A su paso, las altísimas puertas, pintadas de purpurina, se van abriendo por una mano invisible. La escena reviste un estudiado aire sacro.
El hombre que no tenía que abrir las puertas. Por Amando de Miguel

www.lapaseata.net
A su paso, las altísimas puertas, pintadas de purpurina, se van abriendo por una mano invisible. La escena reviste un estudiado aire sacro.