
No sé si a vosotros también os pasa, pero hay ocasiones en las que piensas que vas a poder tener momentos tranquilos y aprovecharlos para hacer actividades que dejas precisamente para esos momentos.
Cuando te vas a la playa, pensando en tumbarte bajo la sombrilla y entretenerte leyendo un libro tranquilamente frente al mar, con ese silencio del sonido de las olas, el viento y alguna gaviota perdida y, durante el viaje en el AVE intuyes por el ruido de vagón, que no te deja ni leer dos líneas seguidas, que´la búsqueda de ese momento de tranquilidad que necesitas se puede transformar en una pequeña pesadilla.
Una auténtica premonición. Pronto llega la familia, con la abuela, los papis, los críos, y aquello es como la revolución francesa, pero sin cortar cabezas. ¡Mira que había sitio en la playa!, pero se les ha antojado ponerse lo más próximo posible. Se acabó la lectura tranquila y hay que optar por irse al agua, lo más lejos posible. Y suerte que cuando vuelvas, no te encuentres restos de arena, rastrillos o cubos caídos por arte de magia en tu toalla. Solo queda salir huyendo de allí, como alma que lleva el diablo, y dejar el libro para la hora de dormir, si es que no tienes algún vecino que pone la televisión como si aquello fuera una sala de cine.

Otro de mis pretendidos momentos de silencio es el viaje de regreso en los ‘Vagones de Silencio’ del AVE. ¿Por qué los llaman de silencio? Poca gente conoce las normas de esos espacios, visto el nulo caso que les hacen. Ni sonidos de aparatos electrónicos, ni conversaciones de taberna, ni llamadas interminables con el móvil. Tampoco venden asientos con mesa para no fomentar esas conversaciones que parecen tertulias, donde se pegan por el turno de palabra.
Pues ni por esas, yo he llegado a ver a grupos de féminas giradas en sus asientos, con tal de hablar con sus correligionarias sentadas en los asientos posteriores, para tener conversaciones banales y superficiales que seguro no podían esperar. Grupos de exaltados seguidores de equipos de fútbol recordando viejas glorias. Abuelos consentidores de nietos malcriados, haciendo caso omiso del descanso ajeno, dando un fenomenal ejemplo de lo que no debe ser la educación de sus herederos.
Tampoco dejéis libros ni escrituras en portátiles para esos momentos, máxime si requieren una especial concentración, ya que os la estaréis jugando en la ruleta rusa del silencio del AVE.
Y después no digáis que no lo advertí!!!
Llamadme raro o asocial, pero me voy a un monte perdido, a ver si con suerte no me encuentro con jabalí alguno que tenga ganas de dar por saco.