Mire usted qué cosas: El coronavirus se nos vuelve xenófobo y racista. Por Vicky Bautista Vidal

«Mire usted qué cosas. Ahora que ha bajado la cantidad de ancianos vivos de forma considerable, el coronavirus se nos vuelve xenófobo y racista»
Mire usted qué cosas. Ahora que ha bajado la cantidad de ancianos vivos de forma considerable, el coronavirus se nos vuelve xenófobo y racista, como diría esa señora igual a todo el mundo, que, por serlo, ha llamado a su Ministerio de la Señorita Pepis: “De Igualdad”.
Que el Covi 19, ese cachondeo de virus que parece que ya veraneaba en nuestra tierra en marzo del 2019 y se bañaba en nuestras aguas residuales… (A ver lo que nos cuentan ahora acerca de ese mercado de Wuhan, donde se dio el “primer caso” debido a pangolines, murciélagos, y cabezas de turco animal que vienen tan bien para culparles de pandemias y envenenamientos virales), no ceja en su empeño de aligerar la humanidad.
Quizá dentro de unos años, quizá meses, nos sorprenda la noticia de que han cogido a un chino que odiaba a la humanidad, que trabajaba en unos laboratorios y que estaba dispuesto a defenestrarla a base de soltar bichos por todo el mundo; que los psicópatas asesinos andan sueltos y en puestos de primera línea como suelen ocupar los psicópatas listillos.
«Ahora, el virus, ataca a esos emigrantes ocupantes de pateras que han tomado de nuevo las rutas de la Península Ibérica»
Ahora, el virus, ataca a esos emigrantes ocupantes de pateras que han tomado de nuevo las rutas de la Península Ibérica en cuanto las mafias, nuevos traficantes de esclavos, se han enterado de que ya se puede incursionar en esta tierra de gente “lista” con gobiernos ineptos.
Pero las nuevas remesas de gente dispuesta a dejar su pobreza para conocer la de otros países no llegan solas. Cada uno de los cuerpos sentados en la patera carga sobre sus hombros una sombra siniestra: La del Coronavirus, que ese si que no tiene perjuicios y prejuicios y solo quiere células hambrientas de amor para refocilarse con y en ellas y tener muchos hijitos que lo perpetúen.
La estadística de bajas inmigrantes podría crecer enormemente con esta nueva elección de víctimas por parte de la pandemia que, además de regar por todo el país el virus, dejaría medio vacío el colectivo de los pobrecillos que han acudido a los dulces cantos de sirena de nuestra ayuda vital. Esa, a la que los ancianos que han quedado vivos y que no tienen donde mirar económicamente no pueden aspirar; porque, “sabiamente”, la edad límite del receptor está establecida en 65 años.
«Aquellos que fuerzan la dispersión de una enfermedad tan peligrosa por dinero, merecen todo el peso de la ley»
Nadie debe sufrir. Nadie merece enfermar. Ninguno debe soportar la cruz de la pandemia. Pero aquellos que fuerzan la dispersión de una enfermedad tan peligrosa por dinero, merecen todo el peso de la ley. Y así como en un tiempo se condenó legalmente a gente enferma de Sida que, sabiéndolo, se dedicó a contagiar a otros, igual debería hacerse con aquellos que conociendo el peligro y las consecuencias, fomentaran la propagación de esta plaga mortal del siglo XXI.