
«Me quedo con aquellos viajes interminables, cargados de sentimientos y de gente que a poco que les hablases, te contaban tantas cosas interesantes que eran tesoros»
Querido Manolo, hoy quería recordarte aquellos trenes que no hace mucho nos veíamos obligados a coger para movernos y cruzar España por la noche, porque los viajes en avión eran carísimos. No existían las empresas low cost de aviación.
Los jóvenes de hoy en día, acostumbrados a la inmediatez y las prisas, no entenderán como se podía tardar horas y horas, 10, 12 o incluso 16 horas en viajar, por ejemplo, de Barcelona a Málaga, de Madrid a La Coruña, de Valencia a Bilbao… Y no hablo de los años 50 del siglo pasado, sino de la década de los 80 incluso los 90.
A diferencia de los trenes de hoy en día, aquellos vagones con compartimentos, pensados para un máximo de 8 personas fueron un lugar de encuentro, de principios de amistades eternas, de confesionarios de vidas que necesitaban un escuchante paciente que te acompañaba durante horas y horas a tu destino.
Cuando hoy en día, los adictos a los Youtubers creen que la aventura está en un video juego en el que puedes cambiar el futuro del mundo, te digo que en aquellos trenes la aventura empezaba en la misma salida del convoy de la estación.
No siempre se podía elegir el compartimento en el que ibas a pasar parte de tu vida con gente a la que no conocías pero que, al cabo de un par de horas, ya empezaban a familiarizarse con uno de muy diversas maneras. Madres vigilantes de las miradas ajenas a sus hijas adolescentes, curas con sotana y boina cargados de maletas, emigrantes (que no migrantes…) que iban a trabajar a alguna ciudad que les acogiera y que te invitaban a chorizo del pueblo pan de hogaza y la bota de vino.… Y sobre todo soldaditos que iban a casa después de meses encerrados en el cuartel ríete de los confinamientos de hoy…
Aquellos pasillos, en los que podías bajar las ventanillas para poder fumar y aspirar el aire de las zonas por donde pasabas, pasillos que eran a veces un lugar de encuentro o donde podías ver pasar a dos guardias civiles custodiando a un preso con las esposas puestas, o a un grupo de monjas que iban todas juntas al aseo… Pasillos llenos de puertas de los compartimentos que eran como celdas privadas en las que se cocinaban charlas y reuniones de un mundo que apenas ya hoy existe.
Recuerdo que había un truco para pagar menos en un compartimento de literas, Comprabas un billete de 2ª y cuando el tren salía de la estación, podías ir al encargado de las literas y comprar por la mitad de precio tu litera. A diferencia del otro compartimento, las literas eran como entrar en otra dimensión. Primero ibas sentado junto a los otros viajeros, y sobre las 9 de la noche, el señor encargado del vagón, entraba en el compartimento, abría las literas y empezaba otra historia diferente. Si te tocaba la litera de arriba, había tres alturas, tenías que prepararte para pasar horas tumbado, normalmente a oscuras. A pesar de que hoy parezca machista, en aquel tiempo, dejabas que las señoras y señoritas se acomodaran en las literas de abajo, para que les fuera más cómodo bajar por si querían ir al baño. Y es que, en aquellos viajes eternos, podías viajar en un compartimento cerrado, hombres y mujeres sin miedo a ser denunciado por cualquier conducta impropia como la de ceder tu litera de abajo a una mujer.
Se vivían todo tipo de historias y yo, que pude durante años viajar cada semana en aquellos trenes con largos viajes nocturnos, a modo de ejemplo te contare un par de ellas.
En una ocasión, el tren no tenia servicio de cafetería, pero sí habilitaban un compartimento en el que un operario de la empresa estaba rodeado de neveras de playa cargadas de barras de hielo y latas de cervezas y refrescos. Tenia el pobre hombre tantas neveras y paquetes de latas que apenas si cabía el dentro del compartimento.
Esperando mi turno para comprar cerveza, conocí a una chica que tenia las dos piernas metálicas ortopédicas y parecía una ferretería andante la pobre. Ella lo llevaba con mucha dignidad y escondidas en sus tejanos llevaba dos ingenios férricos que le permitían caminar, no sin cierto ruido metálico; eso nos llamó la atención a mis amigos y a mí… El chiste fácil hubiera sido decirle que parecía un Terminator o un Robocop, pero aún no habían estrenado esas películas. Aun así, nadie se sentía agredido por las bromas, sanas y sin malicia, en un tiempo en que el respeto primaba entre gente que se acababa de conocer. Compramos bebidas y bocadillos y nos fuimos al compartimente de la chica. Allí nos explicó cómo acabó con aquellas piernas metálicas por culpa de un accidente siendo niña.. La cordialidad de la juventud y el buen rollo iban llenado las horas del viaje.
Aquel tren, en la estación de Albacete, a las 3 de la madrugada separaba los vagones que iban destino a Valencia de los que iban con destino a Alicante. Yo iba con dirección a Valencia, y en ese vagón llevaba mi maleta. El vagón de la chica, en el que nos encontrábamos, era de los que iban hacia Alicante. Cuando me quise dar cuenta, ya era tarde. Mi vagón había sido desenganchado y salía dirección Valencia con mis amigos y mi maleta. Yo seguía en el vagón destino Alicante, parado en la estación de Albacete, esperando que le engancharan una máquina para partir. ( ni que decir tiene que en aquel tiempo no había móviles ni manera de ponerme en contacto con mis amigos que estarían durmiendo en el compartimento dirección Valencia).
Pensaba en la sorpresa de mis amigos al llegar a Valencia y ver que yo no estaba y que mi maleta seguía allí con ellos.
Mientras calculaba en cómo llegaría a Alicante para tener que coger desde allí un tren para volver a mi casa, y rezando para que mis amigos cogieran mi maleta y no la dejaran allí olvidada.
El destino quiso que en la estación de La Encina, (estación que bifurcaba las líneas de Valencia y Alicante ) cuando llegó el tren en el que me encontraba, al asomarme por la ventanilla, vi que allí estaba el tren que se dirigía a Valencia, con mi maleta y mis amigos. Eran las 4 ,30 de la madrugada.
Salté del vagón y corriendo entre las vías pude volver a subir a mi vagón original. Allí continuaban mis amigos, durmiendo, sin enterarse de nada y también mi maleta.
No pude despedirme de la chica de las piernas metálicas. Me quede con la charla de sus ilusiones y planes de futuro a pesar del problema de su minusvalía que repito llevaba con toda dignidad y entereza. Nunca más supe de ella.
En otra ocasión, en otro viaje nocturno, era la Nochebuena de 1984, en un tren de Málaga a Madrid , recuerdo que en todo el convoy solo viajábamos, el revisor, una señora ya entrada en años y yo. El revisor me acomodó en el compartimento de la señora para que no fuéramos los dos solos y nos hiciéramos compañía en una noche tan especial. Más tarde se nos unió él; trajo una botella de champan y algo de comer, porque dijo que la gente no tenia que pasar una noche tan especial en soledad. La señora resultó ser una devota testigo de Jehová y la verdad es que después de unas copas de aquel champan, casi nos convence al revisor y a mí, de las virtudes de hacernos acólitos de su religión, pero gracias a Dios (nunca mejor dicho) a las 4 de la madrugada llegué a la estación de Alcázar de San Juan y me apeé para hacer mi transbordo. La verdad es que no se si aquel revisor acabo profesando la doctrina de los testigos o no, nunca lo sabré, pero es que ahí radicaba la esencia de aquellos viajes en eternos. Las sorpresas te acompañaban en cada viaje.
Yo pude coger mi otro tren y llegar para celebrar el día de Navidad con mi familia. Pero jamás olvidare aquella Nochebuena.
Así que no me vengan con aventuras virtuales de juegos de ordenador donde eliges tu destino y puedes cargar vidas para finalizar tus pantallas del juego.
Aquellos trenes, eran la aventura en sí mismos, no elegías quien te acompañaría y todo acababa al llegar a la estación en al que tenias que bajarte.
Hoy, con estos trenes modernos, asépticos y casi puntuales, lo máximo que puedes aspirar es que el compañero o compañera de asiento, no te moleste con la música a todo volumen de sus auriculares y que como mucho te diga buenos días y poco más. Otro día, querido Manolo te contares otro viaje de antaño en aquellos compartimentos con unas Japonesas y su cafetera a pilas que te dejaban sin habla.
Yo me quedo con aquellos viajes interminables, cargados de sentimientos y de gente que a poco que les hablases, te contaban tantas cosas interesantes que, para un joven como yo lo era por entonces, eran tesoros que llenaban de argumentos para escribir sobre la vidas que acababas de conocer. La emoción existía y no hacia falta buscarla, con comprar un billete de aquellos trenes tenías asegurado un viaje en el tiempo.
Tuyo,
Wolf 424