La primera vez que me llamaron “nacionalista español” en un lóbrego piso compartido de una ciudad del Norte sentí una curiosa mezcla de halago y extrañeza. Y eso que todavía no se había estrenado la película Matrix y no había visto por tanto, la secuencia premonitoria, metáfora del nacionalismo, de las pastillas roja y azul. Por un lado, eso de que a uno le llamen nacionalista hasta puede regalar los oídos, dado que esta especie de bípedos está muy bien vista por las gentes modernas de este solar plurinacional. Sin embargo, por otro, me sentí raro, dado que se me calificaba con un apelativo que yo mismo rechazaba abiertamente.
La pastilla roja, la pastilla azul y el nacionalismo. Una paradoja política del color de la medicación. Por Guillermo Emperador
