
«Fui una sola vez a ARCO, quedé puesta y convidada. Después del año del vasito a la mitad de agua sobre una tablita a precio de 25 mil euros cerré la puerta y tiré la llave en una alcantarilla»
Fui una sola vez a ARCO, quedé puesta y convidada. Después del año del vasito a la mitad de agua sobre una tablita a precio de 25 mil euros cerré la puerta y tiré la llave en una alcantarilla. Me dije: ‘Nevermore’.
Este año las excentricidades dan al techo, hacen ola:
– Dos fosforeras encendidas cuyas llamas se besan o eso dicen: 28 mil euros.
– Coches de arena: 60 mil euros.
Y así… Lo peor ha sido cuando en el Noticiero entrevistaron a dos galeristas.
– La del cuadro más caro: un Picasso de la época de Jacqueline, obra de un artista ya cansado y harto de sí mismo. Dijo la señora lo siguiente…
“Es un cuadro de 6 millones, muy bueno porque es Picasso…” (sonrisa amplia e idiota). O sea, “si es Goya tiene que ser bueno”, como la marca de condimentos y comida en USA.
Ahí es cuando a mí me dan ganas de botar por el balcón todos los libros de arte que me he leído y que me han costado una barbaridad y lanzarme yo detrás de ellos.
– Luego la de la escultura de Chillida en mármol rosado…
“Es una escultura que tiene vida propia, ella en sí misma es muy personal…” O sea, un mármol tiene vida y muy personal. Provoca quedarse esperando a que la escultura abra los ojos, enseguida la boca, y entonces por fin diga algo más inteligente que la galerista… “Aquí ando, aguantando a esta sapingonauta…”
Drones, meteorito, las siete plagas, lo que sea. Pero ¡ya! Bah. P & C.