Al menos se comienza hoy a oír el concepto de declaración de guerra en esta resaca occidental que sufre la vieja Europa tras el asesinato de ayer en París en la redacción de la revista Charlie Hebdó. Porque como genuina representación del Occidente pusilánime hasta hoy dormíamos satisfechos al obviar olvidando que los terroristas islámicos cada día asesinan, decapitan o torturan a decenas de cristianos en esos kilómetros cuadrados de terror que capitanean entre Siria Iraq y Turquía.
Y me imagino hoy que la señora Merkel, los sesudos intelectuales germanos y los líderes de la opinión pública que arremetieron con el epíteto de neonazis para dirigirse a esos vecinos que se manifestaron la semana pasada en contra de musulmanes acogidos en sus ciudades, medirían en esta resaca del terror sus afiladas palabras. Porque nunca hasta hoy habíamos asumido que unos terroristas se han convertido en estado, un califato con hectáreas de tierra y que además cuenta con sus comandos durmientes y armados en cada una de las grandes ciudades de esta vieja Europa, tan democrática que duerme todas las noches calentita sin querer asomarse a la guerra que miles de terroristas han asumido como ley de vida.