Con el semblante feliz y satisfecho veo a Miguel Pajares ya para siempre pero martillean mis recuerdos las palabras que pronunció a uno de los españoles que colaboró en su repatriación. Las repitieron muchos medios de comunicación, sin dar sentido a su metáfora ni auténtico sentido de la empatía, su sacrificio y modelo de ayuda a los desfavorecidos. Algo así como «Se me ha metido el diablo dentro», cuando bien sabía él que era el ébola su trágico invitado que le ha matado. La peste como modelo de la muerte sin excusas y señora del apocalipsis puesto al día de nuestra pobre civilización.

Y leo sentidos epitafios en su honor, una vida entera dedicada al cuidado de los más necesitados, palabras sentidas que tratan de olvidar en su despedida ese otro virus que contagió, no hace ni una semana, a una parte de nuestra sociedad con una polémica insensata sobre el hecho de su traslado desde Liberia hasta Madrid. Hay uno que en especial me conmueve por una sencilla frase: «Se acabaron las tristes polémicas sobre su traslado a España» porque la testaruda realidad me hace ver todo lo contrario al comenzar a aparecer en las redes sociales los cuervos de siempre en busca de la carroña de siempre.
Y para muestra un botón:
Solo en oración por las almas. Que Dios nos perdone.