
«Encima, hay que agradecer; que en los tiempos de la temida Peste negra que asoló Europa en el siglo XIV, aristócratas y pudientes ejercitaron la cuarentena a su manera»
Una cosa debemos agradecer a los tiempos actuales, y es que, ante una pandemia, el eternamente sufrido pueblo, tenga la oportunidad de, al menos, quedarse en su casa encerrado con su televisión, sus comodidades domésticas, su móvil, su ordenador e infinidad de juegos y películas que ver. Y sí, encima, hay que agradecer; que en los tiempos de la temida Peste negra que asoló Europa en el siglo XIV, aristócratas y pudientes ejercitaron la cuarentena a su manera, exiliándose a sus castillos y palacios en los campos y encerrándose en ellos a cal y canto, ocupando el tiempo en cosas de ricos, como beber, bailar, dormir, procrear …
Mientras, los del pueblo llano, los pobres, el equivalente a todos nosotros, caían como chinches en sus habitáculos y sus cuerpos llenos de bubones eran amontonados en carretas por locos generosos que las arrastraban tétricamente por las callejas hasta la hoguera más cercana.
Fueron las ratas y las pulgas, los instrumentos que inyectaron en la vena de la humanidad al espeluznante culpable de una de las muertes más horribles que nos regaló la ignorancia y que se llevó en el siglo XIV a la tercera parte de los habitantes de Europa, posiblemente unos 50 millones de personas.
Nosotros, todavía no tenemos claro qué clase de “ratas” han sido las responsables de esta pandemia moderna. Pero nos vemos ante un acontecimiento inimaginable hasta hace muy poco.
Los pueblos del presente pueden ver por televisión a sus mandatarios caer los primeros con el virus del momento. Y no deja de chocarnos. Desde las pantallas nos advierten: – Mira, mira, yo también lo tengo–. Y caen tantos que ya hasta sospechoso resulta. Es selectivo y resulta que, aun teniéndolo las mujeres de los cabezas de Gobierno, ellos, no han sido rozados ni en un pelo por el vendaval y campan por ciertos acontecimientos tan tranquilos pese a ser positivos, como el señor Iglesias. Aunque la masa empiece a toser tan solo con que sus individuos se paseen de dos en dos por la calle.
Pensamos que ya pueden estar contentos los globalistas: Por algo hay que empezar, la putada global amenaza por igual a todos los pueblos. Algunos, recordamos una canción que podría convertirse en el himno de este acontecimiento nefasto, que es el reinado del Covid-19, como estandarte del encierro obligado.
«Yo proclamo esta simpática canción de “Triana pura” como el himno particular de este experimento de la Naturaleza»
Es más, yo proclamo esta simpática canción de “Triana pura” como el himno particular de este experimento de la Naturaleza, como creen los inocentes, escapado de algún cuerpo corrompido de animal enfermo o de un laboratorio misterioso donde un listillo ha decidido proporcionar al mundo las secuelas de una guerra devastadora sin bombas, sin soldados, sin sangre… Que vaya usted a saber.
Y mientras vigilamos atentamente nuestras toses mañaneras y empuñamos nuestra arma: el termómetro, como bandera del momento que nos toca vivir, vamos a sonreír un poco también escuchando el himno que propongo.