
Conozco a Pablo Blanco en el Puerto de Altea. Construye unos mamparos móviles de su invención que el Club Náutico le ha encargado. Trabaja al sol rodeado de veleros y motoras en dique seco. A Pablo le apasionan los barcos y por los grandes conceptos se mueve como el Alfil sobre el damero: ágil, rápido y con precisión. Para este hombre que nació en el barrio de Carabanchel de Madrid no existen las conversaciones inocuas e intrascendentes. En cada frase y comentario, que ilustra con algún chiste, sabe profundizar en la filosofía, las grandes citas y los estados de ánimo del ser humano.
“Aquí en España, en Europa ya está todo excesivamente regulado y todo esto que nos rodea me recuerda a Suiza, donde hasta los espantapájaros están homologados.”
Le preguntas, por ejemplo sobre su coche, un cuatro por cuatro que él mismo ha reinventado, y cuando te está mostrando la nevera que ha encastrado en la parte posterior, capaz de enfriar hasta los 22 grados bajo cero, te incluye en la disertación unas suculentas frases sobre la familia o sus ideas de “viaje vital” que te echan para atrás. Y es que Pablo no es de esos que aprietan la tuerca y ya está. Sus manos son de artesano, su cerebro de ingeniero y su corazón inventa.
“Yo soy un artesano y siempre he trabajado con mis manos” me dice este hombre que viviendo en Madrid se construyó un barco de acero de 16 metros de eslora en el jardín de su casa y lo botó en el río Manzanares en un acto oficial que presidió en persona el Alcalde por entonces de la Capital, don Enrique Tierno Galván.
Viajero impenitente de los cinco continentes, Pablo Blanco siente por igual, las llamada del desierto y La India en cada minuto de su vida. “Aquí en España, en Europa ya está todo excesivamente regulado y todo esto que nos rodea me recuerda a Suiza, donde hasta los espantapájaros están homologados.”
Y seguimos hablando camino del Juno, el que fue mi velero audaz, el más marinero de la bahía de Altea. Nos vamos a refrescar con unas cervezas del tambucho mar adentro y así poder oír el susurro del foque y la mayor al cortar el viento, el único sonido que le recuerda al hombre el escurridizo concepto de la libertad.