Hacía siglos que Occidente no veía la cara de un califa. Esta es la Abu Bakr al Baghdadi, el líder de ISIS que cuenta con 60.000 soldados bien pertrechados y dispuestos a matar infieles, degollarlos y morir en combate para visitar a las huríes. Y hoy mientras los mandos de la OTAN hablan de guerra recuerdo la última vez que me hablaron de los califas. Fue en la gran Mezquita de los Omeyas en Damasco. El ventilador que refresca la nunca del iluminado me lo ha recordado. Mi interlocutor era un policía de información del Gobierno de Hafed al-Asad, en 1990 aliado de la Alianza Atlántica, y unos ventiladores de principios del siglo XX refrescaban la sala de oración del cuarto lugar más sagrado del Islam.
– «Aquí y se lo digo muy humildemente muchos soñamos con que Córdoba vuelva a ser nuestra próxima capital del Occidente, porque bien lo sabe Vd.: Su país fue el paraíso en la tierra de los califas de Omeya… Algo muy nuestro que nunca olvidaremos.»
No olvido tampoco que el inspector vestía un un traje de Armani y una elegante corbata de seda que podía haber salido de cualquiera de los catálogos de los sastres londinenses. Y por eso me pregunto hoy, cuando suenan los tambores de guerra que muchos no quieren oír, si continúan las propuestas políticas de transformar la Mezquita Catedral de Córdoba en ese sueño ya desvelado del los que se hacen llamar califas, como el barbudo de la foto, el terrorista mas peligroso de la actualidad.
Vuelven los tiempos de Zalaca. Occidente le toca decidir y elegir como lo hizo Mutamid: O camelleros en África o porqueros en Castilla.