
«Me entero de que las peinetas a una mano y al parecer tampoco a dos no se consideran, en Canadá, materia alguna de delito»
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En el Gobierno de don Narciso,
como Uds. saben muy bien,
en asuntos que en modo alguno
consideran de su estricto interés,
se les pone, enseguida,
de auténtico paquidermo la piel;
en tanto que en asuntos que creen ellos
perjudican su ‘buen nombre y autoestima’,
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bien que nadie sabría decir por qué,
afectan melindres y una piel muy fina.
Y ya verán Uds. por qué lo digo:
Me entero de que las peinetas a una mano
y al parecer tampoco a dos
no se consideran, en Canadá,
materia alguna de delito.
En EE.UU., sin embargo,
hay gran disparidad de opinión,
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y lo mismo te pegan un multazo,
que te pasas una semana en la trena encerradito.
Bien es cierto que este último caso
se dio por levantarle a un fiscal el dedito
y no le hizo mucha gracia al susodicho.
Si levantas el dedo, en cambio,
aunque lo hagas muy airado, ante tu expareja,
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los jueces tienden a suavizar mucho su sentencia:
-Mejor el dedito arriba, aunque haga maleducado,
que seguir tirándose los platos a la cabeza.
A saber cómo se las gastan
los Sres. magistrados, en España,
ante gesto, por lo demás, tan habitual,
aunque haya quien lo tiene por obsceno;
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pero a mí se me antoja difícil ponerle freno,
y acaso va siendo ya hora de enfrentar,
cara a cara, el bobo temor que te atenaza,
cuando, de hecho, te mueres de ganas
de levantar en todo lo alto… ambos dedos:
¡Aquí van los míos, pues, en obsequio
de los miles de favores recibidos
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de parte de don Narciso… y su infame panda!
Lástima que a alguien le diera por llamarlos dedos ‘corazón’:
habría preferido que ‘garfios ponzoñosos’ se los llamara
y que pudiéramos usarlos, como las abejas, de aguijón!
¡Ná; tranquis: si vienen a apresarme los de La Benemérita,
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les diré que tengo los mejores tratos con Ínfimo-Marlaska:
habida cuenta de la consideración y el aprecio que por ellos muestra,
al instante me habré ganado su simpatía más sincera y elevada!
¡Ah; y con qué envidia vería, gente tan aguerrida, noble y arriscada,
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la enorme satisfacción con la que yo con firmeza
mis deditos corazón bien enhiestos levantaba
‘en honor’ de quien ha de inspirarles, a la fuerza
-aunque les pese-, una cada vez mayor repugnancia:
de parapeto usados, todos ellos, con la vileza
y desvergüenza que exhibe la peor canalla!