El hombre puso nombre… a la ingeniería social

Recuerda amigo Macaon la canción de Bob Dylan que Javier Krahe y Sabina parodiaron en La Mandrágora: «El hombre puso nombre a los animales…». Toda una metáfora de las primeras enseñanzas de los grandes filósofos, como tu bien sabes. Nominar es crear para el ser humano y de ahí el destacado papel que tiene la palabra en la propia existencia del hombre, auténtico animal lingüístico condenado eternamente al universo dialéctico. La obra de Borges gira precisamente sobre este universo platónico de las ideas, sus expresiones y la realidad de la sombras. En «El Hacedor» 1960, reflexiona sobre la capacidad de los nombres propios de borrar la realidad de los individuos a quienes designan para convertirse en ficciones autónomas.

Por eso dicen los eruditos que las palabras las carga el diablo. Y para mentir, los políticos parafrasean en vez de nominar: Juntos podemos hacer memoria de cómo llaman nuestros gobernantes a los parados para  camuflarlos semánticamente.  ¿Te acuerdas de cómo definía Zapatero la crisis para no verla, y en definitiva para hacer como que no existiera?

Por ello y aunque, como dices no le importe a casi nadie, detrás del Proyecto de Ley del Registro Civil por la que los padres decidirán el nombre de los apellidos de sus hijos, una norma «aséptica, objetiva y neutral y que tiene su fundamento en la defensa de la igualdad» según preconiza el actual Gobierno, lo que hay es una mentalidad malsana que está dispuesta a moldear la realidad social a su antojo a base de decretazos.

Por eso, y último, creo que algunos pensadores afinan con una expresión, de reciente cuño, cuando se refieren a las políticas de Zapatero, y que debería darnos tanto miedo como el propio Gobierno: Ingeniería social. Fíjate que estas dos palabras hasta hace muy poco formaban parte del lenguaje informático y se utilizaban para definir las prácticas o artimañas ideadas por los delincuentes informáticos  para acceder a equipos ajenos.

Manuel Artero Rueda

Manuel Artero Rueda ha dedicado toda su vida profesional a la televisión en la empresa pública RTVE donde, en los últimos veinte años, y después de haber trabajado como ayudante de producción y realización. ha realizado su oficio de periodista como reportero en el programa Informe Semanal, para el que ha realizado mas de trescientos reportajes. Licenciado por la Universidad Complutense, es autor del libro "El reportaje para televisión un guiño a la noticia" , un práctico temario con el que ha impartido clases tanto en el Instituto Oficial de RTVE como en el máster de periodismo de la Universidad Rey Juan Carlos. Desde el ERE inventado por Zapatero para TVE, dedica su esfuerzo y trabajo esta "La Paseata" un sencillo blog personal que con el paso de los últimos años, se ha convertido en una modesta revista electrónica en la que colaboran un grupo de amigos a los que une el amor a España.

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1 comentario

  1. Muy conspicuo te pones, e intuyo que el tema no merece (a lo mejor sí). No sé gran cosa Manuel, no sé gran cosa (por no decir nada). Acabo de leer “El mono gramático” de Octavio Paz que incide en la bella reflexión de Borges: poniéndole nombre a las cosas, a las personas, las encasillas y esquematizas, eso relaja, evita la molestia de profundizar, de individualizar. Pero no hilo tal reflexión con las tonterías de Zapatero y políticos en general. Lo eufemístico es una rama tosca de la retórica que los agentes públicos (y periodistas, tertulianos, mentalistas, alienados, ejecutivos, jefecillos, borrachos…) se esfuerzan en su uso por salir de algún que otro apuro y a veces la cagan (y otras redondean). Las palabras las carga el diablo, dices. Los puñales del decir son los que clavan más hondo, dice un bolero. Si el tema me aburre es por mi increencia en el lenguaje y el habla en general (aunque de nuevo me parece salirse la cosa). ¿Notas lo oscuro del lenguaje?. Aladas palabras, el gran aire de las palabras. La palabra silenciada. Las discusiones son enredos de palabras. Para qué hablar, cada cual a su modo lo usa sin mayor uso que su provecho. «Cualquier palabra que tú hables la debes al destrozo», decía Paul Celan, o Wittgenstein: «a través de las palabras sólo aprendemos palabras», o Rilke:»los mejores yerran con sus palabras, cuando éstas han de expresar algo en extremo sutil y casi inefable», o Ionesco: «cuanto más trato de explicarme menos me comprendo, naturalmente que no todo es imposible de decir con palabras: únicamente la verdad desnuda». En fin, te copio un párrafito de ese mágico libro de O. Paz: «…preso entre las líneas, las lianas de las letras. Ahogado por los trazos, los lazos de los vocales. Mordido, picoteado por las pinzas, los garfios de las consonantes. Maleza de signos: negación de los signos. Gesticulación estúpida, grotesca ceremonia. Plétora termina en extinción: los signos se comen a los signos. Maleza se convierte en desierto, algarabía en silencio: arenales de letras. Alfabetos podridos, escrituras quemadas, detritos verbales. Cenizas. Idiomas nacientes, larvas, fetos, abortos. Maleza: pululación homicida: erial. Repeticiones, andas perdido entre las repeticiones, eres una repetición entre las repeticiones. Artista de las repeticiones, gran maestro de las desfiguraciones, artista de las demoliciones. Los árboles repiten a los árboles, las arenas a las arenas, la jungla de letras es repetición, el arenal es repetición, la plétora es vacío, el vacío es plétora, repito las repeticiones, perdido en la maleza de signos, errante por el arenal sin signos».

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