
«Soy feminista y huelo divino. Soy feminista porque me siento inteligente y me pretendo femenina. La más inteligente, siempre»
Hay un originario y antiguo feminismo de la derecha con el que siempre me sentí identificada. Y, también con el de Germaine Greer. Esa de los pulóveres negros tejidos en estambre de seda.
Es un feminismo que, además de defender y reclamar desde la igualdad, y no desde la intolerancia, los derechos de todos, huele bien. Nos lavamos, nos aseamos, nos gusta lucir perfectamente arregladas y nos perfumamos. Nos encanta la buena vida y nos fascinan los buenos hombres. El champán y las joyas. Ya bastante tuvimos que cagar en letrinas de escuelas al campo y comer pan viejo con trozos de soga y rabos de ratas incrustados, sin contar las escupidas en el pelo recién lavado con jabón Nácar.
Somos las feministas de derechas. O las feministas libres de tendencias, ideologías partidistas y demás monsergas; como yo. O yo como ellas.
Hay un feminismo que taconea con el alma y el manos a la obra, sin sentirse avergonzada ni humillada por enfundar sus pies en taconazos reales. Altos no, altísimos.
Existe un feminismo de la mujer que trabaja de verdad y no de la que finge, y espera a que se lo regalen todo instituciones gubernamentales mediante.
A ese feminismo de la que singa por placer y deseo, porque le gusta singar, o follar, por amor o lo que sea que se llame, pertenecemos muchas, montones; y no como esas que singan porque anhelan redactar un mamotreto sociológico acerca de la apropiación de un hueco húmedo por un vil trozo de carne erecto.
Soy feminista y huelo divino. Soy feminista porque me siento inteligente y me pretendo femenina. La más inteligente, siempre.
Siempre voy a estar del lado de este tipo de feministas, en el sentido clásico del concepto. Esas mujeres que lucharon por la igualdad entre sexos, la igualdad social siempre contarán con mi apoyo. Esas féminas que huelen bien, que se esmeran por lucir atractivas que hombre, que son delicadas en sus modales y conducta y que se enorgullecen de er mujeres antes que nada, siempre tendrá mi aplauso. Pero estas macharras de ahora, las horteras, las de la inclusión, las depravadas, las antiestéticas, las guarras y las llegar a casa solas y borrachas, no. Esas todas a la hoguera inquisitorial de la cordura y de la decencia.