mismo derecho a decidir que mi amigo Felipe me suelta en la barra hasta arriba de pinchos de Ángel para convencerme del fachoserío de Rajoy y el mismo derecho a decidir que la señora Valenciano aplica para defender el aborto hasta para las niñas de dieciséis años sin que pidan permiso en casa.
Ese derecho que tan bien suena pero veo que vale para el roto o el descosido. El mismo que cada uno suelta a su conveniencia y que, por el momento une a los de Bildu, los separatistas catalanes de derechas y izquierdas y las buenas gentes del PSOE, tan feministas que hoy mismo se han chivado a la social democracia europea del machista de Cañete, y que a la postre servirá para que España pierda un comisario europeo.
Pero no importa, estamos en campaña electoral y por un puñado de votos merece la pena ese cuerpo a cuerpo que se desentiende del futuro y hasta del interés común o los pactos de estado. Nada, conceptos inútiles que no suenan, ni de cerca, tan exquisitamente bien, como el, tan podrido como la política del derecho a decidir.