Pocos han entendido qué significa mi metáfora de «La Casa de los Maquis», mitad sueño, la otra mitad propuesta de camino vital, utopía como la soledad feliz . La única persona que al menos, me lo ha demostrado es José Manuel Falcet. El realizador de televisión mas autentico que conocí. Y eso que durante mi oficio de reportero trabajé con muchas y muchos artistas profesionales del rodaje y del montaje. Lo tenía todo, instinto periodístico, ganas y optimismo, filosofía del oficio y de la vida, una voluntad de hierro afinada en la aventura y la puta calle y, sobre todo, una profunda sensibilidad que no supieron ver las «bienpagás» ni los «bienpagaos», es decir, aquellos que sucumbieron a los peligros del periodismo, que según Albert Camús, eran someterse al poder del dinero, mutilar la verdad con pretextos ideológicos y despreciar al lector.
Fue José Manuel Falcet quien introdujo la frase «El arte del encuentro» a la cotidianidad de nuestros rodajes y, gracias a ese poso «entre intelectual y folclórico», convivimos con policías y ladrones de todo tipo, verdugos y victimas, intelectuales y analfabetos, desmemoriados y cotillas, famosos, miserables, artistas y todo un batallón de sufridores, y con todos empatizamos, y a todos oímos y grabamos en betacam.

Le recuerdo hoy en La Habana, donde fuimos invitados a uno de los últimos cumpleaños del maestro Compay Segundo y realizar un reportaje para el programa «Informe Semanal» de TVE. Fue un rodaje esplendido, vital. De esos pocos sin cuestas arriba ni vértigos por la ausencia de material. Allí iba todo como hilvanado a un son musical. El protagonista nos hablaba bien y de todo, y nosotros comprobábamos, a cada instante, uno de los tópicos de la profesión: En Cuba, tiras la cámara rodando al aire y sale un reportaje con auténticas secuencias y hasta un montón de testimonios. Aún así una tarde le vi triste, profundo, y le pregunté. Me contestó que había visto a unos cuantos barrigones españoles aprovecharse de las jóvenes a cambio de un puñado de dólares y estaba reflexionado sobre la injusticia, el egoísmo humano y la falta de ética que produce la insatisfacción mental.

Hoy me doy cuenta que el camino a «la casa de los maquis» es largo y caro y que necesitaré para llegar al buen puerto, de buenos mapas y planos y, sobre todo, una casa intermedia, para aprovisionarme y poder descansar: A este último sueño la he llamado «la casa de los libros» y será un lugar en el que enseñe, a cambio de un trozo de pan, a los más jóvenes sobre la importancia del papel, el olor a tinta, y la encuadernación. Estoy seguro que Falcet lo entiende aunque, en la actualidad, prefiere -ya no quedan apocalípticos- el «e-book» para su programa diario de lecturas sobre filosofía y prosa poética, e incluso se ha decidido a trabajar sobre el teclado electrónico y la pantalla.

De intuición artista, en su Casa de los Maquis, junto al Atlántico, este viajero sevillano ha decorado con sus propios cuadros y esculturas, el espacio que le proporciona su necesaria soledad. Y junto a las piedras «zoomorfas», que pinta al óleo, tiene ahora su «Parker» escondida, y al pasar, e intuirla, sonríe y recuerda… Siempre, una cita culta le viene a la memoria… Hoy rememora a uno de sus poetas preferidos, el estadounidense de origen británico Wystan Hugh Auden:
«Nuestra existencia no goza de un modo indicativo infinito, de un eterno tiempo verbal presente, de una voz activa ilimitada, ya que en nuestro mundo rastrero y descuidadamente provisorio todo par de personas, ya sean domésticas primeras o vecinas segundas, requieren y necesariamente presuponen en ambos números y en todos sus casos, toda la gama de inflexiones de un tercero extraño, puesto que sin un Ellos despreciado o temido a quien dar la espalda, no podría haber un Nosotros íntimo o afectuoso a quien dar la cara”.
Creo que me confundí de página. El comentario era para este lugar. Recuerdos.
Coño, con un realizador tan completo me hubiera encantado trabajar a mí. Y con un hombre tan profundamente ético, te lo juro, era capaz incluso de casarme.