
«Hoy podría hablar de muchas cosas sobre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, pero estoy cansado, y no lo estaría, como estoy seguro que al igual que muchos de mis estimados lectores, para reaccionar contra este gobierno»
Hoy podría hablar de muchas cosas sobre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, pero estoy cansado, y no lo estaría, como estoy seguro que al igual que muchos de mis estimados lectores, para reaccionar contra este gobierno de advenedizos aprovechados y que rigen el país contra muchos millones de españoles que quieren una España libre de prejuicios comunistoides, y participar en una buena marcha sobre el Palacio de la Moncloa taponando la Nacional 6, que curiosamente construyo Franco ese dictador al que dentro de poco no se podrá ni nombrar.
Pistas tenemos, pero recorrerlas es asunto de todos los demócratas. Claro que si vivimos cuarenta años en dictadura, por algo sería. Ahora parece que de nuevo se impone un fresco gobernante procedente de no se sabe dónde y muchos no se enteran del frío que va a venir si no lo cambiamos pronto. Pero no, no era de eso de lo que quería hablar hoy. Quiero despotricar más que hablar de quienes se lo merecen. Y quienes lo merecen si no las voces de su amo, televisivas.
Me he fijado que desde hace años el criterio de punto de corte de cualquier tipo de programa no pertenece a la lógica y al buen hacer de algún profesional del medio, más bien parece que se hace a ojo de mal cubero, porque rara es la vez en la que ese punto es correcto. Vamos que el punto de corte lo debe de decidir un analfabeto, un no experto en el medio audiovisual.
Pero no importa porque la relación de las televisiones con los anunciantes es de sumisión total, claro son los que pagan, pero lo malo es que también ocurre cuando la televisión es de pago, por cable o como se quiera, también te endilgan la publicidad. Uno evidentemente se queda con cara de gilipollas y piensa: “No solo me toman por imbécil los políticos, ¡coñe!, también las televisiones y los anunciantes.
Piensas: “no volveré a comprar los productos que se anuncien» e intentas tomar nota. Pero ahora viene lo mejor, como son tantos, pronto te quedas sin papel y pasas. Tu, pobre desgraciado, cansado del día, y tratando de relajarte un poco, pues aguantas impertérrito la bofetada moral de los faltones, ¿qué vas a hacer?, estás indefenso. El cabreo surge cuando cronómetro en mano percibes que es más largo el periodo publicitario que el trozo de mierda de programa que te acaban de emitir. Es cuando se pone una cara de cabreo que no puedes con ella. Te sientes incluso un cornudo, por gilibobo de baba. ¡Con lo bien que estaría yo con un libro, que no me lo corta ni la madre que me parió!
Tus hijos hace ya una década que ven los contenidos audiovisuales en su ordenador y se libran de la esclavitud de ser objeto de venta de las televisiones a los productores de bienes de consumo. Hace años, cuando había bloques de publicidad, los programas previamente seleccionaban los puntos de corte, de manera que no se cortara el discurso audiovisual en cualquier lugar inadecuado. Hoy día parece que no. Luego podemos apreciar que las cadenas se quejan de que pierden espectadores. Más tendrían que perder si un mayor número de personas tuviera más criterio y amor propio, como para no dejarse tratar como ganado en venta.
Así que lo dicho, yo veo ya muy poco la televisión, algunas películas y para de contar, pero como sigan así tiro la toalla y me pongo a leer tranquilamente, que solo me corta la lectura el sueño y es una sola vez. Sí, que leer requiere un poco de esfuerzo si no estás acostumbrado, pero no veas lo que se aprende sin tener que oír como tal detergente es el más bueno donde los haya. Hoy podría hablar de muchas cosas, pero estoy cansado, no lo estaría para reaccionar contra este gobierno de advenedizos aprovechados pero así es la vida.