
«Me entusiasma querido Reverte tu disertación “Ligar a la baja”. Y con el derecho que me da ser exactamente de tu quinta, y, por lo tanto, entendida en las lides de nuestra generación, te dedico estas líneas»
Querido Reverte: Me entusiasma tu disertación “Ligar a la baja”. Y con el derecho que me da ser exactamente de tu quinta, y, por lo tanto, entendida en las lides de nuestra generación, pobrecita, con un pie sobre la más austera represión y el otro sobre la libertad recién estrenada de aquella época de “adoración a la juventud “, cuyo estandarte, la espectacular bandera desplegada por el movimiento Hippy que se centraba en la sentencia: “Haz el amor y no la guerra”, te dedico estas líneas. Y sin meterme aquí en disquisiciones sobre la utilidad que a la larga nos ofreció aquello del ensalzamiento del LSD, el refocile sexual que predicaban y que practicaban, sin prisa pero sin pausa aquellos que no tenían el pasado tatuado a fuego en la frente por sus papás, tías, abuelitas y gente “de buen vivir”, que eran las generaciones anteriores a nosotros, desdichados; a los que se nos podía comparar con alguien sin dientes al que se le ofrece un sabroso bocadillo de pan tostado con jamón que desea pero no puede comer.
Todas las – en ese momento-, estrellas de la época, o sea la juventud, mirábamos extasiados nuestro presente y nuestro prometedor futuro. Se nos había coronado con la libertad en todos los sentidos. Entusiasmados nos mostrábamos de lo más liberados cuando en realidad nos faltaba el hervor final, que era haber nacido unos pocos, muy pocos años después para poder asumir la nueva era con naturalidad.
La prueba está en la búsqueda desesperada, como tú, muy bien explicas, de muerdos en sitios oscuros. Y si había algo más, cosa dificilísima en el momento, ya podías darte con un canto en los dientes (Si eras chico) que, si eras chica peor todavía, puesto que llegar a mayores significaba que estabas en la onda total y sabias donde encontrar anticonceptivos, como hacer y además que te importaba un guano lo de que para “HACER EL AMOR” al menos debíais estar casados o ser novios.
Sí, mucha minifalda. Mucho Beatle, Mary Quant. Mucho discurso, pero en el fondo, la sopa no estaba totalmente cocinada y debajo de todas esas pintas con pantaloncitos campana, pelos y pestañas pintadas bajo los ojos como si fueran soles, Minipulls (jerséis muy cortos y muy apretados), continuaban escondidos los jovencitos y jovencitas reprimidos por una educación represiva anterior.
«Momento en el que yo haré como que no me importa pero que te hago el favor de bailar contigo»
La idea: Tú me cazas, yo soy la pieza y debo esperar a que me “cameles” porque yo soy muy decente y no voy de buscona por ahí, aunque, desde que te he visto sé que me has mirado, que estas en el rincón oscuro de la derecha, que me estas mirando mucho y que vas a venir de un momento a otro a invitarme a bailar. Momento en el que yo haré como que no me importa pero que te hago el favor de bailar contigo.
Entonces me siento con mis amigas y dejo pasar la retahíla de chicos que vienen a sacarnos a bailar, con un “no gracias”, porque yo sé que ¡tú!, ya vienes hacia mí, que naturalmente, no te he visto y no me había percibido de tu atención ni nada.
También controlábamos a la coruja de turno, que siempre las ha habido. Decididas y avanzadilla valiente de futuras épocas, a veces se interponían en el camino del “elegido” que era detenido por la doña en el recorrido desde el rincón hasta donde tú estabas haciéndote la lánguida. Y entonces ya estaba hecho. Habías perdido una batalla.
Si el “príncipe sin caballo “del momento llegaba por fin cerca de ti, quedaba el último escollo: la amiga. En mi caso, mi amiga Mari Puri, avanzadilla de las decididas con iniciativa, comenzaba una maniobra de atracción, cruzando las piernas y sonriendo.
Pero en este caso, por ser amigas, podías congelarle la sonrisa con un codazo inesperado, con el cual comprendía enseguida que el galán era tuyo porque ya lo tenías tú censado en tus planes. Éramos muy buenas todas en el juego: “Que mona estoy, no me doy cuenta de nada y paso de todo en mi excelsitud. En fin, criaturas al fin, nosotras y vosotros, porque si lo vuestro era sufrimiento, lo nuestro, era una tortura. Y era una tortura por que nosotras, ya sabíamos el rollo que llevabais. Se os veía venir y a la primera frase sabíamos si erais el chulito, el llorón, el tembleque, el Clint Iswood como tú dices.

» Si decías que no, entonces con suficiencia de personaje, el gesto cambiaba y de una forma u otra las palabras “moderno” y “estrecha” salían a relucir»
Sabíamos cómo y en qué orden nos haríais el test habitual.
– ¿Vienes mucho por aquí?
¿Cómo te llamas?
¿Estudias o trabajas?
¿Crees en el amor libre?…
Esto último era la definitiva avanzadilla del conquistador porque, si decías que sí, pensaba él que ya estaba hecho. Que le había tocado el premio del día y que ¡Loados sean los dioses!, hoy habría rollo del bueno”. Y si decías que no, entonces con suficiencia de personaje, el gesto cambiaba y de una forma u otra las palabras “moderno” y “estrecha” salían a relucir.
Para nosotras, el premio del día consistía en encontrar un “normal” entre tantos niños intentando jugar a aparentar ser algo especial a base de perder la dignidad, y otros tantos hambrientos que no sabían disimular las exigencias de sus hormonas desbocadas. Hablo de finales de los sesenta, cuando, aquella juventud de frontera teníamos diecisiete, dieciocho años…
Hasta diez años después no empezó España entera a pasar a Francia en autocares para ver “El último tango en París”, circunstancia que fue una vergüenza ajena de la época junto con el cine de destape. Con esto, se puede considerar que las mentalidades de diez años antes, por mucha liberación que aparentáramos tener, no estaban todavía adaptadas al presente mundial. Especialmente en las chicas, que vosotros, con eso de la testosterona y las especificaciones del sexo masculino, abiertos estabais siempre, descontando, naturalmente, a vuestras hermanas y madres.

» Yo sí estaba muy preparada para el amor libre, pero que sabía perfectamente que era el resto del mundo el que no lo estaba»
Ellas fueron las protagonistas de mi genial respuesta a la última pregunta trascendental que nos hacíais siempre en la discoteca. Yo sobrenadaba como gato escaldado, respondiendo que yo, sí estaba muy preparada para el amor libre, pero que sabía perfectamente que era el resto del mundo el que no lo estaba. E inmediatamente inquiría con suavidad gatuna y gesto de no haber roto jamás un plato que qué le parecía a él si su madre o su hermana lo practicaran, con lo que se derrumbaba la modernidad y el de turno, envarado, respondía que a esas ni nombrarlas y que eran sagradas.
En este momento y recordando gracias a ti aquella época, siento mucha ternura por lo que fuimos. Y comprendo ahora, que no entonces, lo muy mal que lo pasábamos unos y otras intentando subir al carro de la vida como podía cada cual. Y viviendo nuestros roles también como podíamos.
Hemos sobrevivido, no obstante, a nuestra propia historia. Aunque los años ochenta ostentaron el récord de divorcios llevados a cabo por gente que se casó con prisas por aquello de que lo más natural de tener novia o novio era casarse. Y que esto pudiera llegar a pasar es muy de agradecer, en ocasiones.