Es difícil no darse cuenta hoy del riesgo que asumimos los ciudadanos ante las maniobras de nuestros políticos. La decisión oficial de robar a los depositantes chipriotas sus ahorros, un tres, un seis, un diez por ciento, o lo que sea, abre la veda de la preocupación a los vecinos de las dos diferentes europeas.
Porque de ahora en adelante, todos asumimos ya, o deberíamos asumir, que en aras de ese ideal podrido, y manoseado con infinitos engaños, como es el de la zanahoria que nos han colocado en nuestros morritos con el tema de la unidad europea, los que de verdad tienen la sartén por el cazo son capaces de saltarse las reglas, todas las reglas, y de la noche a la mañana tergiversar las normas en contra de la mayoría y hasta los conceptos, y además, son capaces de definir como impuesto lo que en realidad es un embargo.
Y menos mal que existen los mercados, los denostados por esa izquierda irreal que sigue vociferando que la deuda no es nuestra y por eso no la pagamos, como lema principal de su rebelión en la granja. Porque los famosos mercados, de momento, son los únicos capaces de cifrar, cotejar y responder con el precio justo, sin los pluses imaginarios con el que los políticos enfebrecidos por el virus del poder, imponen y sobretasan, o minusvaloran, a nuestros ahorros, a nuestra familiar economía.
Ahora,aquí, nos dirán hasta la náusea que España no es Chipre, pero si la prima alza su cotización los fantasmas que nos despiertan en nuestras peores pesadillas se apoderarán, de verdad y con alevosidad, de nuestros ahorros. El poder ilimitado de los políticos, del sector público en defensa de sus intereses, capaz hasta de alimentar su ego para perpetuarse hasta con nuestras reservas existenciales.