
«Con la llegada del niño Jesús llega la fuerza de la Navidad que para las guerras haciendo tregua y se desean dichas, incluso los enemigos»
Vamos vamos, haced una fila, decía mi padre el día veinticuatro de diciembre en medio del pasillo de casa. Entonces, cantando Noche de Paz, entrábamos en el salón, donde un árbol de dos metros refulgía bajo las luces, algunas veces aún velitas muy pequeñas, que apagábamos tras entrar, y bolas de colores. Olía a pino, antes comprábamos pinos de verdad. Eran las Navidades Mágicas de la infancia y juventud. Los regalos a los pies del tiesto del árbol disfrazado de papel de color brillante, unos años rojo, otros azul, hubo para todos los gustos.
Qué vidas aquellas de la infancia y adolescencia en el que el tiempo parecía no pasar nunca. La realidad es que pasaba, pero tan lentamente que no teníamos consciencia de ello. Afortunadamente la memoria es terca y no olvida aquello que le impactó. Por eso acumulamos imágenes que golpean con fuerza nuestro alma. Y Aunque hoy ya no sea lo mismo, falta la inocencia de la niñez, no se deben dar por perdidos aquellos brillos, porque volverán.
Los nietos aún no han llegado, como llega cada año el niño Jesús para devolvernos la esperanza y el amor desinteresado hacia todo el mundo por unos días. La fuerza de la Navidad, para las guerras haciendo tregua, se desean ese día dichas, incluso los enemigos. Y reflejadas en las bolas de colores las posibilidades de reconciliación saltan hacia el Belén que siempre algún familiar ha levantado con paciencia y mimo. Vuelven a estar allí, el burro, el buey, los camellos o dromedarios según las jorobas, las ovejas y cabras guiadas por sus pastores, los pueblerinos que se han acercado a ver al niño Dios y hasta los Reyes Magos, representando el máximo poder humano, traen en sus manos los presentes oro, incienso y mirra.
Para nosotros, ahora ya padres o abuelos, es el tiempo de hacer de guía de la fila, pero cada año es más pequeña, nuestro propios padres ya no ocupan sus lugares delante y en el final de la fila aún faltan los retoños que se espera algún día nazcan, de nuestros hijos, como el propio niño Jesús, para brillar con sus caritas asombradas e inocentes ante la mirada ilusionada de sus padres. Llega un momento en la vida que la Nochebuena y la Navidad alcanzan su máximo esplendor, porque de ella participa una gran familia, la del pasado, la del presente y la del futuro.
Hemos ido avanzando puestos en la fila y ahora somos nosotros los que guiamos la fila en la que nos siguen los que tomaran el relevo un día. Los seres humanos somos creativos y construimos historias con nuestras propias vidas. Somos las bolas de colores del árbol que conforma nuestra morada y cuantos mas y variados seamos, mejor brillará la Navidad. ¿No deberíamos, solo por esto, estar agradecidos a la vida?
Si nos paramos a pensar, lo que más valor debería tener para nosotros es eso, la vida que nos rodea, cualquier vida humana. Esta es la razón por la que cuando nace un nuevo miembro de la familia los corazones parecen latir más fuerte y se oye casi en el ambiente el ritmo acompasado, sistólico y diastólico, dando ritmo a las vidas de todos. Que ternura, que belleza la vida, nadie sabe porque ni como se inició, pero aquí esta y es digna de celebrarse, no hay que razonarla, solo hay que sentirla y eso lo hacemos siendo conscientes de que en Navidad sentimos la vida, la de la familia, la presente, la ausente y la que llegará.
No sabemos durante cuanto tiempo vamos a estar aquí, pero mientras estemos, intentemos guiar la fila el trecho que nos toque, aunque a veces sea una pesada carga. La familia del pesebre, todas las familias lo merecen. “Vamos vamos, haced una fila” decía mi padre el día veinticuatro de diciembre en medio del pasillo de casa. Entonces cantando Noche de Paz entrábamos en el salón, donde un árbol de dos metros refulgía bajo las luces, algunas veces aún velitas muy pequeñas, que apagábamos tras entrar, y bolas de colores. Olía a pino, antes comprábamos pinos de verdad. Lo malo del signo de los tiempos es que hoy casi todo lo que era cristal, naturaleza y fuego de verdad se ha ido transformando en plásticos y más plásticos. Hoy en pocas casas huele ya a pino en Navidad. Y sin embargo, seguimos siendo aquellos humanos que acudieron a ver a un niño recién nacido. Por eso la esperanza no debemos perderla nunca. Seguro que el mundo cercano seguirá. Y podremos seguir llevándolo a la espalda hasta el día en que ya no estemos para guiar la fila. Seguiremos cantando Noche de Paz, porque la Paz en la tierra es lo que merecen los hombres de buena voluntad.