Como gallinas envilecidas entregadas al picaje. Por Gusarapo

Actuaron como gallinas envilecidas entregadas al picaje. En la imagen membrete de una carta de extorsión (impuesto revolucionario) hecha pública en Twitter por A. Navarro

«En aquella sociedad los asesinos y extorsionadores actuaron como gallinas envilecidas entregadas al picaje de los débiles o diferentes»

Hace años, menos de los que en apariencia fueron, un amigo me pidió que le acompañase a una vieja granja de gallinas ponedoras para ayudarle a sacar unas jaulas.

Las jaulas eran de malla rectangular de alambre y median unos cuatro metros de longitud. Se colocaban colgadas de unas estructuras tubulares metálicas formando pirámide de tal forma que los excrementos de las gallinas caían a un foso sin peligro de que mancharan a las situadas en un nivel inferior. Pienso y agua se suministraban mediante unas canales hexagonales metálicas adosadas a los laterales de las jaulas justo por debajo de las puertas de acceso a las mismas. Cada jaula estaba dividida en varios compartimentos, pues no conviene colocar juntas a muchas gallinas a fin de evitar estrés y picaje.

El picaje consiste en picotear las plumas de otro congénere. Si se intensifica y pasa a ser de moderado a severo, puede terminar derivando en canibalismo.

Las aves suelen repetir los comportamientos que observan, por lo que el canibalismo puede convertirse en un problema de gran importancia.

Les explico esto. Las gallinas y otra aves, suelen asestar un picotazo brusco y certero en la cabeza de otros individuos de su grupo para determinar el escalafón social o jerarquía. En el picaje no sólo pican sino que también arrancan plumas, y cuando acaban ocasionando una lesión, se sienten atraídas por la sangre y al ser omnívoras, terminan comiéndose vivo al agredido. Una empieza y otras le siguen.

Esto mismo ocurre con, por ejemplo, los cerdos. Pero en lugar de picaje practican la caudofagia, que consiste en morder y devorar las colas de sus compañeros. Y una vez que mana la sangre… Pueden imaginarse lo que sigue.

A fin de evitar la caudofagia, a las gallinas se les cortaba el pico. A fin de evitar la caudofagia, a los cerdos se les corta la cola.

Un empresario vasco había adquirido la granja y pretendía desmantelarla a bajo coste para dedicar la estructura a otro negocio. Por eso ofreció las jaulas a gente de la zona, y como por aquel entonces se llevaba mucho lo de mantener a las gallinas en jaula, las baterías de puesta volaron en poco tiempo.

Mi amigo no las quería para gallinas, pero esa es otra historia.

Aquella granja debía ser antigua, pues había jaulas de pisos para recría de pollitas, actividad que había sido desterrada de las explotaciones avícolas de puesta de por aquí unos cuantos años antes.

Fuimos tres o cuatro veces a por material. Siempre en fin de semana, cuando venía el nuevo propietario.

Hablamos varias veces con él. Tendría mi edad actual y dos hijos a punto de entrar en la adolescencia. No recuerdo bien a los chicos, al padre sí, pero no es cuestión de dar detalles, sobre todo porque esto no va sobre él. En parte sí, pero como uno más, no como protagonista exclusivo de aquello que sucedió durante tanto tiempo.

No era claro en su exposición de los motivos que le habían llevado hasta allí. O tal vez a un servidor le pareciera así y simplemente estuviera equivocado. No lo sé. La granja sigue allí, exactamente igual que estaba pero con más años y más desperfectos.

Después de exigir intereses de demora decían cúando y cómo actuar contra el empresario

Por aquel mismo tiempo tuve conocimiento de la existencia en la provincia de una nueva empresa propiedad de otro empresario vasco.

La diferencia con el anterior es que éste sí decía a las claras el porqué de su asentamiento. O tal vez éste sí se había visto obligado a abandonar su tierra y el otro no. Ni lo sé ni podré saberlo.

En aquellos momentos mi pensamiento no comprendía lo que podía haberle ocurrido a aquel industrial para dejar atrás familia, amigos, trabajo y los verdes paisajes de aquellos montes para venir al secarral de mi tierra.

Aquel hombre se vio obligado a emigrar por no querer pagar un precio que para él era mucho más gravoso que el que tuvo que pagar finalmente.

Se instaló aquí, en mi ciudad, en mi tierra. Y cuando digo tierra es porque así lo hizo en realidad, porque compró tierras y se convirtió en lo mismo que otros que comparten oficio conmigo. Pero mejor.

Si aquello hubiera ocurrido hoy, me hubiera gustado poder acercarme a conversar con él y preguntarle por todo eso, por el dolor, por el miedo, por dejar una vida atrás, por la valentía. Porque hay que ser muy valiente para decir no y agarrar a los tuyos de la mano, meterlos en un coche y marcharse lejos.

Había que ser muy valiente para enfrentarse a ellos, a los pistoleros, a los secuestradores, a los extorsionadores, a los asesinos, a los vecinos, a los que se decían amigos.

Les echaron de sus casas, de lo suyo. Les obligaron a dejar lejos las sepulturas de sus ancestros. A no ver más el amanecer del sol sobre la ría y el atardecer sobre los caseríos. A no poder seguir pisando las piedras y hierbas de su niñez. A no seguir respirando el aire que les llenó los pulmones nada más nacer.

Aquella sociedad actuó como gallinas envilecidas entregadas al picaje de los débiles o diferentes.

Débiles por estar en minoría, no por no ser fuertes de voluntad y corazón. Débiles por no estar acompañados del resto de los españoles. Diferentes por tener ideas propias, por no querer ser como aquellos vecinos y amigos y familiares que les negaban solidaridad y auxilio en momentos terribles. Diferentes por ser valientes y negarse a rendirse.

Otros no tuvieron tanta suerte y se les fue la vida en la sangre que borboteaba en un agujero negro de carne quemada por el impacto de una bala en la cabeza, de un tiro por la espalda. Porque de eso iba aquello, de asesinar por la espalda. De poner bombas. De matar sin dar la cara. Porque eso eran, cobardes que mataban a traición.

Unos por ser de allí y otros por haber sido enviados allí. Pero también hubo otros que nunca pisaron aquellas tierras, que nunca vieron el azul de aquel mar ni oyeron el canto de aquellos pollos, y también acabaron sepultados entre cascotes y hormigón.

Y ahora hay que decirles que les mataron por nada, para nada. Incluso hay que decirles que no les mataron, que se mataron ellos mismos, a ellos y a sus esposas, padres e hijos. Porque por lo visto los culpables fueron ellos y no quienes manejaban la Goma-2 o apretaban el gatillo. Porque estos últimos ahora son héroes y como tales se les trata. Mejor dicho, les tratan. Porque todos no pensamos ni actuamos igual, aunque cada vez seamos menos.

Algún día nuestra sociedad se arrepentirá de lo que estamos consintiendo y haciendo, y pagará por ello. Eso espero.

Gusarapo

Soy más de campo que las amapolas, y como pueden ver por mi fotografía, también soy rojo como ellas. Vivo en, por, para, dentro y del campo. Ayudo a satisfacer las necesidades alimenticias de la gente. Soy lo que ahora llaman un enemigo del planeta Tierra. Soy un loco de la naturaleza y de la vida.

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