
“La genial jerezana, Lola Flores en la iglesia de Marbella, cuando se le llenó de admiradores expectantes en la boda de su hija Lolita , exclamó: ¡Si me queréis… irsos!”
Andan las televisiones de tarde de corrala de vecindonas pasándole lista a la España cardiaca. Y lo mismo despellejan a un famoso, que le cortan un traje al compañero de la silla de al lado. Pero esto nos es nuevo. Miguel de Cervantes ya nos contaba algo parecido en las ventas manchegas que visitaba Don Quijote. Lo novedoso que aquello eran cuentos de camino, que si tenían suficiente morbo ascendían a pliegos de cordel y si era así tenían más recorrido y público.
Y de canto de ciego, con guitarra y zanfoña, está siendo lo ocurrido a primeros de diciembre en Andalucía. Se ha derrumbado un régimen moderno, nacido de urnas bien alimentadas. Un imperio clientelar que tenía muchas connotaciones con el Emirato y el Califato del Al Ándalus. El estrepito que ha organizado en su caída, tan brusca y tan inesperada, ha sido tal que no ha dado tiempo de organizar una Taifa.
Los barbaros del norte, triunfadores y orgullosos se preparan a ocupar el territorio conquistado. Muy pronto oiremos las fanfarrias y los tambores indicando el camino hacia las fértiles orillas del Guadalquivir. Y las tribus, o mejor dicho, la tribu derrotada, aún no ha asimilado el golpe y salido de su asombro. Se niega a lamerse las heridas y atalajar y cargar la caravana camellera para cruzar el desierto. Hay mucho arenal en la margen derecha del Río Grande y un largo camino que recorrer. Mientras tanto, los voceros, trovadores y cuenta cuentos de la Andalucía política están dilucidando si son galgos o podencos, tirios o troyanos, romanos o visigodos. Y andan cantando lo que pueden o quieren, sin darse cuenta que los que han llegado, y parece que para quedarse, son simplemente andaluces.
Recuerdo la caída del Régimen de Franco, que no había durado tanto como este de Andalucía, pero tenía muchas adhesiones inquebrantables que duraron un poco tiempo más que las exequias del General. Otra cosa fue organizar el nuevo estado. Ahí sí hubo más tarea. Había que desmontar lo mantenido durante treinta y cinco años y comenzar la nueva estructura. Y ahí aparecieron las nuevas organizaciones con su antifranquismo secular. Los que se quitaban la venda de los ojos, lamentando lo ciegos que habían estado. Los que venían de palmeros y los que siempre están, esa especie de español que acude a socorrer y echarle una mano al que ha ganado.
Y es normal que la transición andaluza se rija por los mismos cánones, los mismos atavismos y los mismos oportunismos. Pero antes hay que abrir las puertas, ventanas y balcones para airear el ambiente. Faena que debía de ser simple, pero no lo va a ser. A nadie le gusta salir de la gloria para irse al infierno. No apetece abandonar la parcelita de poder para irte al paro. Si hay que aferrarse a las rejas y picaportes, nos aferramos. Si hay que quitarse la venda de los ojos, nos la quitamos y si hay que adoptar los nuevos aires, procuraremos hacernos de un abanico con emblema. Todo sea por Andalucía.
Pero Andalucía, esa vieja tierra que ha sabido acrisolar todas las culturas que la han invadido, que ha diluido la eterna revolución pendiente y ha aguantado estoica cientos de años de malos gobiernos, se quedará impertérrita observando el espectáculo de los que llegan y los que no se quieren ir. Y no tendrá más remedio que adoptar la misma postura que Lola Flores adoptó en la iglesia de Marbella, cuando se le llenó de admiradores expectantes en la boda de su hija Lolita. Y como la genial jerezana solo podrá exclamar: ¡Si me queréis… irsos!