
«Es un arte el sentarse bien. Hay que hacerlo de manera cómoda y dejando espacio para que las cartucheras no se derramen por debajo de los brazos de la silla»
En un país como el nuestro, que tiene un refrán que reza: «Quién se fue a Sevilla perdió su silla», hay que andarse ojo avizor y pendiente de que no te dejen sin aposento de las posaderas.
Es un arte el sentarse bien. Hay que hacerlo de manera cómoda y dejando espacio para que las cartucheras no se derramen por debajo de los brazos de la silla. La pose ideal es la que usan los flamencos cuando van a ejecutar un cante grande. A saber. Posar la parte innoble de la espalda con la mayor suavidad posible en el listón delantero del asiento. Erguir la figura hasta que la espalda quede en paralelo con el respaldo del aposento, Levantar la cabeza y mirar al infinito.
Llegar a esa satisfacción es el sueño de todo español. Los curas sueñan con un buen sitial de coro de catedral, después haber pasado largos años calentando la dura bancada del confesionario. Los políticos sueñan con los bancos tapizados del Congreso o el Senado, y cómo mal menor, en cualquier sillón de la autonomías. Los nobles bastante tienen con no tener que vender las sillas que heredaron para tener moneda contante y sonante. Los pelotas, de los que hay legión, sueñan con que el peloteado se vaya a Sevilla. ¿Y el pueblo?. El pueblo como siempre viendo como los que llegan a la silla les sacan los cuartos…
Aquí os presento una silla Isabelina. Aposento regio reñido con el arte funcional y el minimalismo. En su tiempo fue objeto de envidias, y hasta de intrigas palaciegas.
La única que he visto parecida la tenía un folclórico travestón y la estaban cargando en un camión dos agentes del juzgado el día que lo embargaron.
Esta debió pertenece a un monarca bajito. Lo digo por lo del taburete. Y Monarca de ese tamaño no lo ha habido por estos pagos desde Isabel II, que no se fue a Sevilla, sino a París, cuando perdió la silla.
En Sevilla estaba Montpensier, su pariente y consuegro. Que tenía muchas ganas de la silla, pero claro estaba en Sevilla, y allí de acuerdo a al refrán están los que han perdido el objeto donde se colocan la posaderas.