Espero en la calle Santa Isabel de Madrid, frente al mercado y el cine Doré, y tres niñas reclaman mi atención. Entre ocho y diez años. Juegan sobre la mugre, cerca de los coches, ajenas al bullicio y el trapicheo. Hablan en un español primerizo. Dos de ellas visten de rosa, la tercera unos pantaloncitos vaqueros. Despegan de las farolas los anuncios en los que emigrantes, como sus padres, se ofrecen a planchar por horas o para compartir alguna habitación de sus pisos patera. El juego es tan divertido que cuando llega la madre de una de ellas y, en árabe, le dice que deben irse, la niña contesta que no. Protesta. Es la de los vaqueros, que refunfuñea y se planta de cuclillas en el suelo. Hace como que llora porque no quiere ir a casa. Entonces la madre le grita en el mismo español que antes hablaban las niñas: !Vamos, Vamos, que viene la policía! … Y la niña calma su berrinche, cambia la expresión de su cara, mira a izquierda y derecha, y acerca su manita a mamá.
Veo así, que para esta familia la policía representa el coco.
«…y diles que ni hay más raza que el azar ni más patria que la del dolor y que todo es frágil, la muerte incluso» (Jose Miguel Ullán)