Análisis de las antipatías. Por Amando de Miguel

Análisis de las antipatías. Ilustración de Linda Galmor

«En la vida de relación con las personas próximas, se necesita establecer haces de antipatías, desde indiferencias hasta exclusiones y odios»

Celebramos el centenario de un libro seminal: Esencia y formas de la simpatía, de Max Scheller. En él se subraya el aspecto moral: lo tranquilizador que resulta sentir simpatía por alguien. La cual consiste en vivir los sentimientos del otro, llegar a sentir lo mismo que el prójimo, congratularse de sus alegrías, compadecer sus tristezas.

La obra de Scheller se contaminó del psicologismo de Freud, entonces en boga. La simpatía se ve, ahora, de forma más completa, como un encuentro entre personas próximas, una relación más o menos deliberada. Puede incluir, también, un motivo interesado: conseguir algún tipo de beneficio o utilidad para cada una de las partes implicadas en el juego.

Los encuentros entre dos o más personas pueden ser esporádicos o recurrentes. En conjunto, constituyen una buena parte de nuestra vida cotidiana. Incluso, Robinson Crusoe, al final, tuvo que encontrarse con Viernes, aunque no fuera en una situación de igualdad. En nuestro mundo, ya, no hay náufragos en islas desiertas o eremitas que se recluyan en los desiertos. Vivir es relacionarse, continuamente, con los otros cercanos. No hay que esperar que tales intercambios sean, siempre fluidos, constructivos.

No hay que ver, solo, el polo positivo. En la vida de relación con las personas próximas, se necesita establecer haces de antipatías, desde indiferencias hasta exclusiones y odios. Puede juzgarse como algo molesto o vituperable, pero los hechos son de esa guisa.

La antipatía ocasional es la más interesante. La gente la considera enfado o cabreo. Puede coexistir con una relación afectiva más honda, como la que se da en una familia, una pareja, un equipo de colegas o colaboradores. Pero, resulta inevitable que, por misteriosas razones, una persona le puede “caer” bien o mal al compañero o contrimcante, sin que poco pueda hacerse para variar el rumbo de la relación. Los usos sociales nos fuerzan a tener que entendernos, continuamente, con personas que nos caen bien o nos caen mal, que, de entrada, nos resultan simpáticas o antipáticas. La oscilación puede darse desde el principio de los intercambios o, con mayor frecuencia, a partir de un momento, que puede ser de sorpresa. Tal impresión se debe a que, normalmente, se asaltan las fronteras psicológicas. El azar hace mucho, aunque, nos moleste reconocer esa extraña fuerza incontrolable. El hecho es que, aunque, el sujeto se halle bien dispuesto, no es automático que se dispare el reflejo de la simpatía. Nótese, aquí, una curiosa variación léxica. Por influencia del inglés ubicuo, una discusión es una forma de llegar a un acuerdo. En cambio, en español castizo, una discusión es, más bien, un desacuerdo, un conflicto; incluso, violento. En la cultura anglicana (la que piensa en inglés), se teme mucho la disensión en los aspectos del vivir cotidiano; por eso se extreman las formas de cortesía para expresar asentimiento. Valga como ejemplo, el recurso a la fórmula del ok o, de forma similar, a la reiteración del por supuesto. En la cultura hispánica, por mimetismo con el inglés ubicuo, se ha incorporado la pauta de considerar la “discusión” como una forma civilizada de alcanzar algún acuerdo con los prójimos. El grado mínimo es, lo que podríamos llamar, el “reconocimiento” de la otra persona. De nuevo, en la cultura anglicana, se exagera tal función, al exigir que los dos interlocutores conozcan el nombre y apellido del contrincante. Es una condición necesaria para que puedan tutearse o mantener el ustedeo. Hablando en castellano, no hace falta tal requisito, por las variadas desinencias del verbo.

El juego de la simpatía-antipatía no es, solo, una forma espontánea de relación, sino, antes de eso, una preparación, un simulacro para lograr que el eventual encuentro se incline del lado satisfactorio. Naturalmente, la maniobra no siempre alcanza el éxito pretendido. Es más, puede suceder que, si se fuerza el mantenimiento de una relación simpática, puede que sobrevenga una inesperada antipatía. En la cultura española, se suelen producir esos saltos, precisamente, por la insistencia en el valor de extremar el talante simpático, especialmente, cuando los interlocutores no tienen mucha confianza. Es algo que se detecta no, solo, con las palabras, sino con los gestos. Se admira el tipo que parece llevarse bien con todo el mundo; una postura, a todas luces, harto provisional, inestable. Suele caracterizar a un individuo que hace ostentación de haber acertado en sus planteamientos, de ser un modelo para los demás.

En un encuentro, la continua demostración de gestos ostentosos suele desarrollarse con el propósito de “quedar bien” con los interlocutores. Es algo así como una representación teatral, más o menos, espontánea o ensayada. Hay verdaderos “actores” que bordan su papel. Suelen contar con el beneplácito de ser considerados ocurrentes, graciosos.

La liturgia de ostentosos abrazos, manifestaciones exultantes de alegría, carcajadas, comentarios en broma, todo eso no asegura una auténtica relación simpática. Más relevante es que los interlocutores manifiesten, en algún momento de la relación, dar la razón al otro; mejor, de forma espontánea, no calculada. En una conversación o encuentro entre españoles, cuesta mucho que se den, mutuamente, la razón. Una expresión tan trivial como “tienes razón” no se emplea mucho; incluso, puede resultar sospechosa de un halago interesado.

No interesa mucho establecer un juicio moral sobre la relación de antipatía. Por muy irracional que pueda parecer, suele construirse sobre algún fundamento, muchas veces, inconsciente. Lo más sencillo es que, si, en un encuentro, se destapa un estallido de antipatía, es porque ambos interlocutores intuyen que puede resultar algún peligro. Nada hay más sensato que evitar un eventual sufrimiento. La verdad, no parece muy edificante mantener una relación de antipatía con una persona cercana, pero podría justificarse como un comportamiento de defensa propia.

El enfado o estallido de antipatía entre dos personas próximas produce una especie de desencuentro, de desilusión. Se puede traducir, inmediatamente, por “retirar el saludo”, la interlocución. Casi siempre, es una decisión recíproca, por ambas partes. Aunque pueda parecer descortés, funciona, más bien, como un recurso para evitar ulteriores conflictos, venganzas y daños.

Amando de Miguel para Libertad Digital.

Amando de Miguel

Este que ves aquí, tan circunspecto, es Amando de Miguel, español, octogenario, sociólogo y escritor, aproximadamente en ese orden. He publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. He dado cientos de conferencias. He profesado en varias universidades españolas y norteamericanas. He colaborado en todo tipo de medios de comunicación. Y me considero ideológicamente independiente, y así me va. Mis gustos: escribir y leer, música clásica, chocolate con churros. Mis rechazos: la ideología de género, los grafitis, los nacionalismos, la música como ruidos y gritos (hoy prevalente).

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