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Del concepto de música ligera y la pena que causa la falta de sensibilidad musical. Por Rodolfo Arévalo

Cuando tenía veinte años, estuve haciendo una obra de teatro, que se llamaba “Manicomio de Pájaros”. La música la había compuesto un chaval que era hijo de un músico de la ONE y que tenía muy buen criterio. Por mucho que lo intento no recuerdo su nombre, pero su apellido era Chenoll. Llevamos la obra hasta Gerona e hicimos el viaje en una furgoneta bastante vieja pero que funcionaba bien. En aquella época yo no fumaba y claro, la mayor parte de los que viajaban conmigo le pegaban a la hierba, de modo que del olor y del humo me agarré un colocón de no te menées. La verdad es que hubo momentos, al principio antes de estar totalmente desinhibido, en los que las pasé canutas pensando en que pasaría si nos paraba la guardia civil. Afortunadamente no tuve que saberlo nunca. Esto es una mera anécdota que acompaña al tema sobre el que quiero hablar. El tema es la sensibilidad musical.