Coinciden hoy tras el resultado del referéndum escocés, tanto en el espíritu como en la letra, las declaraciones y comentarios de muchos españoles acerca de la valentía y el sobresaliente espíritu democrático de Cameron.
El estrecho no a la independencia ha resultado lluvia fina para los champiñones que esos iluminados tienen por sesera y desde las claritas del alba, sin rubor, con la amplificación mediática de los micrófonos, el susurro con ojeras en las barras de los bares o a viva voz desgarrada durante los regateos de los mercados centrales de abastos, aseguran que el inglés si que es un demócrata, que con la votación de ayer se ha producido el orgasmo de la democracia y que, claro está, ya le valdría a Rajoy hacer lo mismo para abandonar su espíritu totalitario en contra del sagrado derecho a decidir.
Es el mantra del medio camino que hay entre la nada y las auto éticas. El buenismo de salón que cierra los ojos a la muerte civil por la que están apostando para la mitad de los catalanes la otra mitad de catalanes que luce sus mejores ropas todos los días en el Paseo de Gracia a la hora del aperitivo antes de llamar puerta por puerta y ya con el estómago agradecido, a todos los vecinos para proclamar su mentira subvencionada, sus democráticos sentimientos de independencia y sin que apenas se note, una implícita amenaza acerca de la conveniencia social del apoyo a la consulta, porque todo lo demás no debe salir de la intimidad del hogar. Ni a la calle, ni a los bares, y mucho menos a los medios de comunicación, que por cierto, ya lo debe saber Usted son todos de los nuestros.
Y claro está el señor Cameron es el democrático porque simple y llanamente ha abierto la cancela del camino que en España transitamos desde el comienzo de nuestro estado de las autonomías con voluntad de estado y por el que Escocia empieza a caminar y exigir mas competencias.
Y ahí le tienen el héroe para muchos españoles, al señor Camerón, en el inicio de esa travesía del nacionalismo en nombre de la Gran Bretaña que a la postre, negociación tras negociación, le llevará al abismo de la confrontación social. Pero al mal tiempo, buena cara, porque hoy al menos la vieja Europa, con un pie en el abismo, se ha permitido un suspiro de júbilo por no perder el equilibrio. Para habernos «matao».