
“Seguimos ladrando a la luna, aunque nunca nos haya respondido, aullemos con más o menos gracia. Debe ser que no somos lo suficientemente guapetones”
Mientras los perros ladramos a la luna, los guapetones y feotes campan por la crisis como Pedro por su casa – valga la redundancia-.
A mi eso de sensibilizarse del lado de los guapetones, sirvan para algo o no, siempre me ha obnubilado. Seguramente esa condición es más de mujeres, pero también los caballeros se dejan influir. Al señor Felipe González, en sus tiempos de pretendiente vestido de pana y con la boca llena de “obrero” y “cambio” – La palabra cambio siempre les ha encantado a los socialistas-, pues, al señor González, se le tenía por guapo, porque, aunque los ojitos eran del tamaño justo para ver algo, contaba el buen hombre con labios carnosos; y las señoras socialistas de entonces lo encontraban guapetón. Y las que no sabían si eran socialistas o no, también.
A lo largo de la historia he observado con el anonadamiento que me caracteriza ante ciertas circunstancias de la historia, como el guapetón de turno, ganaba los concursos, se llevaba siempre las alabanzas y a veces los puestos destacados en la voluntad de los votantes.
Me he horrorizado muchas veces cuando he escuchado por ahí a gente despotricar de Aznar o Rajoy porque no eran guapos y babear oralmente acerca de la fotito, muy inapropiada para un aspirante a gobernar un país, del Señor Rivera, o con el mismo Zapatero, que a alguno y alguna que otro les parecía muy guapetón.
Incluyamos también a alguna mujer en el catálogo de guapetones, por ejemplo, La señora Arrimadas, que es otra guapa en el altar de los que solo usan los ojos para elegir a sus políticos.
Disfruta ahora el personal elector de un nuevo “bello” en el horizonte. Llegó como envuelto en celofán, chulito y espigado sin dejar ni a su esposa que ose competir con su atractivo.
Creerá que no nos hemos dado cuenta de que sabe perfectamente que no está mal y, por lo tanto, para resaltar aún más su valía exterior, se ha rodeado de lo mas florido de la fealdad socialista. Desde la marcial ministra de Defensa hasta la nueva de Sanidad, pasando por el resto del gabinete, ninguno es tan bonito como el jefe, que, además, es el que mejor cara de odio pone cuando se le contradice, lo que, para él, debe resultar un valor añadido.
Y es por eso por lo que nadie se mete mucho con la joya de la Moncloa, que, por otro lado, no se baja de helicópteros ni de aviones, no vaya a ser que algún “encantado” con sus tejemanejes le tire un cantazo al pasar y le haga un chichón que le deje algo menos hermoso de lo que él se considera. Y así andamos. Seguimos ladrando a la luna, aunque nunca nos haya respondido, aullemos con más o menos gracia. Debe ser que no somos lo suficientemente guapetones.