
«Hay días terribles en que uno siente amargor. Bienaventurados los niños, porque nada saben del desprecio y aún no aprendieron a odiar»
¿Quién, a las puertas
del 2000, habría pensado
que el siglo XXI pudiera
llegar a ser tan trágico?
Cierto que la ciencia ‘avanza
que es una barbaridad’;
pero infinito más avanza,
sobre la tierra, El Mal!
Y, El Mal, por desgracia,
tiene tantas caras
que, doquiera que miremos,
lo veremos asomar:
Todo conflicto bélico
es una gran tragedia humana.
Pero también puede serlo…
‘una simple enfermedad’.
Se diría, a menudo,
que el universo todo
conspira, de continuo,
contra nosotros:
no hay década,
ni siquiera hay lustro
que no acabe por despertar
algún monstruo
que vierta sangre
y desparrame humano estiércol
sobre el trémulo presente
y el futuro más incierto.

Pareciera que, cuando el hombre
se cansa de ser libre,
aun la bota del pie
que su propia cabeza oprime
acepta mansamente y sin rechistar.
Ocasión propicia para que extienda
su atroz imperio… El Mal!
(Hay días terribles en que uno
siente amargor… y hasta pereza
de ser humano; de no ser más
que un pobre y simple mortal.

Dolorosos, lacerantes días
en que se ‘atenúan’ las personas…
y ‘fulguran’ las bestias;
por cuanto uno no percibe
en sí mismo -y en los demás-
sino al mismísimo ‘animal’.
Bienaventurados los niños,
porque nada saben del desprecio
y aún no aprendieron a odiar.)