
«La Educación y la Ciencia, se consideran como las dos fuerzas principales que impulsan a la economía del conocimiento»
En un artículo previo (1) realicé algunas reflexiones sobre la denominada Sociedad del Conocimiento, tipo de sociedad en la que, sea así o no, se da por hecho que es en la que estamos y que, por lo tanto, es analizada en todos sus aspectos. Uno de los que recibe más atención, por sus implicaciones a corto y medio plazo, es el económico y, además, se le concede tanta importancia que se habla de una economía del conocimiento como una de las partes más importantes de su economía global.
La economía del conocimiento es un concepto que forma parte ya del lenguaje y de los temas de los que se ocupan múltiples organizaciones nacionales e internacionales. Por ejemplo, la OCDE, en 2005, hace referencia a ello como “una expresión acuñada para describir las tendencias de las economías avanzadas hacia una mayor dependencia del conocimiento, la información y los altos niveles de cualificación, y la creciente necesidad de que los sectores empresarial y público puedan acceder fácilmente a todos ellos”.
Por otro lado, el Banco Mundial hace referencia a una serie de requisitos sobre los que se tiene que apoyar cualquier país que pretenda participar de lleno en esta economía. Es necesaria una población bien educada y entrenada para crear, compartir y usar el conocimiento; se ha de disponer de una infraestructura adecuada para el manejo de la información; es también importante un sistema legal que haga posible el libre acceso al conocimiento, que invierta en tecnologías de la comunicación e información y que incentive a los emprendedores en este campo; y, finalmente, ha de disponer de un sistema de innovación, formado por una red de centros de investigación, universidades, laboratorios de ideas, empresas y cualquier organización que de forma efectiva y positiva tenga acceso a los conocimientos existentes, puedan utilizarlos para resolver problemas concretos y, sobre todo, puedan crear conocimientos nuevos.
No es de extrañar que incluso existan revistas científicas (2) orientadas a la publicación de estudios sobre los principales aspectos que afectan a la economía del conocimiento y su dinámica. Se considera fundamental identificar, explicar y predecir las implicaciones económicas que el desarrollo del conocimiento tiene y puede tener en nuestra sociedad; en este sentido, es especialmente necesario analizar los problemas desde campos de estudio diversos pero concurrentes y en los que se incluya a la economía, dirección y gestión, derecho, sociología, antropología, psicología y política entre otros.
Una de las primeras preguntas que se plantean es cómo medir la economía del conocimiento, qué contribución tiene dentro de la economía global de la sociedad. Este es un tema de enorme complejidad y que está siendo objeto de estudio (3). Es necesario establecer, entre otros aspectos, cuáles son las actividades que influyen en la producción, transferencia y gestión del conocimiento; cómo medir su influencia, por ejemplo, en el producto interior bruto o cualquier otro indicador económico; cuál es el impacto del conocimiento en el desarrollo tecnológico, la innovación y en el funcionamiento del sistema educativo y, desde luego, identificar claramente a las instituciones u organizaciones que más contribuyen a la aplicación del conocimiento y al desarrollo de la Educación y de la Ciencia.
La Educación y la Ciencia, se consideran como las dos fuerzas principales que impulsan a la economía del conocimiento. Se buscan índices, evaluaciones económicas y cualquier análisis que aporte información cuantitativa del impacto que puede tener la economía del conocimiento sobre el crecimiento económico y estabilidad de la sociedad, se pretende estudiar, entre otras cosas, las posibles reformas que pudieran ser necesarias en el sistema educativo y el de producción de ciencia.
Antes de ofrecer datos sobre la importancia de la economía del conocimiento, parece necesario dar una prueba de la gran influencia que tienen sobre ella la Educación y la Ciencia. Esto se puede conseguir cuando se analiza la influencia de la formación y características del capital humano sobre el rendimiento/crecimiento económico de la sociedad: tipos de estudios y cualificación académica, tipo de ocupación, creatividad y capacidad de innovación, así como la experiencia. Justificar la clasificación y contribución de los posibles grupos humanos que pudiéramos definir sobre la base de los aspectos comentados va mucho más allá del objetivo de este artículo, no obstante, es algo necesario si se desea incentivar determinadas profesiones, realizar reformas normativas, etc. y, en este sentido, procede alguna referencia a ello. Existen estudios, por ejemplo Marrocu y Paci (4), que parten del consenso entre investigadores sociales del papel relevante que tiene la formación universitaria sobre la economía de la sociedad y centran su análisis, principalmente, en el grupo poblacional que cumple esos requisitos. Tras considerar y valorar diversos aspectos, proponen clasificar este capital humano en tres grupos: un grupo A, al que denominan graduados creativos, en el que se incluye a especialistas en ciencias básicas, de la vida, de la salud, ingenieros, profesores, archivos y bibliotecas y ciencias sociales; un grupo B, al que denominan bohemios (que puede incluir o no titulados universitarios), en el que se incluye, principalmente, a artistas y profesionales del entretenimiento y la moda; y, finalmente, un grupo C, al que denominan graduados no creativos, en el que se incluye, entre otros, a legisladores, altos cargos gubernamentales, profesionales del derecho, etc. Con la clasificación previa, se evaluaron 257 regiones pertenecientes a 27 países miembros de la Unión Europea y como indicador del funcionamiento económico de cada región se empleó el índice PTF (productividad total de los factores). Los resultados que se presentaron (publicación de 2012) mostraron que los graduados con empleo suponían el 12,5% de la población y, de ellos, el 5,3% y el 7,2% estaban en los grupos A y C respectivamente y, por otro lado, el 0,6% de la población se ubicaba en el grupo B. En cuanto a la influencia sobre el índice PTF, la del grupo A era, aproximadamente, cuatro veces superior al C y la del grupo B era, prácticamente, despreciable. Parece evidente que, aunque la educación superior demuestra ser uno de los factores clave que impulsan la economía, la eficacia con la que se expresa depende de las profesiones, aquellas para las que se necesita un alto grado de generación y difusión de nuevas ideas y conocimiento, son las que más contribuyen al desarrollo económico. Por lo tanto, si lo que se desea es aumentar el rendimiento económico de una sociedad, estos resultados sugieren que se deberían llevar a cabo políticas que incentiven la formación en estudios superiores relacionados con las áreas más creativas de las ciencias, la ingeniería y la enseñanza.
Pero ¿qué peso tiene la economía del conocimiento en el contexto de la economía global? Sukharev (3) nos da una estimación, expresada como su porcentaje respecto al producto interior bruto (PIB) y usando información económica de entre los años 2003-2017; por ejemplo, para la Unión Europea (valores medios) está en el rango de 34,4-30,9% y para España en el 28.8-19,5%, dependiendo del método que se utilice para su estimación. En cualquier caso, lo que demuestran esos porcentajes es la importancia actual de la economía del conocimiento en nuestras sociedades y, por tanto, el interés y cuidado que debemos tener a la hora de llevar a cabo reformas que afecten a los principales factores de los que depende, muy especialmente el sistema educativo y el de ciencia.
Una vez que la UE tomó conciencia de la importancia de la economía del conocimiento, también comienza a plantearse posibles reformas institucionales del sistema educativo y es, a partir de ahí, cuando es posible que se haya perdido un poco el norte de lo que se debe o no hacer. El sistema educativo, qué duda cabe, es una de las partes más sensibles que se pueden tocar y, por lo tanto, se ha de ser especialmente prudente a la hora de realizar cambios sobre él. Cualquier modificación que se realice, en el contexto en el que estamos hablando, debe justificar su contribución positiva al desarrollo económico y, en particular, a la economía del conocimiento. Esto significa que los alumnos deben conseguir los conocimientos actuales y habilidades necesarias para poder abordar con autoridad y creatividad las tareas que una sociedad del conocimiento les va a demandar en cada momento.
Entonces, pensando en la posibilidad de reformar el sistema educativo, se empezaron a leer y escuchar frases tales como que el sistema educativo se tiene que adaptar a las necesidades concretas y actuales de las empresas; que debe suministrar las competencias necesarias para atender a las citadas necesidades; que hay que incidir más en la formación en competencias que en conocimientos, que los conocimientos básicos que se enseñan en las escuelas no tiene aplicación en la práctica más allá de su memorización para aprobar unos exámenes y que, luego, se olvidan rápidamente; que la participación presencial del profesorado puede ser sustituida, en gran medida, por una enseñanza virtual, etc. Pues bien, estos planteamientos están ganando la aprobación de los responsables políticos y han dado lugar a reformas que los incentivan. Sin embargo, hay muchas otras opiniones que, en términos generales, discrepan con esto y que indican que todavía no es tarde para reconducir lo que les parece que es un error que no contribuirá, en absoluto, a mejorar la eficacia y calidad de la educación. Aquí tenemos, por tanto, una discusión planteada que es necesario abordar y resolver lo antes posible.
Educación, competencias, conocimientos básicos, necesidades empresariales y otros conceptos han sido y son analizados por diversos autores. A modo de ejemplo, recomiendo leer al profesor Gregorio Luri (5), voz mucho más autorizada que la mía; yo mismo he escrito con anterioridad algo al respecto (6).
En cada momento sabemos lo que sabemos y, por tanto, en el mejor de los casos, sólo podemos enseñar lo que sabemos, transmitir el conocimiento básico, el estado actual del arte de los diferentes campos de estudio y hacerlo con rigurosidad, es lo fundamental. A partir de ahí, se puede llegar a ser competente en el uso del conocimiento, en su aplicación, seguramente podemos adaptarnos a los problemas concretos que puedan tener en el presente, y posiblemente en el futuro, empresas y sociedad en general, y podremos seguir aprendiendo con mayor eficacia. El sistema educativo no debe limitarse a un adiestramiento estrecho, enfocado a la resolución práctica de problemas concretos sin conocer el conocimiento fundamental que hay detrás de recetas finalistas; de otro modo, ¿qué pasa cuando cambien los problemas que se han de abordar y se necesiten otras competencias? Las competencias sólo se han de considerar como algo complementario y posterior a una educación fundamental/profunda, a un conocimiento poderoso como dice el profesor Luri.
Análisis económicos como los referidos en este artículo, ponen de manifiesto la importancia del conocimiento poderoso para la mejora de la economía y muy especialmente para la economía del conocimiento. La dinámica, curiosidad, creatividad que requiere una economía basada en el conocimiento, sólo surge, en gran medida, si el capital humano tiene una formación básica de calidad; la serendipia sólo está al alcance de quienes tienen este bagaje.
Otro aspecto en el que se insiste, machaconamente, es en el incremento de la enseñanza virtual en detrimento de la actividad presencial del profesorado. Pues bien, desgraciadamente, la reciente pandemia nos ha dado la oportunidad de comparar. Si bien yo no estoy en contra de actividades virtuales, la dinámica, cercanía, seguimiento, discusión, libertad de cátedra y otros aspectos que facilita la actividad docente presencial, es algo fundamental para la formación que demanda una economía del conocimiento.
Pues bien, con relación a todo lo comentado, parece que los que tienen la responsabilidad de la organización institucional de todo esto insisten, en mi opinión, en seguir adentrándose en el oscuro túnel. La modificación reciente de las pruebas de selectividad podría ser un ejemplo de ello.
Para finalizar, me parece que si se desea evaluar las reformas educativas que hacemos/hagamos en nuestras sociedades, los indicadores al uso, tan maleables y dependientes de los propios responsables de los cambios, no son los más adecuados para medir, de verdad, la calidad de dichos cambios. Pienso que si miramos la evolución de los índices que representen la evolución de la economía del conocimiento podríamos tener una valoración más correcta de lo que estamos haciendo.
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(1) García García I. (2022). Sociedad del conocimiento. La Paseata, 31 de julio de 2022. https://lapaseata.net/2022/07/31/sociedad-del-conocimiento/
(2) Journal of the Knowledge Economy. Electronic ISSN: 1868-7873.
(3) Sukharev O. (2021). Measuring the Contribution of the “Knowledge Economy” to the Economic Growth Rate: Comparative Analysis. J Knowl Econ 12, 1809–1829. https://doi.org/10.1007/s13132-020-00690-w
(4) Marrocu E and Paci R. (2012), Education or Creativity: What Matters Most for Economic Performance? Economic Geography, 88: 369-401. https://doi.org/10.1111/j.1944-8287.2012.01161.x
(5) Luri G. (2020). La escuela no es un parque de atracciones. Una defensa del conocimiento poderoso. Editorial Ariel. ISBN:978-84-344-3183-6
(6) García García I. (2019). Trabajar tras la universidad. ABC, Tribuna abierta. https://www.abc.es/opinion/abci-trabajar-tras-universidad-201907032336_noticia.html