
«En mi humilde opinión hay dos tipos de intelectuales, los que memorizan frases eximias de grandes hombres y las repiten»
En mi humilde opinión hay dos tipos de intelectuales, los que memorizan frases eximias de grandes hombres y las repiten como el que pone un terrón de azúcar en su café. Y los que las crean intencionadamente a ver si hay suerte y alguna vez las repite alguien o simplemente surgen de ellos sin una intención definida. El resultante de las dos anteriores deviene en una última especie necesaria: Se trata de los que ni memorizan ni crean, pero aprenden de ellas.
Al tercer circulo pertenece servidora que forma parte de ese triángulo: los oídos que escuchan y los ojos que miran, sin los cuales, seria todo ruido y la fórmula, carecería del ingrediente necesario. Reconozco ser la reina del compartir conceptos e ideas con las que se encuentra y que considera afines y dignas de la respetable atención de todos; y al no haberlas escrito y parecerle de imprescindible audiencia, copia, pega y riega con esa agua sabia de genialidades ofrecidas por quien merece ser leído, el jardín del Facebook.
Si alguien lo ha dicho antes mucho mejor que tú, ¿para qué vas a andar perdiendo el tiempo afirmando lo mismo?
Comparte la idea desde la fuente de donde surgió y después busca en tu armario del pensar, cosas tuyas que se puedan añadir al baúl de todos.
Porque, al fin, pese a la aparente separación de cuerpos y almas, somos en conjunto un cuerpo y en ese gran organismo, cada molécula se organiza en distintas células que se ordenan en diferentes jerarquías trabajando para el bien de todos. Y mientras no se entienda esta armonía necesaria, los billones de componentes de este universo viviente que tiene un orden de intervención para el desarrollo de todo, andarán despistados llenando el cuerpo de granos, tumores, enfermedades y pestes.
Como no formo parte de los repetidores de nombres y fechas por falta de memoria, pero conozco, puedo ilustrar con las frases que un sabio utilizó para consolar a su hijo moribundo. Tanto el padre como el hijo eran investigadores prestigiosos. El hijo, enfermó, se dice que, de pena y decepción, porque estaba investigando una formula magnifica sobre algo trascendental, y cuando, por fin, estuvo preparado para ofrecer al mundo su descubrimiento, otro científico, en otra parte alejada del planeta, sacó a la luz la misma teoría y el mismo resultado que él. El hijo, nunca cedió ante la idea de que había sido plagiado, y mantenía firmemente que el otro científico le había robado el trabajo. Se dolía en sus últimos momentos de la traición que creía haber sufrido. Entonces, el padre, le hablo de las violetas.
Todas las violetas poseen la misma forma el mismo color y son de igual manera, dignas de ser disfrutadas por todos.
Todas ofrecen al mundo igual aroma. Sin embargo, aunque muchas nazcan a la vez, unas florecen en riscos, entre piedras, y otras, en campos donde pueden ofrecer al mundo su belleza; la misma que tiene y da aquella humilde solitaria que emergió a la vida en los altos riscos entre rocas y que no dispondrá mas que de la Naturaleza agreste de su alrededor para percibir las cualidades que regale al mundo.
La Naturaleza no ofrece a la vida la verdad en un solo cuerpo. Siempre nacerá esa flor en abundancia. Y será la que crezca en una buena tierra la que consiga que esa verdad sea percibida, sin por ello, desestimar al resto de mensajeros que no tuvieron la oportunidad de ser reconocidos por el regalo que guardaban para entregar al mundo.
Conclusión: Si tienes que decir algo y no lo dices porque no puedes o no quieres, no dudes de que alguien lo dirá por ti.
Todos los días nacen a la vez infinidad de violetas iguales.