«Este es mi amigo Miguel y esta historia real de infinita amistad a él se la dedico a él. Gracias»
Esas amistades de niños que crees que se pasan, se olvidan, pueden continuar con el tiempo y…
Con cuatro meses, a la guardería me llevaban. Mi madre finalizó su baja maternal y allí me vi. Era divertido, otros niños, más mayores y pequeños, con ellos jugaba y aprendía.
Llegó la edad escolar, pero a las dos de la tarde el colegio terminaba y mi madre tenía que trabajar, por lo que habló con la dueña de la guardería, dejándome allí a comer hasta las siete de la tarde que finalizaba su jornada laboral.
Le sucedía lo mismo a otros amigos que habían estado conmigo desde el principio en la guardería, por lo que nos juntábamos de nuevo a comer, pasando la tarde hasta que llegaban nuestras madres.
Del grupito más mayor, surgió ese amigo que sientes con él que eres uña y carne. Con el que te llevas bien y la complicidad es especial.
Pasa un año más, ya tengo cuatro. Edad de realizar actividades extra escolares. Ya, lo se, diréis fútbol, no, era pequeño todavía. Me admitieron en kárate. Mi madre tan contenta pero a mi el profesor no me gustaba nada.
Competí y con casi cinco años, tenía el cinturón naranja.
Este chico tiene madera de deportista. Lo escuchaba por todas partes. Cinco años y renovación de licencia y le dije a mamá: No quiero hacer kárate. Quiero fútbol. Disgustada dijo: Yo no te llevo.
Reunión familiar incluido el abuelo y decidieron entre mi padre y abuelo hacerlo, cosa que después no sería así porque fue mi madre la que, al final, se encargó de ello.
Así que empecé a jugar al fútbol. Seguía yendo a la guardería. Mis estudios geniales. Todo viento en popa. Mi amigo Miguel, de la guardería, también jugaba al fútbol y éramos rivales en el campo pero amigos fuera de el.
Los dos rápidos extremos, aunque a veces yo jugaba de defensa también. No había quien nos parase. Ver un partido nuestro era disfrutar me decían otros niños. Seguimos creciendo, colegio, guardería. Fútbol , natación y lo más importante, buenas notas para poder hacer todo lo que me gustaba.
Un día en un partido contra el equipo de Miguel, estábamos frente a frente y en uno de los remates, no permití que metiese gol, con la mala fortuna que cayó dándose un golpe contra la portería. No sabíamos como había sucedido pero no despertaba.
Vinieron los del SAMUR y se lo llevaron. El partido finalizó, ganando mi equipo, pero el sentimiento que me produjo fue amargo. Miguel, allí se encontraba, en coma, jugando a despertar. No se si llegó a verse en ese túnel que dicen que se ve o simplemente se perdió en el laberinto donde no encontraba el regreso, pero estuvo así 27 días.
La visita era diaria, hasta que un día recibí una llamada telefónica diciéndome que había despertado.
Fui corriendo al hospital y noté una mirada tierna, sin preocupaciones, donde intentas profundizar pero no encuentras nada, solo calma. No quería hablar de ello, tan solo que desde ese momento, su vida cambió.
Tengo 20 años. Día de partido estoy emocionado. Importante para mí viene él. Exclusivamente para verme. La satisfacción es inmensa y tengo que hacer lo posible para meter ese gol para el. Lo tengo complicado, porque soy defensa, pero tengo que hacerlo, se lo debo.
Primera parte nada, empate a cero. Que no me cambien y me vea en el banquillo. Sigo jugando y observo a la grada. Allí está mirándome. Levanta la mano y hace un gesto de aprobación. No se cómo, porque estoy cansadísimo, me lanzan el balón y empiezo a correr, adelanto al extremo, al delantero, a la defensa y me meto en portería marcando ese gol. ¡Gooooooool!
Miro a la grada y allí está él, aplaudiendo y con las lágrimas cayéndole por el rostro. Voy corriendo a su encuentro y le doy un abrazo.
Este es mi amigo Miguel y esta historia se la dedico a él. Gracias.
MMB