
«Los cardos, en general, se extienden con gran facilidad y rapidez por el campo y los cultivos, y antiguamente se arrancaban y quemaban»
Estos últimos días se ve gran actividad entre los insectos. Las hormigas andan frenéticas, barruntan la llegada de los fríos y ultiman los preparativos para pasar el largo invierno.
Hace un par de días cayeron un par de litros y miles de hormigas aladas salieron vando a la aventura de la reproducción y fundación de nuevas colonias.
Las moscas están muy pesadas.
Decenas de arañas de variados tamaños y un buen número de escarabajos corretean a mi alrededor o por encima de mi.
Estoy tumbado sobre un suelo cubierto de pajas tronchadas de trigo y hojarasca de encina. Intento dormir pero algo bulle en mi cabeza y me lo impide.
Miro al cielo y lo contemplo. Hoy es de color azul acero y grandes nubes algodonosas y de blanco inmaculado se mueven a gran velocidad.
Aquí abajo la tarde está calma, no corre aire.
Llegan a mí voces de críos y el zumbido del motor de un tractor cuyo conductor se afana en rematar la siembra por si llegan las ansiadas aguas.
Un buen número de moscas se mueven incansables a mi alrededor. Septiembre es el mes de las moscas.
Al llegar el otoño, y con él las borrascas, la humedad relativa del aire aumenta y la presión atmosférica baja, provocando mayor dificultad a las moscas a la hora de mover sus alas. Estos insectos, pesados, molestos y agobiantes por normalidad, se vuelven aún más molestos.
A mi izquierda hay una encina. Tendrá setenta y ochenta años. Nadie le ha hecho caso en buena parte de ese tiempo. El tronco no es muy alto, pero las ramas, nunca podadas, abarcan una amplia zona.
Estoy tumbado bajo su copa. Las hojas de las ramas superiores se perfilan sobre el acero del cielo.
Probablemente nunca vio pacer una oveja junto a ella. Las hojas de las ramas inferiores son grandes, hermosas, de bordes lisos. No tienen puntas, picos. Nunca necesitó defenderse del apetito voraz de las lanudas o de las cabras.
Las bellotas van gordas. Está en el fondo de un pequeño valle y se nutrió convenientemente en la primavera con las escasas lluvias.Aquí la tierra tiene fondo.
Los buitres giran una y otra vez. Suben y bajan por tríos y parejas formando una gran bola. Sus sombras se proyectan sobre el suelo.
Ha vuelto el calor.
Las tardes se vuelven tediosas, asfixiantes.
Para alguien que se crió en tierras de regadío es difícil soportar la aridez del secano y aún más la sequía.
Abrías una llave y el agua surgía con fuerza.
No le dabas importancia al hecho de disponer de agua en todo momento.
Chas, chas, chas… Los aspersores bailaban girando una y otra vez al compás de la fuerza del agua que los movía.
Cuando el calor apretaba, te metías debajo de la lluvia que producían. Agua fría, helada. No importaba. En aquellos años nada importaba salvo jugar y reir.
Sólo cuando no tienes agua te das cuenta de la importancia que tiene. Aunque esto puede aplicarse a cualquier cosa, como a la electricidad, por ejemplo. Aquí, donde me encuentro, no dispongo ni de agua corriente ni de electricidad. Si no has nacido en este ambiente te cuesta bastante adaptarte a él.
Hay quien habla de la importancia del agua. Se les llena la boca de ahorrar, de no contaminar, de preservar, cuando en realidad desconocen lo que significa no disponer de ella. Tal vez, si lo supieran, si tuvieran verdadera necesidad de disponer del agua, actuarían más y con conocimiento, y hablarían menos. Pero de toda la vida es sabido que no se le pueden pedir peras al olmo.
Aquí, ahora, hay tierra y polvo, insectos, aves, hierba seca y muchos cardos. Hay cardos de unas cuantas especies, Eryngium maritimum, Dipsacus fullonum, Carduus pycnocephalus, Onopordum nervosum, Carduus carpetanus, Carduus crispus, Carduus occidentalis, Centaurea ornata, Cirsium arvense, Cirsium vulgare, Centaurea collina, Launaea lanifera…Por aquí distinguimos entre cardos, como el Silybum marianum o el Onopordum acanthium, y lo que llamamos picos, por ejemplo el abrojo, Tribulus terrestris; el abremanos, Centaurea solstitialis; el arrancamoños, Xanthium spinosum.
El arrancamoños es muy pertinaz y muy invasivo, además de picar de muy mala manera.
El abrojo es un viejo conocido de quienes montan en bicicleta por el campo.
Los cardos, en general, se extienden con gran facilidad y rapidez por el campo y los cultivos, y antiguamente -en realidad hasta hace cuatro días – los agricultores se afanaban en arrancarlos de sus tierras, de ahí la labor y término de «escardar«.
Hoy se utilizan herbicidas para esa labor, pero quienes no quieren utilizarlos y quieren deshacerse de los cardos, no tienen otra que usar la azada.
Una vez arrancados o cortados, se queman, a fin de eliminar todas las partes de la planta, raíces y semillas sobre todo, pues a través de ellas se reproducen y multiplican.
Por aquí también hay muchas zarzas. Antes se cortaban y arrancaban muchas de ellas, ahora pocas. Hay quien las llama zarceras.
La zarzamora, Rubus ulmifolius, tiene mucho vigor y crece desaforadamente. Las espinas que cubren sus ramas y hojas la protegen del ataque de los herbívoros.
Se multiplica por semilla, acodo y raíz.
El acodo no es más que una rama que al entrar en contacto con el suelo produce raíces y genera así una nueva planta.
Ahora las zarzas ocupan grandes superficies, las lindes, las cercas, las zonas arboladas, la ribera del río, los perdidos.
Junto a la zarza proliferan majuelos o espino albar, Crataegus monogyna, y escaramujos o rosales silvestres, Rosa canina, y otras especies arbustivas como la escoba y la jara.
Todas estas plantas, junto a retoños de olmos, álamos y sauces, y maleza, constituyen un excelente combustible para un fuego ocasional.
Antes se cortaban y desbrozaban a fin de controlar su excesivo crecimiento, y luego se quemaban sus restos. La ceniza resultante se esparcía y actuaba como enmienda mineral.
Por aquí un buen número de personas disponen de encinas. Unos pocas, otros muchas.
Quien tiene un número importante de encinas contrata a «cortafinos» para desmocharlas y hacer leña. Quien tiene pocas, suele hacer el trabajo él mismo.
Si hay ganado, se aprovecha el ramón.
Cuando se elaboraba cisco, se aprovechaban las ramas finas, ahora, si la cantidad es importante, se trituran para fabricar «pellets».
Cuando la cantidad es pequeña, se queman y la ceniza se esparce en el suelo. La ceniza es rica en potasio.
La quema de las ramas finas permite la eliminación de combustible y de parásitos.
Lo mismo que se hace con las ramas de las encinas se hace con las de las vides de las viñas y con las de los frutales de los huertos y las de los árboles ornamentales de los jardines.
Hay quien aprovecha las cenizas para los ajos y para envolverlas con el compost.
También por aquí, en las orillas del río, hay un buen número de árboles caídos y material arrastrado por la corriente. Cada vez que hay un desembalse y se produce una crecida, las aguas arrastran ramas y troncos así como objetos variopintos.Hay quien a fin de mantener limpio su terreno, amontona todos esos restos y objetos y en el invierno, tras pedir permiso de quema, les prende fuego y se deshace de ellos.
Les he enumerado una serie de actividades comprendidas bajo lo que se conoce como usos tradicionales o costumbres en esta zona.La mayoría de quienes siguen realizando estas labores son personas de cierta edad.
De ahora en tres años, no se podrán quemar ningún tipo de restos vegetales salvo en casos muy precisos. Durante estos tres años se establecerá un periodo transitorio de adaptación definido y organizado por cada comunidad autónoma.
Todos los restos vegetales deberán ser triturados y aprovechados como material orgánico.
La cuestión que se suscita entre algunas personas de mi entorno, es quién seguirá realizando esos trabajos si se ve obligado a comprar maquinaria o contratar el servicio.
Por otra parte, lo habitual en parcelas que están en el campo, es que no se disponga de suministro eléctrico, y haya que utilizar generadores de gasolina o gasóleo que muevan trituradoras eléctricas o directamente trituradores autónomos de gasolina o gasóleo o accionados por la toma de fuerza del tractor.
Resulta que en cualquiera de los dos casos habrá que utilizar combustibles contaminantes, así como la contaminación generada en la fabricación de dicha maquinaria.
Ni al que asó la manteca se le ocurrirían cosas así, la verdad. Dice un conocido mío que parece mentira que tras los pavorosos y terribles incendios que hemos sufrido este año, los políticos no sean capaces no ya de aprender, sino de darse cuenta de qué es lo que están haciendo mal y qué es lo que hay que hacer.Bastaría con echar un vistazo a la actividad que se ha venido realizando en el medio rural durante siglos. Pero claro, eso no vende, no es moderno ni ecológico según los planteamientos actuales.
Pues nada, a seguir destrozando, que es lo único que se les da bien.
Ley 7/2022 de ocho de abril, por si a alguien le interesa echar un vistazo. Por cierto, dado que habrá quien me considere antiecologista e incendiario, les diré que la primer maquina trituradora de restos vegetales que vino a la provincia de quien ésto les cuenta, la adquirió un servidor hace ya varias décadas.Hay quien se ha involucrado en la conservación del medio mucho antes de ahora.