Con memoria de pez olvidamos demasiado pronto. Hace tan solo un par de años, los españoles sufrimos una escandalera con la cuhillas de la valla de Melilla, al ritmo de las protestas y las denuncias hasta contra la Guardia Civil por, por en esencia, y sencillamente, vigilar nuestra frontera. Porque, para muchos españoles esta valla fronteriza no representa nada mas que la muestra de la insolidaridad y los agravios contra los derechos humanos de los seres que malviven en el monte Gurugú en camino hacia el primer mundo. Y se trata de la batalla de las ideas que incluso algunos de nuestros líderes políticos azuza con el veneno de las derechas y las izquierdas, pero que a la postre mata igual que los fusiles kaláshnikov. Esa lucha fratricida que nos lleva a la muerte por nuestras culturas aprendidas y que por supuesto ninguno de los bandos se muestra dispuesto a rendir en beneficio de todos.
El imprescindible Arturo Pérez Reverte afirma que “es contradictorio e imposible (y peligroso) disfrutar de las ventajas de ser romano y al mismo tiempo aplaudir a los bárbaros” y una amplia mayoría no atiende a la historicidad de sus palabras porque muchos estamos ya cansados de las palabras. Agotados, en esencia de la caducidad de los conceptos, repetidos, manipulados y enredados hasta la saciedad.
Porque me temo que todos queremos obviar que la guerra y con todo su mortífero despliegue de variables ha llegado a nuestras fronteras.